Porque en verdad, en verdad os digo que aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros. —3 Nefi 11:29
Dos hombres parecen estar conversando normalmente pero repentinamente se ponen a pelear. El más alto golpea fuertemente al otro. El agredido está sangrando de la boca. Ellos intercambian insultos adicionales y el hombre más alto se marcha sólo para regresar un instante más tarde. Se acerca sigilosamente y vuelve a golpear al otro con un par de puñetazos y después se aleja satisfecho.
Estos hombres se conocían, pero algo los estaba consumiendo. A pesar de la calma aparente antes del ataque físico, la ira había hervido mucho antes. ¿Cómo pasó de un desagrado a un acto de violencia? ¿Qué motivos tuvo el agresor para regresar y volver a golpear a su compañero otra vez? La mayoría hemos observado, leído u oído de situaciones peores que esta. El mundo que nos rodea suele estallar en violencia.
Todos hacemos o decimos cosas que posteriormente llegamos a lamentar. En una ocasión hablé con un individuo que añoraba recibir una palabra amable de su esposa, pero él se rehusaba a tomar la iniciativa a decirle algo cariñoso a ella. Se le podía ver el dolor en su mirada. Otra persona se ofendió cuando nadie le había dado motivos. Un joven compartió sus sentimientos de deleite después de vengarse de un amigo. Sólo después, cuando llegaba a su hogar, empezó a sentir remordimiento por lo que había hecho. ¿Por qué sucede que la gente puede tan fácilmente caer en el surco como una pelota de boliche desviada y no sea capaz de enderezarse y tomar la vía recta?
Rafael y Francisco
Rafael y Francisco son colegas que han permitido que el resentimiento y el antagonismo aumenten entre ellos a través de los años. Trabajaban en un negocio dedicado a las cabalgatas. Yo he conocido a estos hombres por un largo tiempo y los considero individuos amables y atentos —cuando no están uno cerca del otro.
Hoy, Rafael y Francisco están entre los líderes de un grupo de jinetes que cabalgarán toda una semana a través de las majestuosas montañas de los Andes entre Chile y Argentina. Como de costumbre, cada uno estaba tratando de hacer alarde de sus habilidades ecuestres y conocimiento sobre los equinos. Pedro, uno de los turistas, hace una pregunta inocente acerca de los bridones. Rafael es el primero en responder a la consulta pero Francisco se burla de él.
—Aquellos que han pasado suficiente tiempo cerca de los caballos reconocen… —manifiesta Francisco con un tono sarcástico, pronunciando la palabra caballos en una forma más grave.
Con estas palabras, Rafael ha sido excluido del club; su opinión ha dejado de tener valor, si en algún momento la tuvo. Todos sienten vergüenza ajena por estos jinetes. Rafael ha perdido prestigio frente a la gente que estaba tratando de impresionar. Intenta proteger su reputación y su amor propio.
—Pancho, eso es gracioso —Rafael dice sarcásticamente—. ¿Desde cuándo eres tú el gran equitador?
Varios jinetes se ríen. Pero el momento de gloria que disfruta Rafael es de corta duración. Si el objetivo de Rafael es salvar su amor propio, lo último que quisiera hacer es involucrarse en un intercambio verbal con Francisco. Rafael tiene poca probabilidad de tener éxito. Francisco conoce todos los botones que hay que oprimir para obtener una reacción de su rival.
En el calor de la batalla es difícil vernos como somos vistos por otros. O, quizá peor, no nos importa, porque estamos suficientemente investidos en la contienda como para sentir que debemos minimizar nuestras heridas. Queremos asegurarnos que el otro tipo esté lastimado tan gravemente como nosotros. Si el barco está por hundirse, «¡Muy bien, que se hunda pues, siempre que naufrague con ambos!». Tales actitudes sólo ayudan a intensificar el conflicto.
En la cabalgata, los ataques sutiles se transforman cada vez más directos. Cuando Rafael, en su desesperación, hace un comentario frívolo, Francisco no pierde tiempo en echárselo en cara con un sarcasmo pesado y calculador:
—Trataré de recordar eso la próxima vez que monte mi mula.
A uno le da la impresión de que Francisco es un provocador frío y manipulador. Francisco nunca eleva su voz. No tiene por qué. Sus habilidades verbales son vastamente superiores a las de Rafael. El domador de leones en la jaula con un león. El león furioso ruge para la muchedumbre en el circo.
Durante una pequeña calma en la tormenta, Rafael consigue reenfocarse y lidiar en forma brillante sobre un asunto, dejando a un lado la controversia con su contrincante. Varios jinetes le están escuchando atentamente y parecen estar impresionados. Pero Rafael no es capaz de resistir la tentación y sucumbe al hacer un comentario sarcástico acerca de Francisco. Rafael podrá ser un león, pero Francisco lo aplasta como a un ratón insolente y lo deja retorciéndose de dolor.
Otro guía trata de suavizar la situación, pero sólo consigue agravar las cosas. Rafael ahora empieza a dirigirse a los jinetes que están suficientemente cerca como para escucharlo, e ignora a Francisco. Pero la frustración ha cobrado su cuota. La voz de Rafael está resquebrajándose y traicionando sus emociones en tanto relata heridas del pasado y la historia del conflicto. Rafael ahora empieza a usar algunas vulgaridades, lo que está fuera de lugar en la cultura local. Al hacerlo, sólo termina por brindarle a Francisco munición para la contienda. Desde el inicio este no ha sido un enfrentamiento parejo.
Entre más trata de reparar su amor propio herido, más rápido la arena movediza del pantano va sepultando a Rafael. El tono de voz de Francisco continúa frío y calculador. El domador de leones sabe que el león lo atacará y está tratando de provocar el espectáculo.
El siguiente comentario de Rafael sorprendió a todos. Anunció que le habían ofrecido un trabajo similar en un lugar distante hacia el norte, donde sería mejor valorado. Y eso es lo que Rafael había querido desde el principio —sólo un poquitito de aprecio.
Francisco se burla de él. El león está listo para arrojarse sobre el domador. Está enojado y rugiendo. La multitud observa con asombro. ¿Se ha vuelto loco el domador? Rafael, colorado, se para sobre sus estribos para hablar. Los jinetes que estuvimos presentes ese día nunca habíamos visto, ni olvidaremos, el lenguaje degradante y profano que brotó de los labios de Rafael. En seguida, Rafael le dio un tirón a las riendas de su animal y cabalgó hacia atrás, donde se encontraba un grupo diferente de jinetes quienes no habían oído la conversación previa.
El león atacó al domador y el domador ganó. Pero esperen, ¿ganó realmente? ¿Son acaso los leones los que siempre son derrotados y los domadores siempre los que triunfan? A corto plazo, estos dos hombres perdieron el respeto que tanto añoraban. Es difícil medir las pérdidas a largo plazo.
En la mayoría de los conflictos la gente involucrada sufre de una momentánea (y a veces no tan momentánea) inhabilidad de considerar las consecuencias. En el momento de la ira, están dispuestos a pagar cualquier precio que parezca necesario. El orgullo desplaza a la prudencia.
Los orígenes de los conflictos pueden ser tan variados que sería difícil catalogarlos. Algunas fuentes comunes de conflictos incluyen el desacuerdo, la percepción de injusticia, los celos, la envidia, los malos entendidos, la comunicación deficiente, la victimización, y la represalia —casi todos hijos del orgullo.