Este es el segundo artículo sobre cómo la expiación de Jesucristo nos ayuda ahora. Nuestro enfoque será sobre la gracia y la tranquilidad y paz que la acompañan a pesar de nuestras imperfecciones. También volveremos a tocar un poco sobre los temas relacionados a la justificación y la santificación.
La gracia
Lo que el Élder Lund explicó acerca de la dificultad de definir la justificación y la santificación, también se aplica a la gracia. Al tratar de entender la expiación de Jesucristo, una de las tareas más difíciles es comprender el papel que juega la gracia en nuestras vidas. Este ha sido un viaje difícil para mí pero lleno de esperanza.
Mi falta de comprensión sobre la gracia me atormentaba. No le veía la gracia a la gracia. Pensaba que debía ser casi perfecto para que la gracia actuara en mi vida. Tampoco me agradaba escucharles a aquellas personas que minimizaban la importancia de hacer cambios positivos en nuestra vida. Después de que me acompañen por el sendero angustioso que tuve que atravesar, veremos cómo la gracia juega muchos papeles. Uno vital es la ayuda que nos provee para mejorar ahora, durante nuestro tiempo de probación.
No se trata ni de ser salvados tal como somos sin hacer un esfuerzo para mejorar ni tampoco de lograr un nivel imposible de perfección aquí en esta vida. Pero bien, me estoy adelantando.
Las escrituras nos enseñan que el verdadero arrepentimiento significa abandonar nuestros pecados (Mosíah 4:10; Alma 39:9; Éter 11:1; DyC 93:48) y en Doctrina y Convenios leemos: “Por esto podréis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará” (DyC 58:43). Algunos pecados son fáciles de abandonar, pero otros no.
Leemos que el Salvador ya ha sufrido por todas nuestras iniquidades, pero si no nos arrepentimos tendremos que sufrir también: “…así que, te mando que te arrepientas; arrepiéntete, no sea que te hiera con la vara de mi boca, y con mi enojo, y con mi ira, y sean tus padecimientos dolorosos; cuán dolorosos no lo sabes; cuán intensos no lo sabes; sí, cuán difíciles de aguantar no lo sabes. Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten; mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo; padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar. Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres. Por lo que otra vez te mando que te arrepientas, no sea que te humille con mi omnipotencia; y que confieses tus pecados para que no sufras estos castigos de que he hablado, los cuales en muy pequeño grado, sí, en grado mínimo probaste en la ocasión en que retiré mi Espíritu” (DyC 19:15–20). Ciertas debilidades no las conquistaremos del todo aquí en esta probación mortal. Pero igual podemos tratar de mejorar.
Admito libremente que estoy en el proceso de abandonar. No he abandonado. Felizmente, el Profeta José Smith enseñó: “Cuando suba por una escalera, debe comenzar en la parte inferior y ascender paso a paso, hasta llegar a la cima; y así es con los principios del Evangelio —usted debe comenzar desde el primero, y continuar hasta que aprenda todos los principios de la exaltación. Pero tardará un gran tiempo después de haber pasado por el velo antes de que se hayan aprendido. No todo esto puede ser comprendido en este mundo; será una gran obra para aprender nuestra salvación y exaltación incluso más allá de la tumba”.
Abatido por mis debilidades
Alrededor de 1991, me sentía muy abatido por mis debilidades. Entonces leí un artículo en el periódico sobre alguien que había sido deshonesto. “Por lo menos”, pensé, “esta es una buena cualidad que tengo, ¡soy honesto!” Apenas concebí esto, el Espíritu me abrió en visión lo que había sido mi vida desde que tenía memoria. Percibí las muchas ocasiones en mi vida en las que había sido deshonesto —desde antes y después de mi bautismo. Una de estas escenas se destaca especialmente en mi mente.
Cuando era joven, estaba cerca del portón de nuestra casa en Santiago y pasó una anciana indigente quien solicitó ver a mi madre. Mi mamá es una persona muy generosa y siempre les daba a los pobres, aunque algunas veces se quejaba por este deber. (Una vez pasamos a un mendigo. No habíamos avanzado mucho cuando mi madre me mandó de vuelta con dinero para él. Ella no podía soportar la idea de no dar.) Pensé que le estaría haciendo un favor a mi madre cuando le conté a la mujer que mi mamá estaba ausente. Las palabras de la anciana todavía suenan en mis oídos, “¡mentiroso!” Pude ver pasar ante mis ojos esta y muchas otras escenas inquietantes.
Me enfermé “[habiendo tenido] un vivo recuerdo de toda [mi] culpa” (Alma 11:43). Poco tiempo después de esta visión, recuerdo haber encontrado una nuez en nuestro patio y me desesperé porque sentí que tenía que recorrer el vecindario y determinar quién era el dueño del nogal para ¡devolverle la nuez! Felizmente me di cuenta de lo absurdo de este proceder.
Comparto todo esto para mostrar lo poco o nada que había comprendido sobre el propósito de la visión. Ahora sé que Dios estaba tratando de enseñarme algo sobre la gracia. Que incluso en las áreas donde asumía que estaba «haciendo bien», necesitaría la gracia que nace de la expiación de Cristo. Tenga en cuenta que el espíritu sólo me mostró mi vida en cuanto a lo que yo pensaba que era mi fortaleza. Me estremece pensar en todo lo que podría tener que ver en mis áreas de imperfección. El propósito de la visión, entonces, era enseñarme sobre mi dependencia en la expiación de Jesucristo —y de su gracia. Nunca seremos lo suficientemente buenos por medio de nuestros propios méritos.
Confundido por el perdón
Poco más de una década después, experimenté una revelación de una naturaleza plenamente diferente. Por mucho tiempo tampoco la comprendí.
Tuve la gran bendición de poder pasar cada uno de mis sabáticos de la Universidad de California en Chile, trabajando en varios proyectos laborales. Durante mi segundo viaje sabático me alojé en el predio de mi madre en San Javier y traduje uno de mis libros al español. Una vez a la semana salía con los misioneros. Casi al culminar el viaje sabático, el espíritu de Dios, inesperadamente, a través de un acto de gracia, me manifestó que mis pecados habían sido perdonados. No entendía en ese momento que este era el Espíritu Santo poniendo una marca de aprobación, de justificación, sobre lo que había hecho esos meses. No comprendía que mi ofrenda había sido aceptada.
Lo que debería haber sido un momento de gran regocijo no lo fue. Lamentablemente, en vez de arrodillarme colmado de gratitud, sólo podía pensar en la inutilidad de los susurros del espíritu que había experimentado. “¿De qué me sirve ser limpiado de mis pecados”, supuse, “cuando peco todos los días?” El Señor estaba, sin embargo, tratando de decirme, «sí, conozco tus debilidades, pero también puedo ver el deseo de tu corazón y tu esfuerzo para seguir los susurros del espíritu”.
Hoy puedo oír al Señor diciendo: “Y si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Éter 12:27, énfasis añadido). También leemos: “No obstante, el Señor Dios nos manifiesta nuestra debilidad para que sepamos que es por su gracia y sus grandes condescendencias para con los hijos de los hombres por las que tenemos poder para hacer estas cosas” (Jacob 4:7, énfasis añadido).
Frutos del arrepentimiento
Así que tal vez podemos hablar de una actitud de arrepentimiento junto con el arrepentimiento. También podemos centrarnos en los frutos del arrepentimiento, como la alegría y la paz y la constante compañía del Espíritu Santo. Estos también son parte del don de la gracia.
Si tenemos un gran deseo de estudiar las escrituras, ministrar, compartir el Evangelio con otros, llevar a cabo la obra del templo para nuestros antepasados fallecidos, mejorar, hacer el bien, elegir lo justo, servir en nuestros llamamientos y responder afirmativamente a la pregunta que alma plantea: “Y ahora os digo, hermanos míos, si habéis experimentado un cambio en el corazón, y si habéis sentido el deseo de cantar la canción del amor que redime, quisiera preguntaros: ¿Podéis sentir esto ahora?” (Alma 5:26). Estas cosas son indicadores de que la gracia de Dios está trabajando en nosotros, ahora, a pesar de nuestras imperfecciones. No tenemos ninguna razón para creer que la gracia requerida para la exaltación es algo diferente a la gracia que recibimos en esta existencia mortal para ayudarnos, aquí y ahora, en nuestros esfuerzos para convertirnos en hombres y mujeres de Dios y verdaderos discípulos de Jesucristo.
En el 2017 me encontré con un podcast, un devocional y un libro por el Presidente Brad Wilcox, ex presidente de misión en Chile. Wilcox dice que a menudo sus amigos cristianos de otras denominaciones le preguntan, “¿Has sido salvado por medio de la gracia?” Después de responder en la afirmativa, Brad les pregunta a su vez, «¿has sido cambiado por la gracia?”
¡Se me encendió la ampolleta! Estas seis palabras, en la pregunta del Presidente Wilcox, «¿has sido cambiado por la gracia?”, transformaron mi vida. El Espíritu me ayudó a comprender que la gracia me estaba ayudando ahora, de a poco, pero que yo debería consentir a que me ayudara. Qué estamos aquí en la tierra para justamente permitir que seamos transformados en hombres y mujeres en Cristo por medio de esta gracia.
Comprendí que algunos mandamientos que son difíciles para otros pueden ser fáciles para mí y viceversa. También reconozco que hay algunas cosas que no vamos a conquistar en esta vida, como el orgullo, la impaciencia, el egoísmo y colocar nuestra confianza plenamente en Dios en todo momento. Y son estos asuntos que no podemos superar completamente que me llevaron a sentir desesperación, a pesar de la gran alegría que sentía como discípulo de Jesucristo.
He llegado a la conclusión de que estaba cayendo en la trampa de una proposición todo o nada en cuanto a mis debilidades. Yo no estaba poniendo el esfuerzo necesario para mejorar, ya que estaba desanimado por la imposibilidad de conquistar estas debilidades y por ende seguía bloqueando la gracia debido a la imposibilidad de completamente subyugar mis debilidades en esta vida. “¿Por qué intentarlo?» pensaba. Dichosamente, la gracia estaba jugando un papel transcendental en mi vida sin que yo lo percibiera.
La gracia en acción
A principios de 2018, sentí la necesidad de saludar a todos los miembros de la rama a la que pertenezco después que terminara una reunión Sacramental. Simplemente no tenía la energía para hacerlo. Al concluir la reunión pasó algo interesante. Sentí una inmensa energía que me sobrevino y una alegría al saludar a cada persona. Cuando terminé de saludar a todos me sentí fenomenal y el espíritu me susurró: “eso es la gracia”.
No hace mucho estuve estudiando las escrituras y el espíritu me incitó, “¡Ve y sale a ministrar!” A menudo estudio las escrituras durante horas y estaba encontrando algunas cosas muy interesantes en el libro de Zacarías. Aunque me encanta ministrar, mi primera reacción fue que no quería interrumpir mi estudio. Pero pronto me humillé, agradecí la incitación del espíritu, hice las citas y abandoné la comodidad del hogar y lo placentero de mis estudios. Los corazones de los que visité y el mío fueron tocados. Necesitaban esa visita y especialmente el espíritu que las atendía. Esa fue la gracia en acción.
Hace unos treinta años me arrodillaba para decir mis oraciones al atardecer, pero no las matutinas. Le pedí ayuda al Padre en el nombre de su Hijo Amado. Desde entonces he desarrollado el hábito y no ha pasado un día en que el Espíritu no me haya recordado. Esa es la gracia.
Mi esposa es un modelo por imitar por su generosidad y preocupación fraternal. En una gira muchos habían malentendido las instrucciones y no buscaron sus propias maletas antes de abordar un autobús. Cuando Linda se enteró, de inmediato alertó al resto de los pasajeros, aunque no los conocíamos. Quedé impresionado y quería ser más como ella. Un mes más tarde estábamos en el aeropuerto cuando cambiaron la puerta de embarque de nuestro vuelo. Tuve mi oportunidad de ser servicial ya que la mayoría de los pasajeros no se había percatado. Obtuve la fuerza para superar los sentimientos de que estaba haciendo el ridículo gritando en el terminal. Esa es la gracia. La mitad de los pasajeros se levantó y nos acompañó a la puerta de embarque correcta. Un adolescente posteriormente se me acercó y me agradeció. No es que necesitaba recibir las gracias, pero esto me ayudó a darme cuenta de la importancia de compartir y no quedarme callado. Me sentí bien. Eso es la justificación. Creo que la próxima vez seré menos indeciso si debo alertar a otros en circunstancias similares. Si logro incorporar este nuevo comportamiento en mi vida para que se haga algo más natural, eso sería la santificación.
La proposición equívoca
Pero volviendo a las áreas difíciles de mi vida, rechazando esa proposición equívoca del todo o el nada, he encontrado la fuerza y la alegría al seguir los susurros del Espíritu que me incitan a evitar la tentación, en el aquí y ahora, sin tener que afanarme por el día de mañana, “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán. Basta al día su propio mal” (Mateo 6:34). En otras palabras, estoy comenzando a encontrar la paz en la realización que en algunos asuntos tendré que participar en una campaña continua contra el mal y que cualquier triunfo, por pequeño que sea, es algo bueno. A medida que siga los susurros del espíritu en estos asuntos recibiré fuerza adicional, o la gracia necesaria para resistir la tentación.
Felizmente, en su amorosa bondad, Dios no nos limita a sólo una oportunidad para hacerle caso al espíritu. Debemos volvernos hacia Él diariamente para ser socorridos por su gracia —y rehusar a rendirnos porque existen cosas difíciles que no nos permiten ser perfeccionados ahora.
Pablo enseñó: “Con respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que lo quite de mí. Y me ha dicho: Te basta mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:8–9a). Quisiera sugerir que Pablo entendió que debería luchar contra esas cosas repetidamente, porque el Señor no eliminó por completo sus debilidades como lo había deseado en un principio. Pablo entonces se gloría en sus debilidades porque estas lo mantienen humilde —y por ende le permiten no caer en la trampa del orgullo. Debemos ser socorridos por el Señor continuamente.
El Presidente Brigham Young explicó: “No supongamos que en algún momento seremos libres de las tentaciones que nos llevan a pecar estando en la carne. Algunos [incorrectamente] suponen que pueden, en la carne, ser santificados, cuerpo y espíritu, y llegar a ser tan puros que nunca volverán a sentir los efectos del poder del adversario contra la verdad (JD 10:173).”
Conclusión
La expiación de Jesucristo también se manifestará en un día glorioso después que crucemos el velo por medio de la justificación, la santificación y la gracia. El énfasis en la palabra después en las siguientes citas, lo más probable, es que se refiera al juicio final: “… pues sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23, énfasis añadido). Y además: “… la gracia es un poder propicio que permite a hombres y mujeres aferrarse a la vida eterna y a la exaltación después que hayan agotado sus mejores esfuerzos” (Grace, LDS Bible Dictionary, énfasis añadido).
El Elder D. Todd Christofferson enseñó: “La justificación y la santificación se llevan a cabo por medio de la gracia de Cristo, la gracia es un regalo al hombre basado en la fe. Pero nuestra agencia moral es también un elemento necesario en este proceso divino… Pero, como lo indica Nefi, hay algo que podemos hacer, algo que todos los que son responsables deben hacer. Para tener efecto, el regalo debe ser aceptado: ‘Porque, ¿en qué se beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la dádiva.’ (D&C 88:33).”
El Élder Gerald L. Lund compartió: “La perfección no es, como algunos suponen, un prerrequisito para la justificación y la santificación. Es justo lo contrario … [esos] son los prerrequisitos para la perfección. Sólo nos volvemos perfectos ‘en Cristo’ (ver Moroni 10:32).”
Tampoco debe ser el perfeccionismo una excusa para no mejorar. En cambio, cada acto de humildad, paciencia, y caridad es nuestra indicación al espíritu de que deseamos aprovechar el gran don de la expiación de nuestro Redentor a través de la gracia que se nos ofrece.
“El Élder Bruce R. McConkie (1915–85) del quórum de los doce apóstoles una vez expresó nuestra obligación de esta manera: ‘Todo el mundo en la iglesia que está en el camino recto y estrecho, que se esfuerza y lucha y desea hacer lo correcto, aunque esté lejos de ser perfecto en esta vida; si él pasa de esta vida mientras esté en la vía recta y estrecha, él ira a la recompensa eterna en el reino de su Padre. No necesitamos desarrollar un complejo o tener la sensación de que precisamos ser perfectos para ser salvos… La forma en que opera es la siguiente: usted entra en el camino que se llama el ‘recto y estrecho’. Lo hace al entrar en la puerta del arrepentimiento y del bautismo. El camino recto y angosto nos conduce desde la puerta del arrepentimiento y del bautismo, una distancia muy grande, a una recompensa que se llama la vida eterna. … Ahora es el momento y el día de su salvación, así que si está trabajando diligentemente en esta vida —aunque no haya superado completamente el mundo y no haya hecho todo lo que esperaba que pudiera hacer —todavía va a ser salvo’ (“La prueba probatoria de la mortalidad”, Devocional del Instituto de Religión de Lago Salado, 10 enero 1982, 12).”
Cada vez que evitamos pensamientos impuros, críticas, o cualquier tipo de comportamiento negativo, aunque no seamos perfectos en estas cosas, seremos fortalecidos por el espíritu y aumentará nuestro deseo de participar de ese gran obsequio que es la gracia —y por lo tanto confiamos en, y estamos llenos de gratitud por, la expiación del Salvador. Así es como empezamos a subir esa escalera de la que habló el Profeta José Smith. El Espíritu estará allí para sostener nuestra mano a lo largo del camino, a través de los principios asociados con la gracia, la justificación y la santificación.
El Señor nos alienta: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te fortalezco; siempre te ayudaré; siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. Porque yo, Jehová, soy tu Dios, quien te sostiene de la mano derecha y te dice: No temas, yo te ayudaré” (Isaías 41:10; 13).
El espíritu, entonces, nos está invitando constantemente a arrepentirnos y a volvernos [שובו] al Santo de Israel. A medida que prestemos atención a estos susurros, nuestro sendero verdaderamente será entonces uno de “mandamiento tras mandamiento, mandato tras mandato, línea sobre línea, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá” (Isaías 28:13b). ¿Puede contemplar las formas en que la gracia ya ha estado actuando en su vida? ¿Qué compromisos hará para ser un mejor discípulo de Jesucristo?