Agradezco mucho que mis padres me hayan enseñado de las escrituras desde pequeño. Me acuerdo de leer, en voz alta, con mis padres, hasta las historias menos conocidas del Antiguo Testamento. Entonces, no debe sorprender a los lectores que hubiera mucho que no entendía yo durante esas lecciones familiares.
Felizmente, había suficientes cosas que sí entendía y, más importante aún, manifestaciones sencillas, pero poderosas, del Espíritu Santo, que me era posible poner al lado las cosas que no entendía. ¿Por qué el Señor dio tanta fuerza a Sansón cuando sabía que aquel musculoso iba a fallar en su misión? ¿Por qué pidió Raquel a Jacob que tuviera hijos con su sierva, Bilha, cuando se dieron cuenta de que no podía tener hijos?
A lo largo de los años, Dios ha sido muy generoso conmigo y me ha ayudado muchas veces a entender mejor las escrituras. Las palabras de Isaías, que el Señor da un poquito allí y otro poquito allá[i], se han cumplido muy claramente en mi vida. No lo entiendo todo, ni espero entenderlo todo en esta vida, pero puedo testificar que, cuando me doy el tiempo de leer sin distracciones, y pausadamente, con preguntas en mente, me ha vuelto muy cautivador el estudio de las escrituras.
Nunca me aburro, como cuando era adolecente.
Esta última vez que leí sobre el Jardín de Edén, se me vino otra pregunta a la mente:
¿Por qué es que el Padre Celestial puso el árbol de la ciencia del bien y del mal en medio del jardín, justo donde sería de muy fácil acceso a Adán y Eva?
La restauración del Evangelio nos da una respuesta para esto, incluso de la boca de la misma madre Eva,
De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes.[ii]
El padre Lehi, quien tenía escrituras del Antiguo Testamento que se perdieron algún tiempo después[iii], explicó que la creación del mundo y el plan de salvación no tendrían sentido sin esta dualidad, estas distintas opciones de hacer el bien o hacer el mal[iv], aunque el mal, en este caso, solo fue la ingestión de una fruta.
Dios tenía que darles alguna opción, o no habría existido el albedrío.
Muy bien, pensé yo. Es verdad que esta vida, este segundo estado, no tiene sentido a menos que enfrentemos oposición y tenemos opciones verdaderamente opuestas. Aprendemos más cuando tomamos decisiones y sufrimos las consecuencias, ya sean buenas o malas.
Pero, entonces ¿por qué comenzar con el Jardín de Edén? ¿Por qué ponerlos en un paraíso si ese no era el motivo de enviarlos a la Tierra?
¿No sería eso como enviar a los hijos a un parque de diversiones, al lado de una universidad, esperando que ellos se aburran de las montañas rusas y opten por el estudio?
Buscaremos respuestas para estas preguntas en el artículo siguiente.
[i] Isaías 28:10
[ii] Moisés 5:11
[iii] 1 Nefi 13:23
[iv] 2 Nefi 2:12