Fuente: LDS Living
(BP)Agnes Veronika Erdös y Gustav Palm experimentaron la Segunda Guerra Mundial en condiciones muy diferentes: ella como prisionera en un campo de concentración y él como soldado de las SS. Sorprendentemente, los dos se enamoraron, se ayudaron el uno al otro a sanar y a abrazar la fe común en Dios que les llevaría a encontrar La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Agnes Erdös era hija única, nacida de padres judíos pero bautizada en la iglesia católica con su familia cuando tenía 9 años de edad. A pesar de que vivió una infancia bastante cómoda, su vida dio un vuelco inesperado cuando Hitler invadió Polonia. Debido a su ascendencia judía, ella y sus padres fueron tratados como judíos y enviados a un gueto en Hungría en medio de la ocupación nazi.
En 1944, los soldados de las SS vaciaron el gueto donde Agnes y sus padres habían estado viviendo, llevando a todo el mundo a un vagón de carga y de allí a una bodega en Zalaegerszeg, Hungría, su primera parada en el camino a Auschwitz.
En la distante Noruega, cuando llegó la noticia de la guerra entre Inglaterra y Alemania, Gustav Palm no se preocupó mucho al respecto. Pero cuando Alemania invadió Noruega, Gustav, carente de conocimiento político y sin nadie a quien pedir consejo, decidió unirse al Partido Nacional Socialista, el que se encontraba lleno de ideas audaces y miembros ambiciosos.
En 1941, a Gustav se le ofreció un trabajo como agente de tránsito en la ciudad para lo que recibió una dura formación militar. Sin embargo, la primera asignación de Gustav en 1942 no sería como policía de tráfico sino como guardia en el recién inaugurado campo de prisioneros Berg. Cuenta: » aunque técnicamente tuvimos libertad, los guardias también fuimos detenidos. Ninguno de nosotros había buscado voluntariamente la tarea con la que fuimos engañados. El nazismo con el que yo había estado en contacto hasta entonces no era en absoluto lo que yo había imaginado que fuera. Simplemente había sido muy ingenuo. Ahora estaba plenamente convencido de que la organización a la que yo pertenecía estaba muy mal”.
Para escapar de la vida como un guardia de la prisión, Gustav se unió al Batallón Ranger de la Waffen-SS de Noruega. Creyó que sería capaz de apoyar la causa de Finlandia contra el comunismo, pero tuvo que hacerlo en el uniforme de un soldado nazi de la Waffen-SS.
Las primeras bendiciones
06 de julio 1944, Zalaegerszeg, Hungría.
Tras permanecer en Zalaegerszeg durante tres semanas, Agnes y su familia fueron obligados a subirse a otro vagón con el resto de los prisioneros judíos. A la mañana siguiente, horas antes de entrar en Auschwitz, el padre de Agnes la despertó para darle una bendición de padre.
A pesar de que no haber sido escritas en papel, las palabras de la bendición se registraron en el corazón de Agnes: «Mi padre me dijo que a pesar de tanto sufrimiento, iba a sobrevivir. Que era joven y que tenía un corazón puro. Que el espíritu del Padre me protegería de manera que eventualmente encontraría ‘la verdad.’ Me aseguró de que en el futuro nos reuniríamos con Dios y con su Hijo Jesucristo». Aunque no se dio cuenta en el momento, la bendición de su padre se convertiría en un salvavidas. Reflexionó en sus palabras muchas veces a lo largo de la guerra y obtuvo gran fortaleza y consuelo a causa de sus promesas.
Principios de 1944, Hallen, Austria
Una semana después de llegar al campo de entrenamiento de las Waffen-SS en Hallein, Gustav cayó gravemente enfermo. Tuvo fiebre y difteria escarlata, las que fueron rápidamente seguidas por una enfermedad a la garganta. Cuando por fin se recuperó lo suficiente como para volver al campamento, los oficiales lo encontraron demasiado débil para entrenar y lo enviaron unas semanas a casa en Onsøy, Noruega. Gustav estaba agradecido: «Gracias a que estaba enfermo, no fui enviado con el resto de mi unidad a luchar contra los rusos en Finlandia. Más tarde me enteré de que mi enfermedad fue una bendición disfrazada porque todo el mundo en esa unidad, salvo unos pocos, fueron asesinados”.
Preparando el escape
8-9 julio 1944, Auschwitz, Polonia
Al llegar a Auschwitz, Agnes y su madre fueron puestas en la fila con los viejos y las mujeres débiles destinadas a la muerte. Por insistencia de su madre, Agnes se movió de forma segura a través de una plataforma para unirse a la fila de quienes estaban saludables. Esa fue la última vez que vería a sus padres.
No mucho después de su fuga a la fila sana, dejó a ese grupo para encontrar una mejor barraca para dormir. Por la mañana sintió la impresión de salir de allí. Tiempo después, recordó: «El Dios de Israel había recordado la bendición de mi padre hasta ese momento, y ahí estaba, cumplida. Una vez más me sentí reconfortada. Si hubiera permanecido donde dormí la primera noche, habría terminado en las cámaras de gas. Me invadió una sensación de paz que también sentí muchas veces durante el período restante de mi cautiverio».
Septiembre 1944, el frente del Báltico, Letonia
Cuando Gustav fue trasladado a las líneas del frente, estaba desanimado. Recuerda que pensó malhumorado: «Es aquí donde viviré o moriré’. Fue elegido con otras seis personas para liderar lo que se consideraba un ataque suicida en el frente ruso. A medida que irrumpieron en una colina, Gustav recuerda que perdió su casco en medio de todos los disparos y tanques. Llegó hasta el valle, donde una bala le rozó la cara y otra le atravesó el muslo. Al respecto, cuenta: “Durante el ataque, recuerdo haber sentido claramente que alguien me ordenaba dar un paso a la derecha. Lo cual hice. Eso, probablemente, evitó que esa bala me diera directamente en la cara”.
Coraje fiel
A lo largo del curso de la guerra, tanto Agnes como Gustav se pusieron de pie para defender lo que sabían que era correcto, incluso en las circunstancias más peligrosas. Por ejemplo, Agnes se negó a denunciar un robo de alimentos y pagó el precio por su valentía al ser degradada de secretaria de un alemán a hacer el aseo de los baños en una fábrica bombardeada. Por su parte, Gustav permitió que una pareja mantuviera un alijo de carne oculta siendo que debería haberlo confiscado o destruido. «Esa elección que hice fue una de las primeras decisiones morales conscientes que tomé en la vida». Al final de la guerra, la moral de Gustav lo llevó a tomar otra difícil decisión: se entregó a los aliados siendo tomado como prisionero de guerra.
La superación a través del amor
Después de soportar los horrores del cautiverio, Agnes fue finalmente liberada. Con el tiempo, decidió trasladarse a Långshyttan, Suecia, donde trabajó en la cafetería de una fábrica. «El trabajo como ayudante de cocina y camarera en Långshyttan fue mi primer trabajo remunerado y marcó el comienzo de una nueva vida para mí». No tenía cómo sospechar que también marcaría el comienzo de un nuevo amor: Agnes y Gustav estaban destinados a conocerse en Långshyttan.
El camino de Gustav a Suecia como prisionero de guerra fue, por decir lo menos, un año difícil e incierto. Debido a su ciudadanía sueca, su hermana había negociado su exilio a Suecia en lugar de un juicio político en Noruega y su primo, Helge Palm, le encontró un trabajo y un departamento para cuando llegara a Långshyttan.
«Tenía 23 años, sólo un poco de ropa y carecía de dinero. Me sentía completamente aislado de la sociedad. Me era inconcebible que Alemania haya podido estar detrás del horror del que escuchaba con tanta frecuencia. Pero resultaba ser cierto, y lo peor es que había formado parte de todo eso. Había servido en las Waffen-SS de buena fe, pero ahora nadie quería verlo de esa manera”.
Mas alguien sí se fijó en él: Agnes. Nos cuenta que «a principios de marzo, de pie en la cola del comedor, noté a un joven de aspecto miserable, tan flacucho y pálido que se veía casi verde. Sus ojos, aunque tristes, eran hermosos y amables. Un día, cuando notó que el asiento donde solía sentarse estaba vacío, fue a su apartamento a llevarle comida.
Y así fue como empezó todo.
Para su primera cita, Gustav invitó a Agnes al cine. «Empezamos a reunirnos con más frecuencia. Ninguno de los dos tenía mucho dinero, pero a decir verdad, no gastamos mucho tampoco. Nuestros largos paseos y conversaciones tomaron el lugar de lo que carecíamos. Agnes me importaba cada día más”.
Incluso cuando Gustav le contó sobre su pasado en las Waffen-SS, Agbes lo escucho con el corazón abierto y lleno de perdón. «Nuestra relación sólo se hizo más fuerte,» dice Gustav, «pronto hubo lazos entre nosotros que ya no podían romperse fácilmente.»
«Gustav tenía 24 años y yo tenía 27 años y estábamos realmente enamorados,» recuerda Agnes. «Nos necesitábamos el uno al otro. Él estaba solo y yo estaba sola pero nos teníamos el uno al otro”.
Nada podía separarlos, ni siquiera sus traumas de la guerra. Se casaron el 2 de marzo de 1947.
Encontrando el Evangelio juntos
1950, Borlänge, Suecia
Con el pasar de los años felices, ambos dejaron atrás su pasado. Aun así, Agnes y Gustav anhelaban encontrar una iglesia a la cual ir. La hallaron cuando un vecino que alojaba a dos misioneros mormones estadounidenses se los presentó y les prestó un Libro de Mormón.
La familia estudió el Libro de Mormón y se reunió con los misioneros. Agnes recuerda: «Gustav hizo lo que se le dijo en el libro que debía hacer: le preguntó a Dios en oración, con un corazón sincero, si el libro era verdadero. Y obtuvo una respuesta convincente a su oración»
Diez meses más tarde, se bautizaron en un riachuelo. Agnes explica: «Se sintió como si nos hubiéramos estado bautizando en el río Jordán. Prevaleció una gran paz y sentí una alegría sin precedentes en interior”. Actualmente, Gustav y Agnes tienen más de 90 años. Gracias a las circunstancias humildes que han experimentado a lo largo de los años, este matrimonio logró construir una gran y devota familia que supera las 125 personas. Su ejemplo es uno que siempre será recordado y no sólo por sus seres queridos.
De hecho, en 1995, el presidente Thomas S. Monson visitó Estocolmo para dividir las estacas existentes. En una reunión con 1.500 Santos suecos, contó la poco conocida historia de Agnes, una sobreviviente del Holocausto, y su enamorado, Gustav, un soldado de las Waffen-SS.
En el hogar de la familia de Palm se puede leer el lema «Superar a través del amor.» Y nada podría describir el legado Agnes y de Gustav de forma más acertada: el amor y la fe pueden conquistarlo todo.
Para saber más de su verdadera e increíble historia y camino hacia la fe y el perdón lea Surviving Hitler. Este libro cuenta aún más sobre los horrores de sus experiencias de guerra y los múltiples milagros que salvaron sus vidas. Disponible en DeseretBook.com.
Fotografía: LDS Living