Mi gran tristeza fue que me desgarraron de mi Chile querido cuando era un adolescente. Justo antes de salir de la patria tuve la gran bendición de ser expuesto al Libro de Mormón y sentir el gran poder de ese bello libro. Varios años después, fue la lectura de ese tomo que me permitió conocer a Cristo y a unirme a su Iglesia.
Uno de mis compromisos bautismales fue el de pagar un diezmo íntegro. Mi bendición patriarcal menciona que tendría lo suficiente, económicamente, para poder sostener a mi familia. Me casé joven, en el templo de Oakland, en California.
En mi juventud en Chile, nunca tuve que ensillar mi propio caballo, porque alguien siempre lo hacía por mí, en el fundo de mis padres en San Javier. Pero ahora estaba lejos de mi hogar y me tocó ensillar los caballos de otras personas, limpiar las pesebreras llenas de estiércol y muchos otros trabajos útiles que me hacían sentirme lleno de vida.
Por un tiempo tuve tres trabajos al mismo tiempo: (1) asesor de los hijos de los migrantes agrícolas en una escuela secundaria; (2) después me iba a un restaurante mexicano donde casi siempre cerrábamos tarde; y (3) los sábados ofrecía clases de equitación (o sea, cómo montar a caballo). El domingo era el día del Señor.
Una tarde tuve una experiencia interesante en el restaurante, donde trabajaba lavando la losa (o en el lenguaje mexicano, lavando trastes). El dueño, abogado por profesión, pasó por su negocio y me dijo, “Gregorio, te veo tan feliz lavando trastes que tengo otro trabajo para ti”. Pensé, con entusiasmo, que me iban a dar un puesto como de mesero, pero el dueño me dijo, “Aquí están las llaves, ahora tu eres el jefe”. Y se fue, dejándome atónito. Mis compañeros de trabajo, uno por uno me preguntaba qué pasaba, y les respondía, “No sé, parece que soy el jefe”.
Mi linda esposa me ayudó a conseguir un puesto con mayor remuneración como técnico educacional ayudándole a los trabajadores agrícolas migrantes a superar sus vidas y eventualmente me fomentó a que postulara a un puesto como académico de la Universidad de California. Fue grato tener sólo un trabajo a la vez y poder dedicarle más tiempo a la familia y a la Iglesia. Lo que ganaba era suficiente para cubrir las necesidades de mi familia que iba creciendo. Además, me encantaba mi trabajo.
Mis dos especialidades fueron el aumento de la productividad en empresas agropecuarias y la mediación de conflictos relacionales. A medida que fui avanzando en mi carrera, me empezaron a invitar universidades y organizaciones dentro de California, en otros estados y también internacionalmente. Durante la primera mitad de mi carrera los viáticos y pasajes fueron costeados por los anfitriones, pero no había ningún sueldo adicional. Algunos de los primeros países que me invitaron fueron México, Canadá, Rusia, Colombia, Uganda y Chile.
Debo hacer un paréntesis aquí sobre un cambio que me tocó vivir en mi carrera. En un principio las universidades “estaban opuestas a que sus profesores y académicos prestaran servicios de asesoramiento pagado a otras empresas o entidades; posteriormente lo toleraron; y enseguida lo fomentaron”.[1] Es un tema algo polémico. Dos motivos, entre otros, por el que las universidades promueven tales asesoramientos es el aumento de prestigio que estas organizaciones reciben y la experiencia adquirida por el académico que trabaja más allá de lo teórico. Pero también se presta a abusos. Por ejemplo, un profesor puede darles más importancia a sus asesorías que a sus alumnos, aunque estudios sobre el tema muestran que esto no es común.[1] La Universidad de California tiene parámetros y pólizas detalladas en cuanto a estas asesorías.
Un día estaba en una conferencia con otros colegas cuando uno de los profesores de la Universidad Texas A&M pidió, varias veces, conversar con uno de mis jefes, un destacado especialista en recursos humanos. Aunque mi jefe le decía que con gusto conversaría con él, creo que no captó que este profesor sentía urgencia para conversar.
Después de varias reiteraciones, ese profesor de Texas A&M se acercó a mí y me preguntó si podíamos conversar. Yo había percibido lo que estaba pasando y no me hice de rogar. Nos apartamos de inmediato a platicar. Me invitó a ser uno de los discursantes en un congreso de una semana de duración que se llevaba a cabo en su estado. Entre los participantes se encontraban los agricultores y ganaderos más destacados de Estados Unidos y Canadá. Yo expondría por un día, sobre el tema de administración laboral agrícola. Pero sería una asesoría remunerada.
Era mi intención no recibir ese dinero personalmente, sino traspasarlo directamente a la Universidad de California. Cual sería mi asombro cuando mis jefes se opusieron. Les expliqué que yo prefería que el dinero lo recibiera la Universidad, pero cuando vi mucha resistencia, manifesté que podría tomar tiempo de vacaciones y recibir el dinero personalmente. Mis jefes, sorprendentemente, optaron por esta segunda opción. Lo que gané en ese viaje de tres días fue equivalente a mi sueldo mensual.
En Texas A&M me advirtieron: “Aquí los participantes te pondrán una calificación entre el 1 y el 5. Si no te sacas por lo menos un 4 de promedio, no te volveremos a invitar”. Me recordó algo de uno de mis viajes a San Carlos y Los Ángeles, en Chile, cuando fui profesor Invitado de la Universidad de Chile. Los agricultores que me invitaron me informaron similarmente: “Mira Gregorio, aquí no somos como la Universidad. Si no nos gusta tu charla, será muy corta”. Parece que les gustó ya que conversamos desde la sobremesa del almuerzo hasta la noche y aun así nadie quería irse. Similarmente, les cautivó mi charla en Texas A&M ya que me invitaron por más de una década.
Estos trabajos pagados empezaron a aumentar. Una de las universidades que me convidó trató de persuadirme a trabajar por ellos explicándome que, en esa universidad, los profesores tenían el equivalente a más o menos un mes al año en que podían recibir sueldos adicionales por medio de asesorías pagadas. California es uno de los estados más parecidos a Chile y no acepté esa generosa proposición. Diez años después, esa misma política fue adoptada por la Universidad de California. Ya no tuve que tomar vacaciones para llevar a cabo esas asesorías.
Pero lo que sí pasó es que comencé a relacionar las invitaciones pagadas (y había muchas que no eran pagadas, también), con desafíos económicos que venían en el horizonte. Yo no los podía ver en forma tan anticipada pero el Señor sabía que venían y me bendecía antes de que se lo pidiera. Pude ayudarle a mis hijos con el costo de sus estudios, algo muy caro en los EE.UU. Nunca lo hubiera logrado con mi sueldo de académico. Cuando las presiones económicas disminuyeron, también se redujeron las asesorías. El último año, cuando anuncié mi jubilación, una de mis jefas —que me había brindado mucho apoyo en mi carrera en la Universidad— me pidió que redujera mis asesorías drásticamente para que en cambio ofreciera charlas dentro de la Universidad de California sobre cómo se podía trabajar mejor en equipo.
El Señor me había prometido que tendría suficiente para cubrir mis necesidades económicas si yo hacía mi parte con fidelidad. Esta es una de las grandes bendiciones del pago del diezmo. Fue el Señor el que me tomó de la mano y me ayudó a seguir progresando de un trabajo a otro y finalmente, dentro de la Universidad. Y fue el Señor que también abrió el camino para que pudiera jubilarme antes de lo pensado y volver a la patria tan añorada.
Algunos viven sin las bendiciones
El presidente Bastián Alex Nova, de la Rama Llanquihue, Estaca de Puerto Montt, en Los Lagos, Chile, me invitó a discursar sobre el tema del diezmo. Su invitación me tocó el corazón. Sentí el gran amor y preocupación del presidente Nova hacia cada uno de nosotros, miembros de la rama. La pregunta que percibí es ¿si acaso confiamos más en nosotros mismos que en el Señor? “…probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10b).
“Algunos no pagan su diezmo y viven sin las bendiciones”, me explicó. “El Padre nos ama y no quiere que pasemos hambre u otros pesares económicos”. Es toda la verdad. Seremos probados en estas cosas, pero el Padre realmente desea bendecirnos.
El presidente George Q. Cannon explicó: “Cuando alguien dice, ‘no tengo suficiente dinero para pagar el diezmo’, lo que realmente está diciendo es, ‘no tengo fe para pagar mi diezmo’”.
Le manifestamos al Espíritu nuestro deseo de ser obedientes
A mí me encanta pagar el diezmo. Espero el inicio de cada mes con anhelo. Quiero dejar bien claro que este amor por el pago del diezmo es un regalo por medio de la gracia de Cristo. Cada uno de nosotros gozamos de más facilidad en cuanto a cumplir con algunos mandamientos mientras que otros nos cuestan. Si le es difícil pagar el diezmo, lo invito a orar fervientemente por este don junto con su familia.
Mientras tanto, lo invito a que el próximo domingo se lleve a casa por lo menos cinco sobres de diezmos y ofrendas. Si faltan, pídaselos a un miembro de su obispado o presidencia de rama. Estoy seguro de que ellos felizmente se los proporcionarán. Cuando gane cualquier dinero, sin importar si es poco o mucho, póngalos en uno de estos sobres y séllelos de inmediato. Ya es dinero consagrado al Señor. Las bendiciones de Dios caerán sobre su familia en forma inminente. Simplemente por el cambio en su corazón. Se llenará de gozo.
El élder Richard D. Scott indicó: “Cuando usted [como maestro] le fomenta a los estudiantes a que levanten sus manos para responder a una pregunta, aunque quizás ellos no lo realicen, le están indicando al Espíritu Santo sobre su disposición a aprender”.
De esta misma manera, cuando tomamos un paso positivo hacia la obediencia de algún mandamiento que nos cuesta, la gracia de nuestro Señor Jesucristo se manifiesta en nuestras vidas y tomamos un paso en la dirección deseada. Le estamos indicando al Espíritu Santo que queremos mejorar. La idea no es pagar el diezmo de mala gana, pero, al contrario, con un tremendo gozo y sentido de profundo agradecimiento.
Doy mi testimonio sobre la veracidad de este principio. En una ocasión en la que tomé tal paso para guardar un mandamiento que sí me costaba, no sólo sentí la aprobación del Espíritu, sino que además sentí el derramamiento de la gracia del Señor en mi vida con una fuerza indescriptible. Fue como si el Señor me hubiese dicho, “Tú has hecho esto, y mira lo que ahora yo haré por ti”.
No sentirse solo
Esta bendición de que tendría lo suficiente para cubrir mis necesidades básicas me ha hecho sentir que no estoy solo. Realmente ha sido como enseña Jesucristo por medio de Isaías: “Y acontecerá que antes que clamen, yo responderé; mientras aún estén ellos hablando, yo habré oído” (Isaías 65:24). Mientras que esta escritura se aplica generalmente a nuestras oraciones, ¿cómo se sentiría al saber que el Señor conoce sus necesidades económicas antes de que usted lo sepa y que la ayudará a sobrellevarlas?
Además de la soledad que traen los problemas económicos, existe otro tipo de soledad. El presidente Harold B. Lee enseñó que las bendiciones mencionadas en Isaías 58:9 también están estrechamente asociadas con el pago del diezmo: “Entonces invocarás, y te responderá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí” (Isaías 58:9a). ¿Acaso no le gustaría poder percibir las respuestas a sus oraciones?
Esto no significa que el Señor le va a conceder lo que usted pida. No, lo que sí le dará es algo mil veces mejor. Tendrá un testimonio de que el Padre está escuchando cada una de sus oraciones y que las ventanas de los cielos se abrirán, llenas de revelación, bendición e inspiración en su vida. Realmente, ¡el Señor abrirá las ventanas de los cielos y derramará sobre nosotros bendición hasta que sobreabunde!
Vuelvo a compartir la pregunta del P. Nova: “¿Confiaremos más en nosotros mismos que en el Señor?”
Fuente:
[1] Faculty Consulting: Issues, Policies, Characteristics of Faculty Who Consult (2019). URL 24 de julio de 2019 https://education.stateuniversity.com/pages/1967/Faculty-Consulting.html