En por lo menos dos ocasiones diferentes, Cristo testifica de su propia divinidad al citar a los Salmos: “Jehová (יְהוָ֨ה) dijo a mi Señor (es decir, Cristo, el Mesías, לַֽאדֹנִ֗י): Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Salmo 110:1). Le daremos atención especial a la expresión, literalmente, “Jehová (יְהוָ֨ה) declara (נְאֻ֤ם) a mi Señor (Adonai, Señor, Maestro, לַֽאדֹנִ֗י)” (נְאֻ֤ם יְהוָ֨ה לַֽאדֹנִ֗י)[1].
Al citar el libro de Salmos, nuestro Salvador desconcertó a los instruidos mientras que el pueblo se regocijó. Pero las palabras de Cristo también podrían ofuscar a los lectores modernos, especialmente a aquellos que, como nosotros, creemos que el Cristo del Nuevo Testamento es el Jehová del Antiguo. Comenzaremos nuestro pequeño estudio con el Nuevo Testamento y después examinaremos el verso que se encuentra en los Salmos.
Cristo declara su divinidad y existencia premortal
En Mateo leemos: “Y estando reunidos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es Hijo? Le dijeron: de David. Él les dijo: ¿Cómo, pues, David, en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su Hijo? Y nadie le podía responder palabra, ni osó alguno desde aquel día preguntarle más.” (Mateo 22:41–46).
En Marcos encontramos: “Y enseñando Jesús en el templo, decía: ¿Por qué dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? pues el mismo David dijo por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Si el mismo David le llama Señor, ¿cómo, pues, es su hijo? Y la gran multitud le oía de buena gana” (Marcos 12:35–7).
La gente sabía que el Mesías nacería un descendiente de David, y por lo tanto esperaban a alguien de ese linaje. Inclusive, muchos apodaban a Cristo como “hijo de David”, y de esa manera reconocían que era el Mesías (o sea, el Cristo). Al citar a Salmos, nuestro Salvador estaba diciendo, en esencia, “Bueno, si el Mesías provendría de la casa de David, cómo es que David, inspirado por el Espíritu Santo, llamó al Mesías, ‘mi Señor’”.
Investidura Divina
Lo que vemos en Salmos 110:1 es otro ejemplo de la investidura divina. Aquí, el Hijo está hablando de parte de su Padre. O, en otras palabras, comunicándose por medio de un poder notarial divino, como si el fuese el Padre.
En un artículo previo, “La investidura divina”, cité al Presidente José Fielding Smith, quien enseñó: “Toda revelación desde la Caída ha venido por medio de Jesucristo, quien es el Jehová del Antiguo Testamento. En todos los pasajes en los que se menciona a Dios y en los que se habla de su manifestación, se habla de Jehová. Fue Jehová quien habló con Abrahán, con Noé, con Enoc, con Moisés y con todos los profetas. Él es el Dios de Israel, el Santo de Israel; el que sacó a aquella nación de su cautiverio en Egipto y el que dio y cumplió la Ley de Moisés. El Padre nunca trató directa o personalmente con el hombre después de la Caída, y nunca se ha mostrado a no ser para presentar y dar testimonio del Hijo” (véase Doctrina de Salvación, I:25).
En la Perla de Gran Precio, en el Libro de Moisés, encontramos un maravilloso ejemplo de Cristo hablando sobre sí mismo, por medio de la investidura divina, usando de las palabras del Padre, “Y tengo una obra para ti, Moisés, hijo mío; y tú eres a semejanza de mi Unigénito; y mi Unigénito es y será el Salvador, porque es lleno de gracia y de verdad; pero aparte de mí no hay Dios, y para mí todas las cosas están presentes, porque todas las conozco” (Moisés 1:6).
Aquellos que estén interesados en más detalles sobre este tema, por favor vean, “La investidura divina”.
[1] Biblia Hebraica Stuttgartensia: with Westminster Hebrew Morphology. (1996). (electronic ed.). Stuttgart; Glenside PA: German Bible Society; Westminster Seminary, para las citas con el hebreo masorético.