(Nota del editor: El siguiente es un artículo escrito por Thomas E. Lyon, Presidente del Templo de Santiago (2007-2010). Quien ha tenido la bondad de permitirnos su publicación en El Faro Mormón. El artículo fue publicado hace algunos años en las páginas locales del área sudamérica sur).
Conocí a Borges por primera vez en 1968 en la sede de la Biblioteca Nacional, ubicada en ese entonces en la calle Mendoza de la ciudad de Buenos Aires. Los detalles de este encuentro ya están publicados en forma de entrevista en “BYU Studies”, volumen 34, número 1 (1994)
Durante esa visita, Borges se enteró de que había nacido en Salt Lake City, Utah y me preguntó si yo era mormón. Cuando le dije que sí, él se puso de pie y en su vasta biblioteca personal encontró una copia de El Libro de Mormón que unos misioneros le habían regalado en los años cincuenta. Le pregunté si había leído el libro y me contestó: “no, sólo algunas partes”. Pero a pesar de esta declaración, me habló de Nefi y Lehi, y aún se acordó de Alma y Abinadí. Le fascinaban los nombres del Libro de Mormón. Me quedé impresionado con su gran memoria. Lo felicité y él a su vez declaró modestamente que también había “leído varios libros sobre los mormones.”
Posteriormente, en James Conan Doyle encontró otras referencias a los miembros de la Iglesia, casi siempre con relación a la poligamia y al “reino” de los mormones en las montañas de Utah. El “Utah” literario era una constante fascinación para él. Lo invité entonces a visitarnos en los Estados Unidos, y en especial a conocer Salt Lake City.
En el año 1972, Borges, aceptando una invitación de la Universidad de Utah y de la Universidad de Brigham Young (BYU), conoció por primera vez Salt Lake City. En esa época este afamado escritor siempre andaba con un guía, debido a la ceguera que lo había perseguido durante muchos años. Este guía, otros profesores y yo le describíamos la ciudad de Salt Lake City. En un momento él expresó: “estoy un poco triste porque no es la misma ciudad que había descripto Mark Twain”, es decir, Salt Lake City ya era una ciudad moderna, parecida a muchas otras del siglo XX. Sin embargo, Borges todavía guardaba en su mente las imágenes literarias de Mark Twain y otros escritores del Siglo XIX. Durante las conferencias que Borges dio en las dos universidades nunca entró directamente en el tema de la religión. No obstante, en la sesión de preguntas un estudiante le pidió sus impresiones acerca de los mormones. La respuesta mostró que Borges conocía y respetaba a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a sus miembros, y que por encima de cualquier otra cosa, le fascinaba la doctrina de la Iglesia –el rol del albedrío moral, el concepto de un Dios que se perfecciona en sus propias creaciones, la posibilidad de que los seres humanos llegaran a ser dioses en un futuro–, es decir las profundas ideas filosóficas y metafísicas de la Iglesia le encantaban y siempre quería saber más acerca de la doctrina mormona. En más de una ocasión me habló de su admiración y fascinación por José Smith.
Volví a invitar a Borges para visitar BYU en 1976, precisamente en el año de las celebraciones de los 200 años de los Estados Unidos. Vino a Provo, Utah, en el mes de marzo de 1976, cuando tenía 76 años de edad, por lo que le sugerí que discursara sobre “Borges y el ‘Espíritu de los 76’ años”, haciendo un juego de palabras entre su edad y la celebración del bicentenario de los Estados Unidos (1776-1976). Él entendió muy bien el concepto, y habló de su propio “espíritu” tanto como del espíritu que animaba a los mormones del siglo XIX a sacrificarse, a cruzar las llanuras inhóspitas y establecerse en el desierto de Utah. Admiraba mucho a los mormones, como buena representación del espíritu pionero de los Estados Unidos. Me dijo que él había llorado al leer de los pioneros mormones que tuvieron que salir de Nauvoo, Illinois y cruzar el Río Misisipí sobre el hielo. Asimismo mencionó que todavía encontraba ese espíritu pionero entre los mormones que él había conocido.
Una mañana de primavera (marzo en Estados Unidos), mientras él y yo caminábamos por la universidad, Borges me dijo: “Esta mañana las montañas de Utah me han sido dadas”. Perplejo, le pregunté qué quería decir con eso. Él explicó que esa mañana podía vislumbrar el perfil de las altas montañas que están al Este de la universidad. Yo le pregunté: “Si las montañas le han sido dadas, Borges, ¿quién se las dio?”. Él me respondió: “Seguro que usted quiere que yo diga que fue el ‘Dios Mormón’, pero no”. A su vez le expresé: “No, no esperaba ninguna contestación, sólo que no entiendo esa construcción en voz pasiva”. En seguida él explicó que sus médicos le habían recomendado un medicamento nuevo contra la ceguera que él estaba tomando y que por primera vez en muchos años podía ver ciertos colores amarillos arriba de las montañas. Veía la luz del sol. Estaba muy animado de que este acontecimiento ocurriera en Utah. “Este lugar sí tiene un espíritu único”, dijo Borges.
En 1986 lo invité a volver a BYU para dar un cursillo de tres semanas sobre la creación literaria. Borges aceptó gustosamente pero desafortunadamente murió en Suiza ese mismo año, antes de poder cumplir el contrato que había firmado. Todavía guardo las cartas y los recuerdos de frecuentes encuentros con Borges en los Estados Unidos y en la Argentina. Uno de mis libros más queridos es una temprana edición de “Ficciones”, con la siguiente inscripción y firma: “To Ted Lyon, from his friend, Jorge Luis Borges” [“A Ted Lyon, de su amigo, Jorge Luis Borges”]. Así que el gran maestro nos conoció. Siempre guardó una opinión muy elevada de los mormones, y le encantaba la doctrina de la Iglesia.