Las consecuencias de la expiación de nuestro Redentor Jesucristo se manifestarán en su plenitud durante los juicios posteriores al cruzar el velo. Además, gracias a la expiación de Jesucristo podremos obtener la resurrección. ¡Qué bello! ¡Qué consuelo!
Lo que no había comprendido es que la expiación del Hijo de Dios también nos está ayudando de día a día, ahora, ¡hoy! Mi deseo es que este artículo lo llene de esperanza. Por mucho tiempo era justamente eso lo que me faltaba, una comprensión de cómo la justificación, la santificación y la gracia trabajan en nuestras vidas hoy. Siempre me comparaba con la persona que todavía no era pero quería llegar a ser. Pero me estoy adelantando.
Las buenas noticias son que Jesucristo no sólo murió para darnos la oportunidad de algún día posiblemente ser exaltados, sino que Él nos ha dado el Espíritu Santo para ayudarnos ahora a cambiar y a retornar a Él por medio de la justificación, la santificación y la gracia —temas íntimamente asociados con la expiación de nuestro Redentor.
No pretendo que su tratamiento sea ni comprensivo ni definitivo. Mi sendero hacia el discernimiento ha sido uno de “mandamiento tras mandamiento, mandato tras mandato, línea sobre línea, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá” (Isaías 28:13b).
Me tomó más de cuarenta años después de ser bautizado el empezar a comprender. El número cuarenta es muy significativo en hebreo [אַרְבָּעִים], tal como el cincuenta en español (de sin cuenta).
La justificación, la santificación y la gracia son procesos continuos en vez de eventos concretos, aunque parece que habrá un momento cuando estos serán impartidos en una medida más completa sobre los fieles que hayan perseverado hasta el fin. Voy a centrarme en la porción del significado de la palabra justificación en la que el Espíritu Santo pone su sello de aprobación sobre nuestros comportamientos; la santificación como la transformación positiva de quienes somos; y la gracia como la invitación a seguir a Cristo —junto con la fe y las tiernas misericordias necesarias para que podamos llegar a ser fieles discípulos de nuestro Redentor.
Me lleno de emoción al meditar sobre las tiernas misericordias [חֶסֶד] que he recibido. Me gusta especialmente la definición de Swanson en cuanto a las tiernas misericordias: “amor leal, bondad que no falla, devoción; o sea, amor y afecto que es inalterable y basado en una relación previa”. ¿Cuál es esta relación previa? La que teníamos con nuestro Padre y su Hijo amado antes de que naciéramos. Ciertamente, “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).
Yo no había hecho nada para merecer el testimonio que recibí de la Trinidad (cuando tenía unos trece años) o del Libro de Mormón (poco antes de cumplir los dieciséis). Estos fueron obsequios por medio de la gracia de Cristo, otorgados sin que los hubiera pedido. Se me fueron concedidos libremente junto con la agencia moral para ya sea aceptarlos o descartarlos —tomaría varios años a que yo me aferrara a estas verdades. Con el tiempo, éstas me condujeron al bautismo y a la confirmación (a los diecinueve años). Luego comenzó el proceso de participar en una tras otra de las ordenanzas de salvación. El unirme a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha sido la decisión más importante de mi vida, una que me ha traído un gozo incalculable.
En el primer artículo veremos cómo la justificación y de la santificación nos ayudan ahora; en el segundo, haremos lo mismo con el concepto de la gracia y especialmente de la esperanza que la acompaña a pesar de nuestras imperfecciones. (No profundizaremos mucho sobre cómo la justificación, la santificación y la gracia nos ayudarán después de cruzar el velo).
La justificación y la santificación
El Élder Gerald L. Lund notó: “Los términos santificación y justificación y sus palabras afines se utilizan cientos de veces en los cuatro libros canónicos. Por muy importantes que sean, eso sí, ningún escritor bíblico intenta definir formalmente estos dos conceptos. Por lo tanto, tenemos que derivar sus significados según cómo estos términos se utilizan en varios contextos o de los efectos que resultan de su aplicación”.
Es difícil saber por dónde principiar, ya que la justificación, la santificación y la gracia están íntimamente relacionadas. El Élder D. Todd Christofferson señaló: «Si bien la justificación y la santificación pueden ser vistas como temas distintos, en realidad creo que son elementos de un proceso divino único que nos califica para vivir en la presencia de Dios el Padre y Jesucristo.» De igual manera, la gracia también es inseparable de la justificación y la santificación.
El Élder Lund explica: «Ambas [justificación y santificación] se hacen posibles debido al sacrificio expiatorio… de Cristo, pero el medio o forma en la que se llevan a cabo la santificación y la justificación es por el Espíritu Santo. La influencia del Espíritu quema los efectos del pecado y purga la impureza que viene sobre nosotros cuando pecamos. Sin embargo, sólo podemos hacerlo porque Jesucristo cumplió con las exigencias de la justicia e hizo posible que la misericordia y la gracia actuaran para nuestro bien”.
Justificación
Justificación [de la palabra צדק] es de uso frecuente en ambos los escritos SUD y los de otros cristianos, para significar que una persona ha sido hecha justa ante Dios—e implica una remisión de los pecados.
En las escrituras, la palabra justificación también se utiliza en relación a eventos específicos —en el que una persona es reivindicada [צַדִּיק] o no se encuentra culpable ante Dios.
Como ejemplo, vemos DyC 132:1b, “yo, el Señor, justifiqué a mis siervos Abraham, Isaac y Jacob, como también a Moisés, David y Salomón, mis siervos …” (énfasis añadido). Ya que David y Salomón también están incluidos en esta lista podemos ver que un comportamiento específico fue justificado. El Señor nos dice que en este asunto no actuaron injustamente.
Porque tenemos una necesidad constante de ser aprobados ante Dios (y de que nuestros pecados se remitan continuamente) ¿puedo sugerir otra acepción de la palabra justificación? El enfoque de mis observaciones restantes sobre la justificación se referirá al papel del Espíritu Santo como el Santo Espíritu de la Promesa. Justificación, en este contexto, es el sello de aprobación del Espíritu. Una aprobación que a menudo es acompañada por la remisión de los pecados.
El Élder McConkie enseñó: “¿Qué es, entonces, la ley de la justificación? Es simplemente esto: ‘Todos los convenios, contratos, vínculos, compromisos, juramentos, votos, efectuaciones, uniones, asociaciones o aspiraciones’ (DyC 132:7), en los que deben morar los hombres para ser salvados y exaltados, y deben entrar en ellos en justicia para que el Espíritu Santo pueda justificar al individuo para ser salvo en lo que ha hecho (1 Nefi 16:2; Jacob 2:13-14; Alma 41:15; DyC 98; 132:1, 62). Un acto justificado por el Espíritu Santo está sellado por el Santo Espíritu de la Promesa, o en otras palabras, confirmado y aprobado por el Espíritu Santo”.
Estoy tan agradecido por mis dos nueras. Ambas aman al Señor y a las escrituras y frecuentemente comparten sus observaciones conmigo. Heather, que no es miembro de nuestra Iglesia, me escribió: “Estamos justificados a través de la humildad y la confianza en Cristo. Para algunos que estaban seguros de su propia justicia y miraban en menos a los demás, Jesús relató la siguiente parábola: [y luego citó a Lucas 18:9–14]: “Y a unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba para sí de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, ten compasión de mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.” La oración del publicano fue justificada ante Dios.
La justificación, en este contexto [צַדִּיק], entonces, parece estar relacionada a actos específicos que giran en torno a lo que hacemos, decimos y creemos. Cuando consagramos nuestro mejor esfuerzo —o a menudo con un justo deseo que no alcanza a la rectitud (a través de las tiernas misericordias y bondad amorosa de Dios)— éste puede ser justificado por el Espíritu Santo. Esto es, una vez más, una estampa de aprobación colocada por el Santo Espíritu de la Promesa. Nada de lo que he dicho debe interpretarse como una disminución del papel de la gracia en nuestra vida. Por el contrario, es cuando permitimos que la gracia actúe sobre nosotros que hacemos lo bueno y justo ante Dios. “¿Dónde, pues, está la jactancia?” (Romanos 3:27a).
Cualquiera acción que tomemos, tal como ofrecer una oración sincera, dar un discurso en la iglesia, compartir un testimonio, participar de la Santa Cena dignamente, perdonar a alguien que nos ha hecho daño, ofrecer una palabra cariñosa, alimentar a los pobres, o mostrar misericordia puede recibir tal aprobación. Los esfuerzos más prolongados, de la misma forma, pueden ser justificados o aceptados por el Señor, tales como servir una misión, magnificar un llamamiento en la Iglesia, ser constantes en nuestro empleo, u obtener la ratificación de nuestro sellamiento en el templo por el Santo Espíritu de la Promesa.
Cuando sentimos el sello de aprobación del Espíritu Santo, percibimos la fuerte presencia de este: “Pero el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22–23a). Ya no sentimos que somos nosotros los que estamos orando, testificando, enseñando o ministrando, sino más bien que somos uno con Dios.
En la oración intercesora de Cristo al Padre, Él hizo hincapié sobre esta unidad. “Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos; para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Y la gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:20–22).
Cuando compartimos nuestro testimonio humildemente y enseñamos por el espíritu “se derramará el Espíritu Santo para testificar de todas las cosas que habléis” (DyC 100:8b). Yo sugeriría que a menudo recibimos una confirmación por medio de ese mismo espíritu, “De manera que, el que la predica y el que la recibe se comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente” (DyC 50:22).
El perdón de los pecados. Como ya lo hemos mencionado, la justificación es a menudo acompañada por la remisión de los pecados. En Santiago 5:14–15 leemos: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren ellos por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados.” Adicionalmente, en Santiago 5:19–20 vemos: “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino salvará un alma de la muerte, y cubrirá multitud de pecados”.
El Élder Carlos E. Asay compartió una historia conmovedora: “Nunca olvidaré una experiencia que tuve en una Conferencia Misionera en Australia hace unos años. Un joven misionero tenía un resplandor tan especial en su rostro que mi esposa me dijo: ‘nunca he visto a nadie brillar con la verdad como él’”. Una vez concluida la Conferencia, el Élder Asay tuvo la oportunidad de conversar con el misionero. Él joven había sido enviado a casa desde el campo misional debido a una grave transgresión no confesada. Pero ahora estaba de vuelta y había servido honorablemente. El Élder Asay no había reconocido al misionero. (Sospecho que un motivo es que el misionero ahora tenía “la imagen de Dios grabada en [su] semblante”, Alma 5:19). Pero volviendo al relato del Élder Asay, “Bueno, después de que habíamos conversado y recordado, [él] dijo, ‘Élder Asay, me emocionó saber que vendría. Es que la próxima semana regreso a casa, y yo sólo quería decirle que por dos años no he quebrantado una sola regla o mandamiento.’ Luego agregó: ‘Puede que yo no sea el mejor misionero en esta misión, pero estoy muy cerca de serlo’. Me encantó. Lo abracé y le agradecí, y después de una lágrima o dos, se volvió para irse. Mientras estaba parado allí, me miró de nuevo y dijo: ‘Élder Asay, por primera vez en muchos, muchos años me siento perfectamente limpio.’ ‘Lo eres’, le contesté. ‘Ha sido santificado por su servicio’”.
Y yo añadiría, no sólo santificado o cambiado, sino que también justificado —y sus pecados perdonados.
Para resumir, entonces, lo que hacemos, decimos o pensamos a medida que cedemos nuestra voluntad a los susurros del espíritu (estas instigaciones nos son dadas a través de la gracia) —junto con los efectos eternos de la expiación de Cristo, donde la imperfección de nuestra ofrenda se junta con la perfección en Su ofrenda perfecta— eso trae consigo el sello de aprobación del Espíritu Santo, que a menudo es acompañado con una remisión de nuestros pecados.
¿Puede recordar un momento en el que sintió tal aprobación? ¿Cuándo fue la última vez que sintió que no era usted quien estaba enseñando, escuchando con empatía, o dando testimonio, pero el Espíritu Santo a través de usted? Estas son instancias de justificación.
Santificación
La santificación viene de la palabra קָדַשׁ, el hacerse santo, “el ser apartado” (p. ej. del mundo). En Isaías 6:3b vemos, “¡Santo, santo, santo [קָדוֹשׁ] es Jehová de los ejércitos!”
Mientras que la justificación [צַדִּיק] tiene que ver con el proceso de ser hecho justo ante el Señor —y especialmente la aceptación de nuestra ofrenda ante Dios— la santificación parece ser el largo proceso en el que nos transformamos en seres distintos, más santos. Comenzamos a ser más como la persona que esperamos llegar a ser algún día, pero que todavía no lo somos, a medida que modelamos nuestras vidas en Cristo. Al igual que la justificación, nunca podemos hacer esto por nuestros propios méritos. Más bien, es también a través de la gracia de Cristo, como el resultado de su sacrificio expiatorio y por medio del Santo Espíritu.
Una de las muchas razones para recibir el bautismo y la confirmación en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, bajo las manos de un poseedor del sacerdocio autorizado, es iniciar el proceso de santificación a través del espíritu —este es especialmente el caso cuando somos confirmados y retenemos al Espíritu Santo como nuestro compañero constante.
Una de mis escrituras favoritas viene de Mosíah 18:5–6; 8–11; 16b (énfasis añadido): “Y ahora bien, había en Mormón una fuente de agua pura … Y aconteció que cuantos le creían, se dirigían allí para oír sus palabras… Y aconteció que [Alma] les dijo: He aquí las aguas de Mormón (porque así se llamaban); y ya que deseáis entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo, y estáis dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras; sí, y estáis dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que estuvieseis, aun hasta la muerte, para que seáis redimidos por Dios, y seáis contados con los de la primera resurrección, para que tengáis vida eterna; os digo ahora, si este es el deseo de vuestros corazones, ¿qué os impide ser bautizados en el nombre del Señor, como testimonio ante él de que habéis concertado un convenio con él de que lo serviréis y guardaréis sus mandamientos, para que él derrame su Espíritu más abundantemente sobre vosotros?” Me encanta la respuesta entusiasta de los conversos: “Y ahora bien, cuando los del pueblo hubieron oído estas palabras, batieron sus manos de gozo y exclamaron: Ese es el deseo de nuestros corazones.” Luego leemos: “… y fueron bautizados en las aguas de Mormón, y fueron llenos de la gracia de Dios”.
Con el discipulado somos lentamente cambiados o santificados para que podamos, con el tiempo, entrar en la presencia del Padre. Satanás intenta desanimarnos al señalar nuestras debilidades. El Presidente Brigham Young instruyó: “Sirvan a Dios de acuerdo con el mejor conocimiento que posean, y acuéstense y duerman tranquilos; y cuando venga el diablo y les diga, ‘Usted no es un Santo muy bueno, usted podría disfrutar de mayores bendiciones y más del poder de Dios, y tener la visión de su mente abierta si usted estuviera a la altura de sus privilegios,’ dígale que se marche; que hace tiempo que ha abandonado sus filas y ha enrolado en el ejército de Jesús, quien es su capitán, y que no desea más del diablo (JD 4:270).”
Mientras que Satanás («el acusete» en hebreo) intenta desanimarnos, el Santo de Israel nos invita continuamente a volvernos [שובו] hacia Cristo, poner nuestra confianza en Él y seguirlo. Al igual que la justificación, también tenemos manifestaciones del espíritu —tal como una gran alegría y sentimientos de gratitud— que nos ayudan a comprender que esta transformación está comenzando a tener lugar en nuestras vidas. Debido a la gran distancia y estrechez del sendero, muchas veces no nos percatamos de estas evoluciones.
El Espíritu me recordó de un tal cambio en mi vida. Cuando yo era un adolescente y un adulto joven, tenía la mala costumbre de romper las cosas que más me importaban cuando estaba molesto. Recuerdo especialmente haber quebrado una estatua de cerámica de un caballo que había elaborado cuidadosamente. Ahora, el espíritu me recordó que durante décadas había renunciado a ese hábito destructor. Lo que es más, a través de la gracia de Cristo ya no tenía el deseo de destruir lo que amaba. Al menos en esta cosa hoy soy una persona diferente a la que era hace 40 y 50 años atrás. Estamos, entonces, en el proceso de llegar a ser mejores personas con la ayuda del Espíritu.
¿Puede pensar en formas positivas en que su vida ha cambiado, ya sean grandes o pequeñas? Pídale al Padre, en el nombre de su hijo amado, que le ayude a ver su transformación como discípulo de Jesucristo.
En el próximo artículo nos enfocaremos en el principio de la gracia y de la esperanza que la acompaña y escribiremos algo más sobre la justificación y la santificación ya que es imposible separar estos principios completamente.
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