A lo largo de los años me ha tocado trabajar con parejas, tanto esposos como esposas que han pasado por momentos difíciles asociados con la infidelidad. Ya sea han sido engañados o han sido infieles. Si usted, o algún ser amado, está sufriendo y desea fortalecer su matrimonio, lo invito a seguir leyendo.
La forma más positiva de leer es la de preguntarse si hay una o dos cosas que usted pudiera cambiar o mejorar, en vez de ver las sugerencias como todo lo que su cónyuge está haciendo mal. Evite, también, leer con la idea de auto justificarse.
No dude en acudir a su líder eclesiástico, quien le será un gran guía y bálsamo en este proceso. Es posible, además, que le sugieran ayuda profesional, de parte de un terapeuta, mediador, o ambos.
El Presidente Dallin H. Oaks aseguró, “es importante al elegir cómo nos clasificamos o qué pensamos de nosotros mismos. Lo más importante es que cada uno de nosotros es un hijo o hija de Dios con el potencial de alcanzar la vida eterna. Todas las demás etiquetas … son temporales o triviales en términos eternos”. [1]
Es por eso por lo que en este artículo he hablado de la persona que fue infiel y la persona que fue engañada, como un momento en el tiempo, no como una etiqueta eterna.
Para la persona que fue infiel
Algunos sienten un gran remordimiento por lo ocurrido y no piensan ser meritorios del perdón. Su líder eclesiástico le será de gran consuelo y ayuda.
Otros conciben que ya es hora buena de que su cónyuge los perdonara. Justamente esa insistencia a ser perdonado ahora sirve para aumentar el dolor de su cónyuge y postergar el día de ese perdón.
Tales esposos suelen buscar atajos y desean evitar las consecuencias del dolor que le han causado a su cónyuge. Por ejemplo, no comprenden que sus gestos románticos sólo logran agrandar los sentimientos de dolor del cónyuge. El poder volver al romanticismo puede tardar muchísimo tiempo. Tampoco es algo que se pueda apurar.
Su forma de mostrarle cariño a su cónyuge, en cambio, para que tenga un efecto positivo, tendrá que ser por medio de actos de servicio que no estén relacionados a lo sentimental. Deberá cuidar tanto sus palabras, como gestos y obsequios, que no aparezcan tener mensajes románticos. También puede hacer mucho bien al saber escuchar.
Lo sentimental simplemente le estará demostrando a su cónyuge que no entiende el dolor por el que está pasando. Es una forma de minimizar el sufrimiento ajeno.
La mejor herramienta para este tipo de escucha es la reflexión empática. En ésta el que escucha trata de (1) captar los sentimientos del interlocutor, (2) usa pocas palabras para que el cónyuge pueda seguir hablando, (3) evita pedir disculpas, o (4) inmiscuirse en el problema.
El pedir disculpas sí es importante, pero primero es esencial que la otra persona pueda desahogarse completamente. Muchas veces pedimos disculpas en un afán de no tener que escuchar cómo hemos herido al otro.
Conozco a una esposa que quería saber todos los detalles de la infidelidad de su esposo, pero él los fue compartiendo muy de a poco. La terapeuta matrimonial Michele Weiner-Davis [2] advierte que cuando el cónyuge comparte los detalles de apoco, cada vez que lo hace vuelve a traumatizar a su pareja.
No todas las personas desean saber los detalles, por lo que es importante ser sensibles a los deseos del cónyuge. Si el cónyuge desea saberlo todo, hay que contarlo todo.
¿Por qué será que las personas que han cometido una falta sólo suelen contar una parte y no todo? Hay por lo menos tres motivos: (1) el peso es tan grande que sólo se acuerdan de parte de lo que podrían contar; (2) la vergüenza y (3) el temor a las consecuencias de contarlo todo.
En un estudio publicado por la APA, “Hice trampa, pero sólo un poquito”, los autores explican que las “confesiones parciales parecen atractivas ya que ofrecen la oportunidad de aliviar los sentimientos de culpabilidad sin tener que enfrentar todas las consecuencias de la transgresión … Lo que las personas no pudieron anticipar, sin embargo, es el hecho que las confesiones parciales” no satisfacen esa necesidad de confesar. E inclusive, pueden aumentar el dolor asociado con la culpabilidad.
Para la persona que fue engañada
Michele Weiner-Davis sugiere que, si usted necesita saber los detalles, es importante poder escucharlos calmadamente y sin recriminaciones.
Cuando serví como líder eclesiástico, me tocó apoyar tanto a mujeres como a hombres que quisieron hablarme sobre transgresiones a la ley de castidad. Les decía algo como: “Que valiente ha sido al venir a hablarme. Sé que no ha sido algo fácil. Gracias por todo lo que me ha contado”.
Pero agregaba, “Ya sea mañana o pasado recordará más detalles o querrá hacer algunas correcciones en cuanto a lo que me ha dicho. Yo estaré esperando esa conversación si eso le pasa”. Casi todas las personas volvieron a hablarme y a quitarse el resto de ese tremendo peso.
O sea, el dolor de la culpabilidad pelea con el temor de confesar. Aunque dudo que la persona que fue engañada pueda agradecer que se le haya contado sobre la infidelidad, sí podría invitar a que el cónyuge cuente el resto de la historia.
La persona que ha sido engañada se beneficiará al tener a alguien que la escuche sin darle sugerencias o consejos. Que simplemente le escuche su gran dolor. Alguien que no sea la persona involucrada en la infidelidad. En este caso, el mejor tipo de escucha es la escucha empática fluida. En estas, las personas no hacen preguntas y respetan las pausas. La persona herida toma las riendas de la conversación y habla de lo que desea hablar, sin ser guiada. En cambio, las personas que hacen preguntas muchas veces son guiadas por la curiosidad morbosa. Su mayor preocupación no es el bienestar de la persona que está sufriendo.
También pasa que algunas personas le quitarán el escenario a la que sufre al compartir problemas que ellos han sobrellevado. Adicionalmente habrá personas que mostrarán simpatía en vez de empatía y darán consejos no deseados.
Una hermana compartió, en cuanto a la reacción de sus amigas, “Sentí que todo el mundo pensó que fui una tonta por no dejar a mi esposo después que él me fue infiel”. Ella mencionó que su líder eclesiástico le sugirió que se diera tres meses antes de decidir si quería quedarse o abandonar el matrimonio. Esto fue de gran alivio para ella. El saber que no tenía que decidir al instante, pero que podría postergar esa decisión. “Sentí mucho alivio con ese consejo”, me explicó. En el caso de esta hermana, fue la decisión que le trajo paz a largo plazo.
¿Me quedo o me voy?
Hablando de la pregunta, ¿me quedó o me voy?, Michele Weiner-Davis recomienda que las personas que han sido engañadas no tomen esa decisión en caliente. Fácilmente este período de crisis puede durar meses. Michele divide el proceso en tres etapas: (1) el período de crisis, (2) el período de reconstrucción, y finalmente (3) el período de mantención. Estos suelen ser inexactos. La pareja puede estar en el segundo o tercer período, pero algo puede gatillar los recuerdos dolorosos. Michele da el ejemplo de una pareja que sale a cenar, pero el nombre de la mesera coincide con el nombre de la querida.
La terapeuta explica que la persona que fue infiel muchas veces piensa que nunca será perdonada o recuperará la confianza otra vez. Ciertamente esta falta de confianza juega en contra del matrimonio. Es por lo que Michele sugiere que una vez pasado el período de crisis, que la pareja decida tener conversaciones sobre este tema en un horario específico durante la semana, para no estropear momentos de paz y felicidad.
Consejo para mediadores, terapeutas y líderes eclesiásticos
La recomendación más importante sería la de nunca atender a la pareja juntos. O sea, pienso que es esencial que se reúna en forma separada con cada uno y les escuche en forma empática fluida. O sea, sin hacer preguntas o guiar la conversación. Que ponga al lado los consejos hasta que el individuo se halla desahogado por completo.
Muchos mediadores y terapeutas matrimoniales toman el papel de policía de tránsito, e intentan que los involucrados no se insulten frente a él o ella. Eso es básicamente imposible. Los insultos pueden ser muy directos o sutiles, pero una vez que salen de las bocas de las personas es demasiado tarde. Cuando los individuos se hieren ante un tercero, especialmente frente a una persona que respetan, estos insultos se magnifican. Yo insisto en evitar que una pareja entre a mi oficina junta, cuando hay posibles desafíos matrimoniales.
Recomiendo que las partes se sometan a la Mediación dirigida por los individuos, una metodología que enfatiza múltiples reuniones preliminares con cada cónyuge y el mediador. Éstas pavimentan el camino hacia la última reunión, la sesión conjunta.
El mediador prepara a ambas partes durante estas reuniones preliminares, para que puedan llegar a eventualmente participar en una sesión conjunta. En ella, el mediador se sienta a cuatro metros de los involucrados y les permite dialogar con mínima interferencia.
Las personas interesadas en recibir más literatura sobre los diversos tipos de escucha mencionados en este artículo, o sobre la mediación dirigida por los individuos, pueden contactar al autor por medio del correo, bielikov2@yahoo.cl.
Fuentes
[1] Dallin H. Oaks, ¿A qué conducirá esto? Conferencia General, abril de 2019.
[2] Michele Weiner-Davis, Healing from Infidelity (Cómo sanar de la infidelidad), 2017.
[3] Peer, E., Acquisti, A., y Shalvi, S. American Psychological Association, Journal of Personality and Social Psychology, 2014, “I Cheated, but only a Little” (“Hice trampa, pero sólo un poquito”).
Foto: tim-mossholder-bo3SHP58C3g-unsplash
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