Astronauta SUD comparte cómo se siente tomar la Santa Cena en el Espacio. Para el primer mormón que se aventuró al espacio exterior, la experiencia dejó un notable impacto espiritual.
Cuando era pequeño, Don Lind y sus hermanas adoraban trepar árboles en su vecindario de Midvale, Utah, sacudiendo las ramas e imaginando que estaban en una nave espacial precipitándose a través del universo. En esos tiempos los viajes espaciales solamente eran hazañas soñadas en los comics y ciencia ficción. No fue sino hasta 20 años después que el primer hombre entró al espacio en 1961. Después de escuchar las noticias, Lind, que para ese entonces era un piloto de la marina y doctor en Física, supo que había hallado su vocación.
Pero para que Lind estuviera preparado para tal hazaña requirió que tomara cursos de sobrevivencia en la selva panameña, turnos nocturnos en salas de emergencia, y cursos de posgrado en geología, e incluso haciendo todo esto tuvo que esperar 19 años para una misión propia.
El vuelo espacial de Lind finalmente llegó en 1985 cuando abordó el Challenger para un viaje de 8 días con el fin de estudiar la Aurora Australis.
Viajando en el Espacio
Sobre esta asombrosa e inspiradora experiencia, Lind compartió lo siguiente en la Conferencia General de octubre de 1985:
La mayoría de ustedes, estoy seguro, han visto un transbordador espacial despegar en televisión. Puedo asegurarles que es tan emocionante como parece…
Con siete millones y medio de libras presionando tu espalda contra tu asiento, con tres veces tu peso normal, rápidamente aceleras. Desde el momento en que el combustible se acaba, quieres ir lo suficientemente rápido para que la fuerza centrífuga te mantenga en órbita, y eso corresponde a 17500 millas por hora…
Estoy seguro de que la imagen general del vuelo espacial contiene máquinas impresionantes y llamas crecientes y la precisión de la tecnología avanzada. Eso no es correcto. Pero para mí, hubo también muchos sentimientos especiales, personales y privados. Algunos de ellos fueron divertidos. Vivir en gravedad cero es una delicia. Tener la habilidad de Peter Pan de flotar a cualquier esquina del laboratorio y posarme como un gorrión en la menor saliente me hizo sentir como si viviera mis sueños de niño pequeño.
Viendo el mundo desde lo alto
Algunos de mis sentimientos personales fueron muy espirituales. Mirar a la tierra desde el espacio es absolutamente increíble. Yo sabía de antemano exactamente lo que iba a contemplar. Estaba preparado intelectualmente, pero no estaba emocionalmente preparado para lo que vi.
El mundo es muy grande. Eso lo sabía. Pero ver esta enorme y magnífica esfera rotando lentamente debajo de mí fue abrumante. No tengo la capacidad de describir cómo se sintió realmente, y ninguna representación fotográfica podría si quiera comenzar a hacerle justicia. La visibilidad, claramente, fue excelente. Pero estaba asombrado por la intensidad de los colores. Estimé que había veinte tonos de intenso azul debido a que la atmósfera terrestre cambia de gris en el horizonte curvo hacia el increíble vacío negro del espacio. Y cuando miras un archipiélago de islas, hay cientos de tonalidades de azul y verde y amarillo que no admiten descripción.
La primera vez que tuve un minuto para detenerme y solo mirar la tierra, la belleza absoluta de la escena trajo lágrimas a mis ojos. En gravedad cero las lágrimas no se deslizan gentilmente por tus mejillas. Ellas permanecen frente a tus ojos y crecen hasta que en un par de minutos se siente como si fuera un pez mirando a través de la superficie de un acuario. Ahora, trata de imaginar cómo fue para mí tener esa escena frente a mis ojos y luego tener los fragmentos de media docena de escrituras viniendo a mi mente. “Los cielos declaran la gloria de Dios” (Sal. 19:1). Si has visto los cielos, has “visto a Dios moviéndose en su majestad y poder” (D&C 88.47). Estoy seguro que pueden imaginar la cercanía que sentí a mi Padre Celestial al mirar una de Sus bellas creaciones. Estaba realmente emocionado por una conciencia cada vez mayor de lo que Él hizo por nosotros como el Creador de nuestra tierra. Esa fue una de las experiencias más conmovedoras de mi vida.
Participar de la Santa cena en el espacio
Otra experiencia que es muy cercana a mí fue la de tomar la Santa Cena en órbita. Estuvimos en el espacio por una semana completa, así que por supuesto estuvimos allí durante un domingo. Nuestro obispo me dio permiso para tener mi propio servicio sacramental. Fue un poco inusual. Ustedes, los sacerdotes en la audiencia, podrán considerar cómo sería intentar arrodillarse en gravedad cero: es quedar a la deriva. A fin de tener privacidad tuve mi reunión en mi estación de dormir, semejante a una cama pullman. Me arrodillé en lo que ustedes pueden pensar que era el techo y apoyé mis hombros contra mi saco de dormir para no flotar lejos. Fue una experiencia muy especial. Recordaré esa reunión sacramental y el renovar mis convenios bautismales por sobre la tierra durante toda mi vida. Tuvo un poco de ese sentimiento especial que solo se siente cuando se asiste al templo
El mayor milagro de todos
Muchos milagros rodearon la exploración espacial de Lind, siendo el mayor su retorno seguro a casa.
Sobre el regreso, Lind expresó:
Vienes hasta la atmósfera en la peor actitud aerodinámica posible– primero el torso. Esto crea una terrible onda de choque aerodinámica. Pero la onda de choque te desacelera sin usar una gota de combustible. Tu energía cinética se convierte en el calor de la onda de choque.
Todo esto es muy inteligente, excepto por el hecho de que la onda de choque está a 5400 grados Fahrenheit, lo cual está muy por encima del punto de fusión de los astronautas. Es por eso que nos preocupamos tanto por las baldosas térmicas en la parte inferior de la nave. Durante el regreso, estas brillan al rojo vivo. De hecho, el mismo aire alrededor de la nave brilla intensamente. Desde la tierra parecemos exactamente un meteorito atravesando el cielo. Mirar por la ventana a través de la bola de fuego es una experiencia bastante impresionante.
Apenas nueve meses después de su misión, el Challenger (la misma nave en la que Lind viajó) explotó 73 segundos después del despegue debido a una falla en las juntas tóricas, matando a los siete miembros del equipo a bordo. Lind cree que la bendición del sacerdocio que recibió antes de su vuelo lo protegió a él y a su equipo de un destino similar mientras se precipitaban a través de la atmósfera incineradora de la tierra. Lleno de fe y gratitud por la protección del Señor, Lind dijo: “No fuimos más rectos ni merecíamos más la ayuda del Señor, pues aquellos que se encontraban en el Challenger eran buenas personas, pero se nos había hecho una promesa”.