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Antes que clamen yo responderé 

Antes que clamen yo responderé

“Y acontecerá que antes que clamen, yo responderé; mientras aún estén ellos hablando, yo habré oído”. —Isaías 65:24

En algunas ocasiones deberemos sobrellevar acontecimientos que en el momento quizás nos parezcan negativos. Con el pasar del tiempo, cuando seamos dotados de una comprensión más perfecta, veremos que éstos han sido necesarios para fortalecer nuestros espíritus.

El propósito de este artículo, en cambio, es el de resaltar las muchas veces que el Señor nos salva de sucesos dañinos. Testifico que el Señor está pendiente de nuestras necesidades y ansioso para bendecirnos. Afirmo con todo mi corazón deque no estamos solos.

Mucho antes de que nos demos cuenta del peligro que corremos, Él Señor percibe nuestros apuros y está presto para mandar ángeles ministrantes desde amboslados del velo. Esta escritura en Isaías no es sólo para el milenio, sino quetambién para nuestra probación terrenal.

Parque Nacional de Yosemite   

En el verano de 1991, cuando fui llamado para ser profesor de seminario en California, llevamos a mis jóvenes a una excursión al Parque Nacional de Yosemite. El lugar puede ser peligroso y fuimos tres los adultos que acompañamos a los estudiantes en esta caminata. El hermano Gary McDaniel, el padre de una de las jovencitas, mi linda esposa, y yo.

Mientras que ascendíamos uno de los senderos el hermano McDaniel sufrió una coma diabético en la que estuvo a punto de perecer, si no fuera por la influencia de nuestro Salvador.

Se combinó una serie exacta de eventos para que la vida del hermano McDaniel no acabara ese día. Al iniciar la caminata, Gary había compartido con mi esposa que él era un diabético. Mientras que normalmente insisto que un líder adulto vaya a la cabecera del grupo, uno en la retaguardia y en este caso, otro al medio, en el instante que todo esto ocurrió los tres líderes estuvimos juntos por un instante.  

Los ojos del hermano Gary se tornaron y pronto cayó al suelo desmayado. En un instante, Linda le estaba dando gotitas de una bebida gaseosa que el hermano traía en su mochila (por ‘equivocación’ el había milagrosamente empacado una gaseosa con azúcar junto con una libre de azúcar).

Rápidamente, saqué mi aceite consagrado y comencé a bendecirlo. Por medio del poder del sacerdocio de Melquisedec bendije a un hombre que estaba más cerca de la muerte que de la vida, quien estaba completamente pálido, y con un sudor frío. Mientras que administraba esta ordenanza yo también estaba helado, pero de temor.

No había pronunciado muchas palabras y mientras que todavía estaba hablando,escuchamos las voces de personas que se acercaban y que estaban bajando por la senda. Habiendo pronunciado aquellas cosas más esenciales, concluí la bendiciónen el nombre sagrado de Jesucristo. No quería que alguien pudiera burlarse del Sacerdocio.

Resultó que las voces que habíamos escuchado provenían de un médico francés y de su esposa. Animaron a que Linda continuara proveyéndole gotas de la gaseosa dulce, ya que el azúcar, por el ejercicio arduo, se había reducido drástica y peligrosamente.

El hermano McDaniel recobró el sentido. Una vez que estuvimos tranquilos de que la recuperación sería completa, con la ayuda del médico y de Linda, descendió porla senda hasta llegar al fondo, donde habíamos iniciado la caminata. Yo acompañé al resto de la clase de seminario a la cascada “Nevada Falls”.

Posteriormente, Gary testificaría de que pudo escuchar las palabras de esa bendición desde su estado de desmayo, por las que fue bendecido por nuestro Señor Jesucristo.


Nevada Falls – Parque Nacional de Yosemite

San Clemente

En 1993, con la familia de mi cuñada y la mía, estuvimos acampando en la playa de San Clemente, en el sur de California. Linda, junto a su hermana Donna, fueron de compras y dejaron a todos los niños con Steve, esposo de Donna, y conmigo.“¡Cuidado con el mar!” me advirtió mi esposa. Agradecí su consejo pero mi reacción interna fue muy parecida a la de un niño que escucha una advertenciade un padre sin darle importancia alguna.

Mi concuñado permaneció en la playa con los niños menores, mientras que yo me metí al mar con mis hijos David y Miguel y con mi sobrino Bryce. Lo pasamos muy bien capeando las olas (un chilenismo para indicar que uno se sumerge por la parte inferior de las olas que van llegando a la playa y las deja pasar por arriba).  

De apoco nos osamos más y más. Pronto no podíamos tocar el fondo con nuestros pies, pero no importaba ya que nadar en el mar es tanto más fácil ya que la sal ayudaa mantenerse a flote. Pero llegó el momento en el que sentí que deberíamos de volvernos y nadar de vuelta a la playa. Bryce preguntó, “¿Por qué?” Él siguió alejándose de la playa.

David pronto me explicó que Miguel estaba pasando por apuros. No podía ver a mi hijo menor sin mis anteojos por mi miopía y tenía que respaldarme a la ayuda que me proveía mi hijo mayor.

Entonces sentí un tremendo temor de que ya sea Miguel o David pudieran ahogarse. Las fuertes corrientes del mar nos estaban separando de la playa y cada esfuerzo que hacíamos para nadar de vuelta era infructuoso. (Posteriormente, aprendí que un no debe nadar en contra de tales corrientes, sino que conviene nadar enforma diagonal, hasta que la corriente pierda algo de su fuerza.)  

¿Qué le diría a mi esposa o a mi cuñada si es que uno, o todos, de los niños que se me había confiado hubiera perecido? ¡Qué necio e insensato había sido! Ya que me estaba preocupando por mis hijos y sobrino no le puse mucha atención a mis alrededores y una tremenda ola cayó sobre mí, empujándome hacia el fondo obscuro del mar. Tuve que batallar para poder ascender y respirar.

Casi no había respirado cuando se repitió el empuje de otra ola que me volvió a sumergir. Estaba fatigado y comenzando a pensar que perecería en el fondo del mar. Sólo me importaban las vidas de los jóvenes. Sentía tanta impotencia ahora; había arriesgado sus vidas y ahora estaba sintiendo las consecuencias de la culpabilidad y la amargura de mis acciones. ¿Cuan seguido paramos a recapacitar cómo nuestras acciones físicas o espirituales pueden afectar a aquellos a quienes amamos?

Después de recibir el gran obsequio de un testimonio del Evangelio de Jesucristo tenemos la gran responsabilidad de aferrarnos a la barra de hierro y perseverar hasta el fin. De otro modo, como suele suceder, las personas ocasionalmente toman vacaciones de las verdades y valores que tanto aprecian. Y cuando vuelven—presumiendo que no se hayan ahogado o sucumbido antes— puede que haya personas en sus vidas que quizás pudieran haber permanecido fuertes en el Evangelio,pero que no lo hicieron.

Los más afectados en estas tragedias suelen ser los seres más amados: cónyuge e hijos. Es mi más vehemente anhelo y oración que pueda vivir una vida recta; y que persevere hasta el fin. Pero volvamos a la narrativa de mi predicamento espantoso.     

El mar estaba furioso. Estaba tan preocupado de mis hijos que nada más me importaba. Era evidente que la corriente nos había llevado lejos ya que la gente en la playa parecía minúscula. Aunque sentía vergüenza de pedir ayuda, pensando que los jóvenes y yo pereceríamos, en seguida grité a todo pulmón,“¡Socorro!” (Pienso que pedir ayuda espiritual también puede causarnos vergüenza.)  

Pero mi grito, apagado por el rugido del mar, no se podía escuchar más allá de unos cuantos metros. De pronto vi a un hombre salvavidas nadando hacia mí con una cara de determinación. No es posible que pudiera haber escuchado mi grito de impotencia ya que apareció en un instante. Cuando se acercó a mí, le rogué que no se preocupara por mí y que por favor salvara a mi hijo Miguel. Pero hizo caso omiso a mi petición y con ambos brazos cayó sobre mí con un fuerte abrazo.

Otra ola cayó sobre nosotros. El próximo instante ambos nos encontramos en la profundidad del mar. Pensé que este hombre me iba a ahogar. No quise emplear mienergía ni oxígeno para tratar de zafarme de él. Tampoco quise que él peleara conmigo. Eso se lo debo a un consejo que me había dado mi madre de muy joven.

Cuando quedó en claro de que no estaba tratando de zafarme de mi salvavidas, y habíamos descendido hasta donde la tremenda ola nos había empujado, tuve que intentar mover mis manos y piernas para que pudieran ascender mientras que el salvavidas se sujetaba de mí para no perderme. Al llegar a la superficie del mar el joven me dio un salvavidas y le agradecí mil veces. Sin la ayuda de mi liberador pienso que hubiera perecido en el océano por mi inexperiencia.  

Pero el drama no había terminado. No tenía la menor idea que es lo que le pudiera haber sucedido a David, Miguel o Bryce. Mi preocupación por los jóvenes predominaba en mi mente. Resultó que David y otro salvavidas habían ayudado a Miguel. Mi hijo menor más tarde mecontó que estaba exhausto de tratar de respirar ya que había pasado más tiempo bajo la superficie del mar que sobre la misma. Me contó que de alguna manera inexplicable pudo respirar bajo el agua (y si bien recuerdo, que un ángel le había ayudado a respirar).

Un tercer salvavidas le ayudó a Bryce, quien no sentía ninguna preocupación y sólo experimentó pánico cuando le informaron de que estaba nadando cerca de una roca sumergida que había chupado y tragado a otras personas. Aparentemente, los cuatro estábamos nadando en dirección hacia esta roca cuando sentí que deberíamos volver.  

Experimenté un gran alivio al saber que todos estábamos salvos. Pero también una enorme agonía al pensar que casi perdí a mis hijos y sobrino. Y que todo eso hubiera sido culpa mía. ¿Cómo hubiera podido enfrentar a Linda y contarle que había despreciado a mi mayordomía? ¿Cómo me hubiera podido enfrentar a mí mismo?

Estuve muy deprimido por un día hasta que el Espíritu compartió conmigo varias escrituras que me ayudaron a pensar de esta situación con otra perspectiva. Una de ellas fue Isaías 65:24, Y acontecerá que antes que clamen, yo responderé; mientras aún estén ellos hablando, yo habré oído.

El salvavidas que me auxilió me explicó que aún antes de que yo supiera que estabametido en un tremendo lío, habían llamado a los guardacostas con sus lanchas. Pero aún antes de eso, no me cabe duda de que nuestro Salvador sabía que yo estaba metido en un tremendo enredo y me mandó ayuda para socorrerme muchoantes de que me diera cuenta de la situación precaria en la que me encontraba. 

Subsiguientemente, pusimos algunas reglas muy específicas: si el salvavidas dejaba su puesto, abandonaríamos el agua de inmediato; si la corriente nos empujaba más allá de una marca que fijamos en la playa, nos saldríamos del agua y caminaríamos hasta el otro extremo antes de volver a ingresar al agua.


Playa de San Clemente, en el sur de California

De esta misma forma, nuestro Redentor nos da mandamientos y estaremos protegidos mientras que observemos los límites que Él nos ha dado. Estos mandamientos no fueron dados para quitarnos la libertad sino que para guiarnos de vuelta al Padre. Nuestro Salvador esta continuamente consciente de nuestras necesidades y nos manda ángeles ministrantes antes de que nos demos cuenta de que estamos metidos en algún tropiezo. En realidad, antes de que clamemos, el Señor nos responde. No tenemos que esperar al milenio para que se cumpla est aescritura en nuestras vidas.

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