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Encontré a Cristo mientras leía el libro de Mormón. Dios me encontró cuando no lo buscaba 

Encontré a Cristo mientras leía el libro de Mormón. Dios me encontró cuando no lo buscaba

Nací en Chile en 1954. Mi abuelo paterno era un judío lituano y mi abuela paterna una judía alemana. Por el lado materno soy chileno. Mis padres me criaron católico. ¿PREFIERE ESCUCHARLO EN AUDIO?

Divina Trinidad

Cuando tenía más o menos trece años, nuestra profesora de religión en el colegio Saint George en Santiago nos enseñó sobre el gran misterio de la Santísima Trinidad; que el padre y el hijo y el Espíritu Santo eran uno y tres de una manera que no podía ser explicada. En Chile tenemos un chicle que se llama dos en uno y por lo tanto pensé que era algo parecido, un tres en uno. De hecho, ella explicó que sería más fácil vaciar el Océano Pacífico con un balde, en la arena de la playa, que entender este gran misterio.

Mientras esa tarde me volvía a casa en el trolebús, sentí los susurros del Espíritu Santo, como un destello de luz y verdad que podría traducirse a algo como: “Tu profesora está un poquito confundida (este fue un sentimiento de cariño hacia ella). Es realmente algo simple: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres seres distintos, pero uno en propósito”. Mientras estaba tratando de interpretar lo que todo esto podría significar, me vi en casa, pidiéndole permiso a mi padre para ir a nuestro predio agrícola en San Javier (en ese entonces a unas cinco horas al sur de Santiago en tren) para el fin de semana largo. Aunque mis padres siempre me daban permiso, en esta ocasión mi papá me explicó que no podía ir por varios motivos. Debe haber visto mi cara de aflicción y me invitó a pedirle permiso a mi mamá si no me parecía la respuesta. Me di vuelta para hacer exactamente eso, para ir y preguntarle a mi madre, y recordé que ella me había dado la misma respuesta y las mismas razones y después me había invitado a preguntarle a mi padre si yo no estaba satisfecho con su respuesta.

Me quedó claro que tal como mis padres que eran dos individuos diferentes: uno varón, y la otra mujer —pero uno en propósito— que Dios el Eterno Padre; su Hijo Jesucristo, y el Santo Espíritu eran tres seres diferentes, pero uno en propósito. Solo que esa unidad de propósito entre ellos es perfecta.

Estaba tan emocionado que no podía esperar para compartir mi conocimiento recién adquirido con mis padres. Exploté de entusiasmo  ante ellos con lo que había aprendido. Me acuerdo de que mi padre estaba sentado en una silla mecedora conversando con mi madre quien estaba recostada sobre la cama. Mi papá me preguntó, “Si te dijera que lo que acabas de expresar es la blasfemia más grande en contra de la Iglesia Católica, ¿todavía lo afirmarías?”

No deseaba ofender a mis padres pero en ese momento pasaron por mi mente las palabras que el profeta José Smith compartió en su historia, que él no podía negar lo que era de Dios. Yo nunca había oído hablar del profeta José Smith y no tenía su historia. Cuando unos seis años más tarde leí la historia del joven profeta mi primera reacción fue, “¡Me copió!” Por supuesto, me di cuenta de inmediato que eso no era posible ya que el profeta murió más de 100 años antes de que yo naciera.

Informe sobre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

En 1970, cuando tenía quince años, un sacerdote nos dio la asignación de escribir un informe sobre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Nuestra escuela estaba siendo vendida a la Iglesia de Jesucristo y nos estábamos mudando a otra ubicación en Santiago. Este sacerdote norteamericano nos dijo, “ustedes los chilenos piensan que la única iglesia es la Iglesia Católica”. Aunque me había recordado el haber acompañado a mi padre a una sinagoga, me dije a mí mismo, “Sí, por supuesto”. “Bueno”, continuó el sacerdote, “quiero que cada uno de ustedes, como tarea, escriba un informe sobre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”.

Le conté a mi padre sobre este informe. Él dijo que yo tenía suerte ya que la casa de la misión SUD quedaba a sólo dos cuadras de la nuestra. Sin embargo me advirtió, “Pero, ten cuidado, ellos tratarán de convertirte”. El élder que respondió cuando toqué la puerta fue cortés, pero me sorprendí que me hizo esperar afuera y no me predicó el Evangelio (más tarde, me enteré de que era por mi juventud ya que la Iglesia tenía mucho cuidado de no predicar a los menores de edad sin el permiso de los padres). El élder pronto regresó y me dio algunas bellas revistas con fotografías y un libro. Corté y pegué las fotos y escribí mi informe. También abrí el libro y lo hojeé pero me pareció menos interesante por las pocas ilustraciones.

Terminé el informe y se lo entregué al sacerdote. Me sorprendí cuando él anunció frente a toda la clase —con voz amarga— que porque yo había hecho un trabajo demasiado bueno me sacaría un 7 (puntuación perfecta en Chile, lo que es interesante ya que 7 significa perfecto en hebreo) y el resto de la clase no recibiría más que un 5. Cuando regresé a casa, descarté las revistas y estaba a punto de hacer otro tanto con el libro, pero me dio pena y sentí la necesidad de abrirlo una vez más.

En ese entonces, el Libro de Mormón tenía una tapa azul clara con el ángel Moroni en la portada y la promesa de Moroni 10:4–5 inscrita en la primera página interior. Leí:

Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo; y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.

Mientras leía estas palabras, me sentí sumergido o bautizado por el Espíritu Santo. Al instante supe que era el Espíritu Santo el que me estaba testificando de la veracidad del Libro de Mormón. La sensación más cálida y dulce me sobrevino, y me envolvió desde la parte más alta de la cabeza hasta los pies. Lamentablemente, mi reacción fue, “Pero no quiero ser religioso”. Realmente no comprendía la alegría asociada con el discipulado. Tenía un corazón de piedra.

Fui recogido por el Libro de Mormón

No volví a saber nada sobre el Libro de Mormón ni de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días hasta que unos años más tarde asistí a la universidad que mi padre me había recomendado por mi interés en el agro, la Universidad de California, Davis.

En la Universidad conocí a un interesante joven SUD, Randy Homrig. Él me dio otra copia del Libro de Mormón que guardé junto con mis muchos libros. Recuerdo que no estaba de acuerdo con nada de lo que Randy me hablaba, pero cuando se refería a la Iglesia, entonces, el Espíritu testificaba de la veracidad de los comentarios de mi amigo.

Por ejemplo, fuimos a comer juntos en una ocasión y Randy me dijo que el no tomaba café. Sentí que el Espíritu me decía, “Y tú tampoco deberías hacerlo”.

Durante las vacaciones de Navidad en mi segundo año universitario (1973-1974) tomé un vuelo para pasar las vacaciones con mi familia. Empaqué mi equipaje de mano con muchos libros de adiestramiento (una de las disciplinas de equitación). Luego añadí algunos textos escolares. Cuando salía de mi dormitorio, de reojo vi el Libro de Mormón y sentí el Espíritu que me dijo, “¡Llévame!” En mi mente pensé, “Bien, si leo mis libros de equitación, y mis libros universitarios, voy a leer el Libro de Mormón”. Lo agregué a mi maletín.

Una vez sentado en el avión saqué un libro del maletín, todo entusiasmado con la posibilidad de leer sobre la equitación. Pero el último sería el primero (Mateo 20:16). Mientras contemplaba lo que parecía un error, el Espíritu me dijo: “¡Léeme!” Después de cuatro días terminé el Libro de Mormón.

Mi corazón de piedra se ablandó en el proceso y me llenó de alegría indescriptible. En un momento sentí la presencia del Salvador (no lo vi) y lo imaginé con sus brazos extendidos hacia mí, invitándome a ser su discípulo. Sentí que estaba prometiendo que llegaría a saber la verdad de todas las cosas si lo seguía. Pero me advirtió que sería mejor si yo nunca lo hubiera conocido si después de seguirlo me llegaba a aburrir de Él. En ese momento tomé la decisión de seguir a Cristo. Llegué a conocer a nuestro Redentor por medio de la lectura del Libro de Mormón.

Estaba tan emocionado que fui con el Libro de Mormón al cuarto de mi hermano Nicolás, diciéndole que este era un libro verdadero. Mis padres más tarde me contaron que yo lo había asustado tanto que se convirtió en un muy buen católico.

Llamé a los misioneros de estaca cuando regresé a California. Recibí las charlas de Randy Homrig y Phil On: dos el martes, dos el miércoles, y dos el viernes. Cuando me enseñaron la doctrina de la Iglesia restaurada sobre el Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personajes diferentes pero uno en propósito, yo asentí de inmediato. Los misioneros intercambiaron miradas de sorpresa.

Pedí ser bautizado, pero me informaron que primero necesitaba reunirme con el Presidente de la Rama Universitaria. El Presidente Hill me preguntó qué pensaban mis padres acerca de mi interés en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Le dije que me habían pedido que hablara con un sacerdote católico. El Presidente Hill me invitó a ser obediente a la petición de mis padres.

Hice la cita. El sacerdote me dijo que era tan obvio que yo creía que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días era la Iglesia verdadera, que yo sería un hipócrita si no me unía a ella.

Terreno sagrado 

Fui bautizado y confirmado miembro de la Iglesia el 9 de marzo de 1974, a la edad de 19 años. Mi padre le contó a sus conocidos que lo peor que pudiera haber pasado había ocurrido, que su hijo mayor se había unido a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Un año más tarde me dijo que regresó a contarle a la misma gente que esto era lo mejor que le había sucedido a su hijo, tan grande fue el cambio para bien que vio en mí.

Mi novia, Linda Marsing, y yo nos casamos en el Templo de Oakland en 1976. ¿Y qué pasó con mi escuela en Santiago, donde me habían dado la tarea de escribir un informe sobre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días? Allí, hoy día, se encuentra el Templo de Santiago, Chile (se dedicó en 1983 convirtiéndose en el templo número 24 en funcionamiento).

Trabajo para la Universidad de California y Universidad de Chile

Trabajé para la Universidad de California por casi 34 años y mi especialidad fue la productividad laboral y la mediación de conflictos arraigados de índole relacional. Desarrollé varios modelos que sentí fueron inspirados por el Señor. Como académico de la Universidad de California y profesor visitante de la Universidad de Chile, tuve muchas oportunidades; incluyendo viajes a todos los continentes excepto la Antártida. (Supongo que los pingüinos no necesitan ninguna ayuda en la productividad o en la gestión de conflictos.) Linda y yo tuvimos la oportunidad de pasar los tres viajes sabáticos en Chile. También fui invitado frecuentemente a mi patria para viajes más cortos. Después de jubilarme volvimos a Chile en el 2014.

He amado a cada uno de mis empleos y el trabajo de mi vida. He sido un jinete y profesor de adiestramiento, un radio aficionado, y un árbitro de fútbol. Siempre he amado las escrituras, pero desde aproximadamente 1996 mi amor por ellas ha ocupado la gran parte de mi tiempo libre.

El Libro de Mormón cambió mi vida

Fue mientras leía el Libro de Mormón que me sentí compelido a tornar a mis raíces judías y a escudriñar el libro de Isaías, los libros proféticos y la Biblia Hebrea. Estoy trabajando lentamente para mejorar mi comprensión del hebreo bíblico. Mi esposa y yo amamos viajar juntos. Tuvimos a cuatro hijos y un número creciente de nietos.

Mientras escribo esto puedo mirar por la ventana y ver el Lago Llanquihue y varios volcanes cubiertos de nieve y un arco iris. Me siento como si viviera en el jardín del Edén. Puedo ver la mano del Señor y sus tiernas misericordias [חֶסֶד] y cómo han bendecido a mi vida.

El Libro de Mormón me tornó hacia Cristo y hacia su Iglesia restaurada. Ningún libro ha tenido un impacto tan grande para el bien en mi vida. Su influencia positiva ha sido continua, y más especialmente desde que acepté el desafío en 1986, del Presidente Ezra Taft Benson, a saborear diariamente de sus páginas.

Hoy, mi más preciada posesión es el conocimiento de que Jesús es el Cristo, el Mesías que mis antepasados judíos habían estado esperando por miles de años; que Cristo ha restaurado su Iglesia una vez más sobre la tierra. Que es a través de Cristo que podemos volver, una vez más, a vivir con nuestro Padre celestial. Al leer el Libro de Mormón y ver las promesas hechas a mis antepasados lamanitas, también estoy por estallar de gratitud. Yo me considero como uno que vivió en “los confines de los cielos” (Deuteronomio 30:4), cuando el Señor me encontró y me recogió.

Encontré a Cristo mientras leía el libro de Mormón. Dios me encontró cuando no lo estaba buscando.

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