En 1964 una mujer llamada Kitty Genovese murió acuchillada en Nueva York. El homicida que la mató la atacó más de una vez, durante la misma noche, fuera de su departamento, donde 38 de sus vecinos la oyeron gritar. Después del primer ataque, y primeros alaridos, uno de los vecinos gritó, desde su ventana, ¡Deja a la señorita en paz! y el agresor se fue corriendo. Puesto que ninguno de los vecinos salió para averiguar sobre el estado de la víctima, el desalmado volvió, la buscó y la encontró arrastrándose para entrar por una puerta trasera de su departamento, el sitio donde decidió terminar con ella.
La gran pregunta es ¿por qué ninguno de los vecinos la ayudó? ¿Por qué no salieron en grupo para enfrentar al homicida cobarde? Ya que un solo grito fue bastante para alejarlo la primera vez, un grupo de personas habría sido más que suficiente para salvar a la pobre mujer.
Después de este horroroso incidente, dos sicólogos curiosos decidieron hacer unos experimentos para estudiar cómo y cuándo alguien se levanta para ayudar a otro ser humano. En uno de los experimentos, un estudiante se hacía como si se le hubiera dado un ataque epiléptico en un cuarto donde no había nadie más, pero con suficiente bulla para que se le oyera. Cuando se encontraba una persona en otro cuarto cercano, el estudiante que se hacía el epiléptico fue socorrido el 85% de las veces en que se repitió el experimento. Cuando se encontraban al menos cuatro personas cerca del cuarto alguien solamente fue a ayudarlo en el 31% de las veces. Los sicólogos concluyeron que esto es lo que sucede cuando varias personas observan el mismo problema. Es muy probable que una persona sola reaccione y ayude a su próximo. En un grupo todos piensan que alguien más se encargará del asunto y se quedan con los brazos cruzados. Llamaron este fenómeno el efecto espectador o el efecto Genovese, por la señorita asesinada.