Examine sus puntos ciegos
Cuando hemos sufrido un desacuerdo solemos buscar a un amigo u otra persona que nos escuche —¡y que nos encuentre la razón! ¿Se ha preguntado alguna vez por qué será que estos aliados nos dan la razón? Sugeriría que no es porque son nuestros compañeros o amigos, sino porque cuando les contamos lo ocurrido solemos hacerlo desde nuestro punto de vista. Es como si hubiésemos tomado muchas fotografías y esas son las que mostramos. Pero hay muchas fotos más que no mostramos. No necesariamente porque no queremos que las vean, sino porque muchas veces nosotros mismos no las hemos percibido. O sea, tendemos a contemplar los conflictos desde nuestro punto de vista y no desde los del otro.
En términos psicológicos, los puntos ciegos son aquellos aspectos que los demás conocen de nuestra personalidad o comportamiento pero que no hemos sido capaces de observar en nosotros mismos. Todos poseemos puntos ciegos. El abrir los ojos a éstos puede ser algo doloroso.
También existen puntos ciegos en cuanto a las disputas en las que nos vemos envueltos. Estamos tan ocupados percibiendo las cosas desde nuestra perspectiva que no nos fijamos cómo nuestro comportamiento puede haber afectado a otra persona.
Por estos motivos, buscar a un amigo que nos comprenda puede traernos un consuelo momentáneo, pero también acarrea consecuencias negativas. Las personas que se sienten validadas por individuos ajenos al conflicto muchas veces invierten menos esfuerzo en mejorar sus dañadas relaciones interpersonales. Además, al no afrontar nuestros desafíos directamente perdemos la oportunidad de descubrir y comenzar a reparar nuestros puntos ciegos.
El amigo que siempre nos encuentra la razón no nos está haciendo un favor. Mucho mejor es la persona que nos permite identificar en qué pudiéramos haber contribuido al desacuerdo. Todos necesitamos personas que nos ayuden a descubrir nuestras debilidades para no estar destinados a volver a repetir las faltas.
Admita los errores y discúlpese
Si la base está mal construida, tenemos que estar dispuestos a deshacer nuestro trabajo y volver al principio. Dependiendo de cuán avanzado estamos en un proyecto, el volver a empezar puede ser bastante doloroso y costoso. Primero debemos reconocer que hemos estado equivocados antes de poder comenzar a hacer los cambios necesarios. No es nada de fácil y tenemos que ganarle al orgullo. Quizá pensemos que algún atajo nos pueda permitir seguir en el mismo camino sin hacer un cambio tan drástico. Por ejemplo, intentar hacer un cambio sin reconocer abiertamente la falta cometida. Pero estas sendas suelen costarnos más tiempo y dinero. Mientras más pronto admitamos nuestro error, más pronto podemos dejar de invertir en forma imprudente.
El pedir una disculpa bien pensada puede ser de gran valor. También lo es anunciar un cambio de comportamiento —en forma de meta— que nos ayudará a mejorar nuestro enfoque interpersonal. Por ejemplo, si hemos sido extremadamente críticos en el pasado, podemos informarles a las personas que hemos ofendido que intentaremos deshacernos de esta fea costumbre.
Para ser auténtica, una disculpa no debe aparecer como una justificación. Cuando es posible, una disculpa auténtica va acompañada con un ofrecimiento de reparación de los daños. Aún es más, una disculpa sincera implica un deseo de hacer los cambios necesarios en nuestras vidas. Cuando se justifica, me agrada la idea de preguntarle a la persona que hemos ofendido: «¿Puede aceptar mis disculpas?».
Cuando alguien expresa pesar pero no hace esfuerzos reales por cambiar, esto difícilmente es una apología. Por poderosa que pueda ser una disculpa, cuando alguien se retracta de ella, ya sea con palabras o acciones, hubiera sido mejor que nunca se hubiera disculpado. Es frecuente que un agresor —en casos de violencia doméstica (ya sea física o verbal)— esté arrepentido después de haber agredido a su mujer. Pero ya al día siguiente él ha comenzado a minimizar el daño, pronto culpa a su esposa y poco tiempo después vuelve a maltratarla otra vez. La violencia doméstica, ya sea de parte de un hombre o de una mujer, es una cosa seria que requiere ayuda profesional.
Pero volviendo al tema de las disculpas, una persona que está dispuesta tanto a aceptar una disculpa como a absolver a su prójimo, tendrá una gran ventaja. Es difícil confiar en una persona que no acepta una disculpa —cuando ésta ha sido acompañada de cambios reales de comportamiento— o la que nunca está dispuesta a admitir un error. Un individuo que ha perdonado verdaderamente a alguien, tampoco le recuerda continuamente este hecho. Algunos comentarios, actitudes y comportamientos son tan dolorosos en su naturaleza, sin embargo, que podría tomar un largo lapso antes que una persona pueda sentirse verdaderamente libre del dolor asociado a aquéllos.
Evite amenazas y tácticas manipuladoras
El ultimátum también reduce nuestra habilidad para negociar. Estas amenazas manipuladoras incluyen cualquier tipo de auto aflicción. Las tácticas manipuladoras disminuyen nuestra habilidad para negociar a largo plazo —especialmente cuando son amenazas vacías. Las amenazas no generan confianza ni agrado.
Aun las amenazas inconsecuentes llegan a ser molestas. En una recreación familiar, un participante amenazaba continuamente que iba a renunciar al juego. Después de una media docena de amenazas, su madre le dijo: «La primera vez que amenazaste, me preocupó; la última vez que lo hiciste, estaba preparada para que desistieras del juego y permitieras que por lo menos el resto lo pudiéramos disfrutar».
Cuando las consecuencias son considerables, el posible daño a la relación interpersonal es mayor. Por eso es que las amenazas relacionadas con el divorcio o separación son tan dañinas hacia el matrimonio. El cónyuge que es receptor de éstas comienza a desasociarse psicológicamente del otro. El mensaje que perciben, es que el matrimonio no es tan importante para su pareja.
El ultimátum en asuntos de negocio también es contraproducente. Algunas amenazas —como también lo son el abuso verbal o emocional, la intimidación, el hostigamiento, comportamientos disruptivos, o el acoso (matonería)— pueden ser consideradas como parte de la violencia en el lugar de trabajo.20