En el 2015 el élder Larry R. Lawrence dio un discurso durante la Conferencia General, “¿Qué más me falta?” (Mateo 19:20). Pensé, “No es muy lógico que yo le pregunte al Padre lo que todavía me falta, cuando sé perfectamente que tengo muchísimas flaquezas que superar”. Meses después le comenté esto a mi esposa. Linda me dijo que estaba siendo orgulloso. (Las esposas tienen una forma de ayudarnos a mejorar.) Dos años más tarde, el élder D. Todd Christofferson citó esa misma escritura, pero todavía no estaba preparado para preguntar.
Hace dos semanas, finalmente decidí indagar (a pesar que tengo bien clara la película de lo mucho que debo superar), “Padre, ¿qué más me falta?”. La respuesta, que no vino al instante, me llenó de alegría. No sólo recibí una contestación bien concreta, sino que además, el camino, o la salida, para lograr los cambios necesarios.
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar (1 Corintios 10:13).
Esta “salida” mencionada en Corintios, para mí, tuvo que ver con una mejor comprensión del “repaso de vida” que cada persona tendrá que comparecer ante Dios, como parte de nuestro juicio. ¿Y la falta que debía corregir? Se trata de caminar ante Dios más lleno del amor puro de Cristo hacia todo el mundo. Es un asunto sobre el cual siento que he logrado progresar algo, pero que le había pedido ayuda al Padre, recientemente, para seguir mejorando.
Y justamente, en mi estudio de las escrituras, estaba concentrándome en el capítulo 12 del libro de Éter, y en la escritura: “y si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Éter 12:27).
Repaso de vida
El Elder Orson Pratt explicó: “Llegará el momento en el que nuestros tabernáculos inmortales, cuando salgan de la tumba, tendrán un conocimiento de nuestro pasado, un conocimiento perfecto del mismo. No habrá imperfección de la memoria, pero recordaremos, como el profeta nos dice en el Libro de Mormón, todas las cosas que han acontecido en nuestras vidas mortales; todo lo que hemos pensado y hecho” (JD 3:344–345).
Como mediador de conflictos interpersonales me toca escuchar, en forma empática, los dolores que las personas han sufrido por medio de otros individuos. Pero mil veces más difícil me es experimentar los dolores que le he causado a otros. Pero algún día tendré ese repaso de vida frente al Señor y tendré que experimentar, en una forma más perfecta, cómo he tratado a mi prójimo.
Por mucho tiempo le he tenido terror a este repaso de vida, pero ahora lo veo como un gran obsequio, o salida (1 Corintios 10:13), de un cariñoso Padre hacia nosotros. Pero me estoy adelantando. El objetivo de este artículo es el de compartir lo que he aprendido sobre el repaso de vida, y cómo esto nos puede ayudar a vivir con más gozo en preparación para ese día en que cada uno nos presentaremos ante el Señor.
El dolor que hemos sentido
Para que realmente tenga el efecto deseado, este artículo requiere ser leído en forma pausada, contestando las preguntas, ya sea por escrito o mejor aún, conversando sobre las mismas con otra persona que también comparta con usted.
Primero, piense en algunas situaciones en las que alguien le haya causado daño o lo haya maltratado. Usaremos una escala del 1 al 7. El 7 consiste en un daño inmenso que a veces no nos permite dormir y que muchas veces es algo que tenemos que cargar por años. Un 4, representa un daño serio que nos causó mucha molestia en el momento pero que quizás ya casi hayamos olvidado. Un 1 representa una molestia o disgusto pasajero, o algo que sólo recordaremos en momentos muy específicos.
Por favor escoja por lo menos un caso en cada categoría: (1) en el que haya sido víctima de un daño grado del 6 al 7; (2) otro, del 3 al 5; y finalmente, (3) uno del 1 al 2. Al recordarlos, por favor considere las siguientes interrogantes:
Quién era esta persona, en cada categoría, ¿un conocido, un amigo, un cónyuge, un padre, un hijo, un tío u otro familiar? ¿Por qué piensa que experimentó tanto dolor? ¿Todavía siente ese dolor o ya no? ¿Por qué ya no? ¿Podríamos decir que las personas a las que más amamos son las que nos pueden causar más daño?
Al recordar estos eventos, ¿qué tipo de padecimiento siente hoy? ¿Cómo le han afectado estos eventos en su vida? ¿Siente que ya ha perdonado a estas personas del todo?
Ahora piense en experiencias positivas basadas en cómo otras personas lo han tratado. ¿Cuáles han sido las vivencias más positivas de su vida? ¿Cómo le han afectado? Antes de seguir leyendo, por favor anote sus respuestas o convérselas con alguien.
Le pregunté a varias personas sobre estos mismos temas. Las respuestas me conmovieron y me tocaron el corazón. Pido disculpas por compartirlas en una forma tan breve y superficial, y en varios casos combinando varias vivencias parecidas. Algunas meritan un artículo completo. A pesar de su brevedad, ojalá que tome el tiempo para sentir el sufrimiento compartido.
Ejemplos negativos
Del 1 al 2.
Recibí esta nota por medio del programa FamilySearch, “Por favor libere estos dos nombres [dio los nombres] para la obra del templo. Soy un descendiente directo. Gracias”. Pensé, “Yo también soy un descendiente directo y me costó muchísimo encontrar estos nombres”. A pesar del “por favor” y del “gracias”, sentí que ese hombre estaba expresando su derecho a ese privilegio, en vez de pedirme un favor. Además, siento culpabilidad por haberme molestado con su forma tan directa.
Pensé que eran buenos modales pedir disculpas al pagar con un billete que requeriría bastante vuelto. La señorita que me atendió me hizo una mueca de disgusto. Como consecuencia, nunca más he llegado a pedir disculpas al pagar con un billete que requiera mucho vuelto.
Un maestro me contestó con enfado e impaciencia al hacerle una pregunta sincera que nació de mi corazón.
Del 3 al 5
Viajé con visa de turista a otro país fuera de Sudamérica. Los guardias me trataron con prepotencia. No me dejaron entrar, como si fueran dueños del mundo. Esto causó un cierto rechazo hacia ese país y su cultura tan diferentes a la mía.
Como nuevo converso, en una ocasión se me trató con dureza innecesaria cuando el asunto podría haberse resuelto con una palabra cariñosa.
Del 6 al 7
Mi hija quebró la ley de castidad. Compartió imágenes de esto con su prima, la que a su vez los compartió con otros miembros de la familia. No pensaron dos veces en subirlos a las redes sociales. Además, lo compartieron con miembros de nuestra rama. No puedo expresar el dolor de madre que siento al saber que estos individuos, de mi propia familia, se hayan divertido al compartir estas “copuchas jugosas” a costa de mi sufrimiento.
La mujer que amaba me culpó injustamente y sin dejar que le explicara lo que había pasado y me tachó de mentiroso y mal intencionado. El dolor intenso se duplicó al saber que ella también estaba sufriendo. Aún después de un tiempo razonable siguió descartándome como si nunca le hubiera importado.
Me estafaron personas que se dedican a eso. Sentí el dolor de haber caído en la trampa. Y el de no haber escuchado al espíritu que trató de advertirme.
He sido robado por socios por tenerles demasiada confianza.
Personas a las que yo les había ayudado en su momento de necesidad me abandonaron cuando yo los necesitaba. También en ocasiones me he sentido traicionado.
Fui abandonada por mi [papá, mamá o ambos] con quebrantamiento de estos vínculos tan importantes. Me tuvieron que criar otros miembros de la familia.
Fui víctima de abuso sexual por años, de parte de un miembro cercano de la familia [en otro caso, por miembro de la familia]. Este ha sido un dolor que ha repercutido a través de mi vida.
Cosas positivas
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí (Mateo 25:35 – 36)
Tuve la culpa cuando me despidieron por andar de mal ánimo. Pero otra persona, mi empleador actual, me sacó del piso y me fomentó que tratara mi depresión. Después cumplió con su promesa y me contrató. Siento un agradecimiento sin nombre por este jefe. Cuando he cometido errores me ha ensañado en una forma muy humana.
El amor de mi madre. Ella vibraba con mis logros y mis alegrías. Esto me ayudó a encontrar la felicidad al servir a mi prójimo.
Un hermano que tornó los sentimientos negativos que yo estaba experimentando hacia él, en tranquilidad. Lo logró al explicarse con mucho amor y tomándose el tiempo para hacerlo.
La empatía hacia nuestro prójimo requiere que sintamos lo que otras personas están sintiendo. Las escrituras nos enseñan, por ejemplo, a “… llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras” y “llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo” (ver Mosíah 18:8–10).
Palabras, obras y pensamientos
En Alma 12:14 se nos advierte que nuestras palabras, obras y hasta nuestros pensamientos, serán parte de nuestro juico: “Porque nuestras palabras nos condenarán, sí, todas nuestras obras nos condenarán; no nos hallaremos sin mancha, y nuestros pensamientos también nos condenarán”. O, bendecirán según sea el caso.
El Profeta Brigham Young nos advirtió que “En el transcurso de la vida hay muchos de nuestros pensamientos, palabras, y actos a los que [equivocadamente] no le damos mucho peso —tanto así que quizás pensemos que difícilmente los notará el Señor” (JD 6:144).
En las Escrituras leemos, “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:36–37).
Hablando de palabras ociosas, recuerdo haber participado en una conferencia obligatoria de la Universidad de California. Yo amo mi trabajo con la excepción de las reuniones y conferencias forzadas sobre los académicos. En una de estas conferencias, venía conversando con un amigo en el pasillo y mencioné lo mucho que me cargaba asistir. De pronto, una colega que había formado parte del comité de planificación, y que caminaba cerca de nosotros, al escuchar mis palabras se dio vuelta para mirarme. En sus ojos, pude ver el dolor que mis palabras le habían causado.
Volviendo al repaso de vida
Al conversar del repaso de vida no estoy hablando de simplemente meditar sobre ella. Me refiero, en cambio, al proceso de ver parte o toda la película de nuestra vida. Esto puede ocurrir como un sueño (por ej., ver el relato compartido por el Élder D. Todd Christofferson, en la Conferencia General de octubre de 2017) o una visión de día (por ej., la experiencia que compartí en el artículo sobre la justificación, santificación y gracia), ambos dados por Dios. Más frecuentemente, estos repasos de vida le suelen ocurrir a personas que han estado cerca de la muerte o inclusive, que han cruzado ese umbral en forma temporal.
Los puntos y conclusiones que deseo compartir están basados en muchísimos casos compartidos tanto por miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días como por otras personas. No hablo con autoridad doctrinal, eso sí.
Estamos aquí en la tierra para un propósito transcendental. El Profeta José Smith advirtió: “Nuestros actos se registran, y en un día futuro serán colocados ante nosotros, y si no juzgamos bien y herimos a nuestros semejantes, tal vez allí nos condenen; allí serán de gran importancia, y para mí la consecuencia parece ser de fuerza mayor, más allá de lo que soy capaz de expresar” (TPJS 69).
Nuestros actos no se olvidan y por más pequeños que sean, los volveremos a experimentar como parte de nuestro repaso de vida. El Profeta John Taylor advirtió: “El hombre duerme el sueño de la muerte, pero el espíritu vive —no muere, el hombre no puede matarlo— donde se guarda el registro de sus obras; no hay decaimiento asociado a él, y conservará en toda su viveza el recuerdo de lo que ocurrió antes de la separación entre el cuerpo y el espíritu por medio de la muerte” (JD 11:78).
No sólo experimentaremos este resumen de nuestra vida viéndolo de nuestro punto de vista, sino especialmente de como nuestras palabras, obras y pensamientos afectaron a nuestro prójimo. Es en este punto que deseo detenerme.
La segunda parte del experimento
Nos es fácil excusar o perdonar nuestro comportamiento cuando nos equivocamos. Cuando otros se equivocan somos menos generosos y frecuentemente juzgamos y condenamos con severidad. Deseamos misericordia en cuanto a nuestra conducta; exigimos justicia en relación con el comportamiento ajeno.
Así como hemos dedicado un buen tiempo a contemplar los dolores que otras personas han causado en nuestras vidas, y a considerar que en muchos casos estos dolores no son pasajeros, ahora nos toca pensar en los dolores que le hemos causado a nuestro prójimo. Especialmente aquellas cosas a las que quizás no le hemos dado mucho peso, tal como a los asuntos relacionados con la paciencia.
Por ejemplo, ¿mostramos impaciencia hacia otros por medio de palabras o gestos? ¿Reaccionamos a la defensiva cuando nadie nos estaba atacando? ¿Levantamos la voz y nos enojamos fácilmente? ¿Tratamos a las personas que le sirven al público con poco respeto o con impaciencia? ¿Cobramos ojo por ojo y diente por diente cuando alguien nos trata mal? Cuándo manejamos, ¿lo hacemos en forma competitiva e impaciente? ¿Perdemos la paciencia con nuestros hijos o cónyuge?
Requiere cuidado y paciencia explicar las cosas más detalladamente y con cariño para evitar malentendidos. Por ejemplo, para evitar que la otra persona se sienta juzgada por nosotros.
Otros asuntos de gran importancia incluyen evitar (1) el juzgar a nuestro prójimo y (2) los sentimientos de competencia (cualquier tipo de comparación, ya sea sentimientos de envidia o prepotencia) hacia los demás. Ambos están estrechamente vinculados con el orgullo.
El propósito de este segundo experimento, entonces, es el de tratar de realmente sentir el dolor que le causamos a otros de día a día. Si nosotros hemos experimentado tanto dolor en nuestras vidas, ¿acaso las personas que se topan con nosotros, cuando no estamos llenos del amor puro de Cristo, no sentirán dolor, también?
El Élder D. Todd Christofferson (octubre de 2017) habla del gran amor proveniente de Jesucristo que sintió un amigo después de ver el repaso de su vida, a pesar de los sentimientos de culpabilidad. El antiguo presidente de misión vio un gran abismo entre lo que él deseaba ser y lo que era. “Mientras que estaba arrodillado, también sentí palpablemente el amor y la misericordia de Dios, a pesar de mis sentimientos de falta de dignidad …”
Muchas personas que han tenido Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) cuentan que tuvieron la opción de volver a sus cuerpos (mientras que otras tuvieron que retornar sin esa alternativa). Algunos de los que han experimentado el repaso de su vida en sus ECM, declaran que no se sintieron juzgados por nadie (al contrario, sólo sintieron el amor puro de Cristo). Sin embargo, ellos se juzgaron a sí mismos. Algunos también sintieron un gran gozo y agradecimiento por comprender un poco mejor lo que el Padre esperaba de ellos.
Algunas personas tuvieron un repaso de vida que les causó tanto sufrimiento que tuvieron que “pausar la película” y sólo pudieron verla poco a poco, respaldados por ese amor puro que sintieron de parte de Jesucristo. (Tal amor, por supuesto, no contradice el conocimiento que tenemos que habrá consecuencias eternas en cuanto a nuestro comportamiento terrenal.)
Muchos de los que han experimentado estos repasos de vida vieron detalles que habían olvidado y los percibieron como si estuvieran presentes. Observaron lo que habían pensado, dicho y hecho y cómo estas cosas afectaron las vidas de sus prójimos. Además, experimentaron el dolor que causaron, del punto de vista de la persona que habían dañado. O el gozo, en cuanto a las personas a las cuales habían bendecido. Pensando en los ejemplos que hemos dado a través del artículo, ¿podemos sentir en forma vicaria los gozos y los dolores compartidos?
Lo aprendido
Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, se nos ha aconsejado hacer un repaso mental de nuestras acciones al terminar cada día. Esta es una idea maravillosa. Pero lo que quería transmitir, lo que me está ayudando, es algo diferente. He sentido que puedo alejarme emocionalmente del momento que estoy pasando y tratar de mirar de afuera hacia dentro, como si estuviera teniendo mi repaso de vida. Cuando estoy pasando un momento desafiante, o uno que requiera que muestre el amor puro de Cristo, me transporto a ese repaso de vida y cómo me gustaría verlo algún día cuando compadezca ante nuestro Salvador.
Aprovecho a preguntarle al Padre, además, si los cambios que hice son lo suficientemente positivos. La respuesta no siempre ha sido afirmativa. Eso me hace meditar más sobre lo ocurrido y ver cómo puedo mejorar la próxima vez que deba enfrentar una situación parecida. En ocasiones se trata de cómo puedo devolver sentimientos de amor y de cariño en situaciones donde siento lo contario.
Quizás le pueda dar un ejemplo de este concepto de devolver el bien que ocurrió en mi vida hace unos años. Tenía el número telefónico de un converso al que me tocaba ministrar. Cuando llamé resultó ser el teléfono del padre de este, pero que en esta ocasión lo contestó su hija. (Supe después que ella también es miembro, pero inactiva.) Ella se molestó conmigo y me retó por haber llamado a ese teléfono. Le pedí disculpas y pienso que el Espíritu se sintió fuertemente. Poco después la hija me llamó, pidió disculpas, y me contó que su padre, que también era miembro inactivo de la Iglesia, necesitaba un maestro orientador. Y pidió que yo lo fuera. Le pedí permiso a mis líderes para ver si podía ser el hermano ministrante de esta persona. Ya han pasado varios años y nos hemos hecho buenos amigos y siento el amor puro de Cristo por él.
Creo, entonces, que recibí la bendición de sentir tanto comprensión y empatía hacia estas vivencias de repaso de vida, sin haber tenido que vivirlas en su totalidad. Y sin tampoco haber estado cerca de la muerte. Siento que puedo tratar de ver mi vida y mis interacciones interpersonales como quisiera verlas en mi eventual repaso de vida. Y quién sabe, quizás algún día pueda convertirse todo esto en una forma natural de actuar con mucho más amor y cariño todo el tiempo. Estoy orando para que este sentimiento lo pueda guardar siempre en mi corazón: para que el amor puro de Cristo sea mi compañero constante.
[…] Publicado el Martes 28 de Agosto de 2018 en El Faro Mormón En el 2015 el élder Larry R. Lawrence dio un discurso durante la Conferencia General, “¿Qué más me falta?” (Mateo … Leer más […]