Articulo enviado por David Moraza (Jr). actualmente estudiando en BYU
En esa ley de opuestos de la que se alimenta nuestra probación en la tierra, podemos aplicar y conocer el sentido de ese refrán que dice: no hay bien que por mal no venga. Ya se sabe que la lección viene tras la prueba, el premio tras el trabajo y la felicidad tras la pena. En este juego de oposiciones, sin embargo, también podemos encontrar males que por bienes vienen. Para el propósito de este artículo, nos centraremos en uno, que tras el bien del raciocinio, viene el mal de nuestra imperfectísima psicología; es decir, nuestro fallo al discernir y al juzgar los eventos y existencias de nuestra vida.
De esta débil y pésima psicología nuestra, nace otro refrán verdadero: del amor al odio hay sólo un paso. La ciencia[i] dice que es verdad, que la actividad cerebral al sentir amor es muy similar a la del odio; yo añado lo siguiente: que esto es porque interpretamos el odio como opuesto del amor, cuando los opuestos de ambos es la indiferencia. Para que se entienda, no podríamos decir que no hay amor que por odio no venga.
Doña Indalecia
Pues, en fin. Estaba leyendo yo un día cierta historia de Leopoldo Alas (Clarín), que se titula “para vicios”[ii]. En tal historia, se nos presenta a un personaje, doña Indalecia, que “creía más en la Iglesia que en Dios; pensaba que Jesús se había dejado crucificar para que, andando el tiempo, hubiese un lúcido Colegio de Cardenales y Congregación del Índice”. Pues bien, eso de creer más en la Iglesia que en Dios me dio mucho en qué pensar.
Antes de analizar la relación entre Dios y su Iglesia, veo conveniente cuestionar qué es la iglesia en sí y el problema de creer más en la Iglesia que en Dios. Para esto, recurro a una pregunta que mi profesora de lengua y literatura nos hizo en el I.E.S. Celia Viñas: ¿dónde está el español? Las respuestas fueron: en Valladolid, en la Real Academia Española, en Colombia. La respuesta de la profesora, fue, “en ningún sitio, el español lo forman las personas que lo hablan”. Con la Iglesia es lo mismo; aunque se destruyan todos y cada uno de los edificios de la Iglesia, la Iglesia seguirá siendo iglesia; la Iglesia es el conjunto de los miembros.
Pues bien, para creer en Dios no hace falta creer en la Iglesia; hay quienes creen en Dios sin creen en ninguna religión, y hay quienes creen en Dios creyendo en una religión distinta. Sin embargo, muy a menudo, sin darnos cuenta, creemos en Dios porque creemos en la Iglesia. Esto puede llegar a ser un mal que viene por un bien, y forma parte de esa imperfecta psicología que vino con la caída de Adán y nuestra separación física de Dios.
El deseo mimético
El problema es que creer más en la Iglesia que en Dios, provoca que el conflicto en la Iglesia nos aleje de Dios; Dios nos resulta indiferente y nos queda el odio. Si creyéramos más en Dios que en la Iglesia, el conflicto en la Iglesia nos dejaría indiferentes y nos quedaría el amor a Dios. Todo esto tiene una explicación psicológica cuando atendemos a René Girard, un psicólogo francés que habló del “deseo mediado” o “deseo mimético”.
El deseo mimético[iii] es lo que ocurre entre don Quijote y la caballería andante. El objeto de don Quijote es ser caballero andante; para ello, imita a Amadís de Gaula, personaje de sus libros. En palabras de Girard:
Don Quijote ha renunciado, a favor de Amadís, a la prerrogativa fundamental del individuo: ya no elije los objetos de su deseo; es Amadís quién debe elegir por él. “El discípulo se precipita hacia los objetos que le designa, o parece designarle, el modelo de toda caballería”. Denominaremos a éste el mediador del deseo. La existencia caballeresca es la imitación de Amadís en el sentido en que la existencia del cristiano es la imitación de Jesucristo.[iv]
Por lo tanto, tenemos un sujeto que desea un objeto por la influencia de un mediador: en este caso, don Quijote, el sujeto, desea ser caballero andante porque imita a Amadís. Esto es, la única razón por la que don Quijote desea ser caballero es porque imita a Amadís.
Un mediador
Si trasladamos esto a lo religioso, encontramos el problema existente al creer más en la Iglesia que en Dios. La iglesia, es decir, el conjunto de miembros, actuarían como mediadores de nuestro deseo, por lo que nuestro amor a Dios depende de nuestra relación con la Iglesia.
Por lo tanto, si el conflicto en la Iglesia surge, la fuente de nuestro deseo de amar a Dios se destruye, el mediador que nos lleva a Dios desaparece. Entonces, ya no tenemos a quién imitar para conseguir nuestro objeto, ni tenemos a nadie que nos diga qué objeto queremos, y por lo tanto nuestro objeto, Dios, el amor a Dios, se daña y termina por sernos indiferente.
El problema es que el ser humano siempre necesita un mediador, un objeto de imitación, una figura que nos diga lo que queremos. Y lo tenemos, pero nos cuesta identificar quién es ese modelo e ídolo. Es fácil, Jesucristo.
Y, al mismo tiempo, el mediador que nos lleva a imitar a Cristo, es el Espíritu Santo.
Profundizando más en el deseo mimético, nos encontramos con que Girard distingue entre mediadores (modelos de imitación) externos e internos. En palabras de Girard:
Hablaremos de mediación externa cuando la distancia sea suficiente para que las dos esferas de posibles […] no estén en contacto; y hablaremos de mediación interna cuando esa misma distancia esté lo suficientemente reducida como para que ambas esferas penetren más o menos profundamente la una en la otra.[i]
La mediación externa e interna
La ventaja con la mediación externa, es que el mediador o modelo son perfectos y estáticos; no hay posibilidad de conflicto. Amadís, al igual que Jesucristo, son mediadores externos; ambos son perfectos ejemplos, uno de la caballería andante y el otro de la obediencia a Dios y del camino hacia él; ninguno de ellos cambia, los textos primarios sobre sus ejemplos son estáticos; además, ambos junto con el Espíritu Santos, son fuentes perfectas de verdad.
La desventaja de la mediación interna, cuando el mediador o modelo de imitación y el sujeto están cerca, es que surge una posibilidad de conflicto y rivalidad. Nos da rabia darle la razón a in igual, ambos queremos ser el modelo, no el imitador. Girard dice que este sentimiento de rivalidad y conflicto con el mediador interno, se llama odio. En mi opinión esto se debe a que el mediador interno es mutable; el mediador interno puede ofendernos, mientras que Amadís, Jesucristo o el Espíritu no; el mediador interno puede cambiar de parecer, de ideas; en fin, es un ser imperfecto con el que podemos desarrollar conflictos.
La iglesia como mediación interna
La Iglesia, como conjunto de miembros, es un mediador interno. Tanto los líderes como los miembros son humanos imperfectos. Los miembros y los líderes pueden equivocarse[vi], nos pueden ofender, nos pueden caer bien o mal. Confiar nuestro deseo de amar a Dios en la imitación y modelo de estas personas, es un riesgo del que nos tenemos que deshacer cuanto antes. Pues, todos los miembros, o la mayoría, comienzan su camino hacia el amor y creencia en Dios con mediadores internos: los misioneros, amigos, padres, líderes etc.
Cristo como modelo
Entonces, ¿cómo compaginamos esto con el hecho de que la Iglesia es verdadera? Después de todo, el sacerdocio reside en la membresía de la Iglesia. La respuesta es esta: a medida que vamos reemplazando la Iglesia (miembros) como mediadores internos por el Espíritu y Jesucristo, mediadores externos, empezamos a obtener un testimonio de la veracidad de todas las cosas.
Nuestra relación con la Iglesia y nuestro deseo de servir en ella están mediados con Cristo como modelo; el sacerdocio deja de ser un mero grupo de personas y se convierte en el poder de Cristo. Es decir, dejamos de ver la Iglesia como un grupo de personas y empezamos a ver la Iglesia el medio por el que Dios nos sirve y le servimos. El conflicto y rivalidad entre el conjunto de personas (mediadores internos), por lo tanto, nos causa indiferencia, por lo que no se puede generar un sentimiento de odio; más bien, nos queda el sentimiento de amor que nos proporciona el modelo de Cristo.
En fin, ponemos una gran trinchera entre el amor y el odio, y combatimos el mal juicio y mal discernimiento que vienen como males del bien del raciocinio. Nos convertimos en mejores mediadores internos temporales para aquellos que aún no llegan a hacer de Cristo su mediador externo.
Nuestros perfectos mediadores
En conclusión, decimos que no hay bien que por mal no venga y que hay algunos males que por bienes vienen, como nuestra capacidad de raciocinio viene con la desventaja del mal juicio. Este mal juicio o mal discernimiento, hace que del amor al odio haya sólo un paso. Del amor al odio a Dios hay sólo un paso porque creemos más en la Iglesia que en Dios. Creemos más en la Iglesia que en Dios, porque hacemos de la Iglesia nuestro mediador interno; los mediadores internos crean conflicto, rivalidad, que es odio. En vez, debemos de hacer de Jesucristo y el Espíritu Santo nuestros mediadores externos (sin conflicto), porque son fuentes perfectas, y con ellas no tenemos conflicto.[vii]
Y aquí, las causas y los peligros de creer más en la Iglesia que en Dios, y las ventajas de creer más en Dios que en la Iglesia.
Este es un artículo de opinión donde el autor expresa su punto de vista el cual es de su exclusiva responsabilidad y no necesariamente representa la posición de El Faro Mormón o la de alguna otra institución.
Fuente: teancum.es
[i] http://ecodiario.eleconomista.es/ciencia/noticias/829842/10/08/Del-amor-al-odio-hay-un-paso-los-estudios-lo-corroboan.html
[ii] https://albalearning.com/audiolibros/clarin/pvicios.html
[iii] Millán Alba, Jose Antonio. Los mitos según René Girard. Amaltea, portal de mitocrítica. Universidad Complutense de Madrid. Nº. 0, 2008, págs. 63-86. http://webs.ucm.es/info/amaltea/revista/cero/05_Millan.pdf
[iv] Mentira romántica y verdad novelística de René Girard.
[v] Mentira romántica y verdad novelística de René Girard.
[vi] Dejando aparte a los profetas cuando hablan en nombre de Dios.
[vii] A no ser que hagamos de Satanás nuestro modelo para “llegar a Dios”.