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3. Dispersión y Recogimiento de Israel 

3. Dispersión y Recogimiento de Israel
Acompaña artículo sobre recogimiento de Israel de Gregorio Billikopf Encina

Pocos temas me apasionan tanto como la dispersión y recogimiento de Israel. Este es el tercer artículo de la serie sobre el papel vital que el Libro de Mormón está jugando en el recogimiento de Israel según el Antiguo Testamento (o Biblia Hebrea). En el último artículo vimos algo sobre la historia de Israel y su guerra civil. Las diez tribus del norte recibieron el apodo Efraín y las dos del sur Judá, cada uno basado en su tribu principal. Ezequiel habla de Efraín y de Judá como dos hermanas malvadas, Ahola y Aholiba, ambas compitiendo para superarse en su perversidad. Él llama a Samaria (capital de Efraín) Ahola, y a Jerusalén (capital de Judá), Aholiba (Ezequiel 23:4 ff.).

En ese entonces Efraín estaba a punto de ser capturado por Asiria y ser esparcido por toda Europa, Asia y África. Estas personas no regresarían a la Tierra Santa, sino que serían esparcidas por todas partes y llegarían a ser llamadas las Tribus Perdidas. [Los miembros de la Iglesia que son descendientes de Efraín o Manasés por medio de su sangre europea, son descendientes de estas Tribus Perdidas.]

Así es que leemos que “En los días de Peka, rey de Israel, vino Tiglat-pileser, rey de los asirios, y tomó Ijón, y Abel-bet-maaca, y Janoa, y Cedes, y Hazor, y Galaad, y Galilea y toda la tierra de Neftalí; y los llevó cautivos a Asiria” (2 Reyes 15:29).

La captura de Judá por Babilonia seguiría unos 120 años más tarde y duraría siete décadas. Gran parte de Judá permanecería en Babilonia [y éstos también perderían la noción de su descendencia de Judá] y sin embargo un remanente regresaría a la Tierra Santa. El Mesías prometido, Jesús el Cristo, nacería de este remanente de la tribu de Judá que sí regresaría a Israel.

Del cautiverio de Judá en Babilonia leemos: “Las ciudades del sur fueron cerradas, y no hubo quien las abriese; toda Judá fue llevada cautiva, llevada en cautiverio fue toda ella” (Jeremías 13:19). Estas escrituras en 2 Reyes y Jeremías están acompañadas por muchas otras. Estos eventos tuvieron lugar durante varios años y olas de cautiverio.

Después de la muerte de Jesucristo, Judá continuó dispersándose. Sin embargo, ella fue capaz de mantener su identidad nacional. Muchos de Judá —tal como pasó con su hermana Efraín— han perdido su identidad. También sabemos que algún día leeremos los escritos de las tribus perdidas que sí mantuvieron su identidad, 2 Nefi 29:1213; DyC 133:2634.

La familia de Lehi escapó de Jerusalén justo antes de que Judá fuera tomada cautiva, y con la ayuda de Dios, hizo embarcaciones marítimas para viajar al continente americano.

De una forma u otra, entonces, los hijos de Jacob fueron esparcidos por todos los continentes, las islas del mar, y cada rincón de la tierra. Su sangre se mezclaría con las de cada tribu y gente por sobre la faz de la tierra.

En Génesis 22:18a se le dijo a Abrahán: “En tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra”. Una de las maneras en que esto se llevaría a cabo sería por la sangre de Israel que correría a través de todas las naciones.

Bendiciones patriarcales en la antigüedad

El Antiguo Testamento contiene las bendiciones patriarcales de José, así como las de sus hermanos. Encontramos una porción muy importante de la bendición patriarcal de José en Génesis 49:22–26. También hallamos otras bendiciones patriarcales, unas dadas por Moisés en Deuteronomio 33:13–17. Deseo citar el último de estos versículos: “Su gloria es como el primogénito de su toro, y sus cuernos como cuernos de toro salvaje; con ellos arrinconará a todos los pueblos hasta los confines de la tierra; y estos son los diez millares de Efraín, y estos los millares de Manasés” (Deuteronomio 33:17).

Estos cuernos debían ser usados para reunir a Israel de todas las naciones de la tierra. Un Elder que sirvió en nuestra rama de Llanquihue, y con quien compartí estos pensamientos, sagazmente agregó: “Sí, un cuerno representa a Efraín y al otro Manasés”.
Serían los miles de Manasés y los diez miles de Efraín quienes comenzarían esta gran obra. Ciertamente, con el tiempo, los misioneros de todas las tribus estarían unidos en este esfuerzo. Y el trabajo de recogimiento, como hemos dicho, se lleva a cabo a ambos lados del velo.

Escribiéndole a su posteridad

Si a usted se le diera la oportunidad de escribir una carta a sus tátara nietos y compartir su testimonio de nuestro Salvador Jesucristo —mensaje que ellos verían en un momento en que habían perdido el conocimiento de Él— ¿no sería maravilloso? ¿y no sería eso aún más maravilloso si sus lectores fueran bendecidos con el Espíritu Santo para conocer la veracidad de su testimonio? En esencia, esto es lo que el Libro de Mormón representa para las naciones lamanitas. Pero este libro no es sólo una bendición para los de la herencia lamanita, sino para todo el mundo, para todas las naciones, tanto para los pueblos judíos como para los gentiles, para convencer a todos de que Jesús es el Cristo.

Los profetas hablan del recogimiento

Los judíos, como hemos dicho, dividieron el Antiguo Testamento o Tanaj (תַּנַ»ךְ) en tres categorías discretas: la ley, los profetas, y los escritos. Los profetas, נְבִיאִים‎ o NEVI’IM, están llenos de alusiones, especialmente a la ley o Torá, תּוֹרָה.

Tanto la ley como los profetas testificaron particularmente de Cristo. Cuando el Señor visitó el continente americano, dijo: “Y esto es la ley y los profetas, porque ellos en verdad testificaron de mí” (3 Nefi 15:10b). Los libros proféticos son particularmente importantes en este respecto:

“En verdad os digo, sí, y todos los profetas desde Samuel y los que le siguen, cuantos han hablado, han testificado de mí. Y he aquí, vosotros sois los hijos de los profetas; y sois de la casa de Israel; y sois del convenio que el Padre concertó con vuestros padres, diciendo a Abrahán: Y en tu posteridad serán benditas todas las familias de la tierra” (3 Nefi 20:24–25).

“Y quienes escuchen mis palabras, y se arrepientan y sean bautizados, se salvarán. Escudriñad los profetas, porque muchos son los que testifican de estas cosas” (3 Nefi 23:5).

“Y he aquí, ahora os digo que debéis escudriñar estas cosas. Sí, un mandamiento os doy de que escudriñéis estas cosas diligentemente, porque grandes son las palabras de Isaías. Pues él ciertamente habló en lo que respecta a todas las cosas concernientes a mi pueblo que es de la casa de Israel; por tanto, es menester que él hable también a los gentiles” (3 Nefi 23:1–2, énfasis añadido).

Isaías 18

Hay varios capítulos en Isaías que hablan del Libro de Mormón. Uno de ellos es Isaías 18 (en otra ocasión lo consideraremos en su gloriosa totalidad). Aquí sólo citaremos a Isaías 18:7. Leemos de embajadores de la verdad que tienen una gran labor que desempeñar:

“En aquel tiempo será traído obsequio a Jehová de los ejércitos”. El obsequio que se traerá ante al Señor son los conversos de las doce tribus de Israel.

“El pueblo esparcido y desollado, pueblo temible desde su principio y después, gente subyugada y hollada, cuya tierra surcan los ríos”. Esta gente que ha sido esparcida y trillada y removida de sus tierras, son los hijos de Israel.

“Al lugar del nombre de Jehová de los ejércitos, al monte Sion”. Este lugar, claramente, es la casa del Señor, incluso el templo de nuestro Dios. El Monte de Sion representa el templo en Jerusalén —y por extensión, probablemente a todos los templos.
Uno de los mayores obsequios que podemos darle al Señor es el compartir su palabra con los demás y ayudar a otros a venir a Cristo. Así como el bautismo sin la confirmación no es completo, la obra misional no se completa hasta que los conversos lleven a cabo sus ordenanzas de salvación (y las de sus antepasados) en la casa del Señor. Por supuesto, cada persona tiene que además perseverar hasta el fin en rectitud. Una parte vital del recogimiento de Israel, entonces, es ayudar a la gente a ir al templo, y como dijo el Profeta José Smith en nuestra cita de apertura, a “prepararlos para las ordenanzas e investiduras, lavados y unciones” (HC 5:422).

Vuestro Dios, Mi pueblo

Hay múltiples referencias a través de las Sagradas Escrituras donde el Señor le recuerda a su pueblo del pacto abrahánico que fue reiterado en Lluvia en su temporada y en otros lugares. Aquí incluyo algunos ejemplos. En cada uno de estos casos se puede asumir que los lectores de las escrituras del antaño estaban íntimamente conscientes de las elipsis teológicas involucradas:

“Y os tomaré como mi pueblo y seré vuestro Dios; y vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que os sacó de debajo de las pesadas cargas de Egipto” (Éxodo 6:7, énfasis añadido).

Hablando de un día todavía futuro en ese tiempo: “Mas este es el convenio que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la escribiré en sus corazones; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (Jeremías 31:33, énfasis añadido).

“Para que la casa de Israel no se desvíe más de en pos de mí, ni se contamine más con todas sus transgresiones, y sea mi pueblo, y yo sea su Dios, dice Jehová el Señor” (Ezequiel 14:11, énfasis agregado).

“Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy Jehová vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado. Y acontecerá que después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Joel 2:27–28, énfasis agregado).

“Y los traeré, y habitarán en medio de Jerusalén; y serán mi pueblo, y yo seré su Dios en verdad y en justicia” (Zacarías 8:8, énfasis añadido).

Se hace alusión a otras escrituras que se encuentran en Lluvia en su temporada. Por ejemplo, en Daniel 9:7–11, leemos el reconocimiento de Daniel de que los hijos de Jacob habían quebrantado el convenio y habían sufrido así las consecuencias o maldiciones prometidas:

“Tuya es, oh Señor, la justicia, y nuestra la vergüenza de rostro, como en el día de hoy, y de todo hombre de Judá, y de los moradores de Jerusalén y de todo Israel, tanto de los de cerca como de los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti. Oh Jehová, nuestra es la vergüenza de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres, porque contra ti pecamos. De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado; y no obedecimos la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes, las cuales puso él delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas. Y todo Israel transgredió tu ley, apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual han caído sobre nosotros la maldición y el juramento que están escritos en la ley de Moisés, siervo de Dios, porque contra Dios pecamos” (Daniel 9:7–11, énfasis añadido).

Ezequiel 36

Encuentro que Ezequiel 36:16 ff. es particularmente interesante, porque es como si el Señor estuviera recordándoles a los hijos de Jacob sobre la Lluvia en en su temporada o de la elipsis espiritual justo antes de hablar sobre el papel vital que desempeñaría El libro de Mormón en cuanto al recogimiento de Israel de cada rincón del mundo: un papel que se menciona también en Isaías 66 entre otros.
“Y vino a mí la palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre” (Ezequiel 36:16–17a). El Señor comparte sus títulos con sus siervos. El Salvador es el HIJO DEL HOMBRE, porque su padre es el HOMBRE DE SANTIDAD (Moisés 6:57; 7:35). “Cuando los de la casa de Israel habitaban en su tierra, la contaminaron con sus caminos y con sus obras…” (Ezequiel 36:17b). En otras palabras, el Señor les está diciendo que quebrantaron el convenio abrahánico.

“Y derramé mi ira sobre ellos por la sangre que derramaron sobre la tierra, porque con sus ídolos la contaminaron. Y los esparcí por las naciones, y fueron dispersados por las tierras; conforme a sus caminos y conforme a sus obras los juzgué” (Ezequiel 36:18–19). Debido a la apostasía de la nación de Israel, ella fue esparcida como el Señor había advertido.

“Y santificaré mi gran nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos. Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todos los países y os traeré a vuestra propia tierra” (Ezequiel 36:23–24). Aquí, el Señor está hablando del recogimiento que vendría después de las bendiciones y maldiciones mencionadas en Deuteronomio 30:1–6, Lluvia en su temporada.

A continuación se enumeran las cuantiosas bendiciones espirituales que vendrían en el postrer día: “Y esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis purificados [compárese con las ordenanzas del templo descritas en Números: ‘Y así harás con ellos para purificarlos: Rocía sobre ellos el agua de la purificación’ (Números 8:7a)]: de todas vuestras impurezas; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Y os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros [posiblemente una alusión a la confirmación y recepción del Espíritu Santo]; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y que guardéis mis juicios y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:25–27, énfasis añadido).

Entre las bendiciones prometidas tenemos el retorno a las tierras consagradas a Israel, incluyendo la Tierra Santa, “Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres; y vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios” (Ezequiel 36:28, énfasis añadido). En los siguientes versículos el Señor menciona otras promesas de Lluvia en su temporada, tal como la abundancia de cosechas en lugar de hambruna, la reconstrucción de los lugares desechos, etcétera.

En el próximo artículo, finalmente veremos cómo el Libro de Mormón es la clave para el recogimiento de Israel en los últimos días, según la Biblia Hebrea (o sea, el Antiguo Testamento). Ya hemos presentado las partes del rompe cabezas para poder armarlo.

2 Comments

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  2. Los doce bueyes en el bautisterio del templo | El Faro Mormón

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