Me encanta la escritura sobre el joven profeta Samuel, “Y Samuel crecía, y Jehová estaba con él y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras” (1 Samuel 3:19). O sea, todo lo que habló el profeta Samuel tuvo cumplimiento ya que Samuel habló, como todo Profeta, las palabras que Jehová puso en su boca. También, Samuel fue obediente a Jehová y no permitió que las palabras del Señor cayeran al suelo.
Pienso que cada uno de nosotros, cuando testificamos con humildad y por medio del Espíritu, tiene esta misma bendición de que nuestras palabras no caigan al suelo. En Doctrina y Convenios el Señor nos asegura: “Por tanto, de cierto os digo, alzad vuestra voz a este pueblo; expresad los pensamientos que pondré en vuestro corazón, y no seréis confundidos delante de los hombres; porque os será dado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que habéis de decir. Mas os doy el mandamiento de que cualquier cosa que declaréis en mi nombre se declare con solemnidad de corazón, con el espíritu de mansedumbre, en todas las cosas. Y os prometo que si hacéis esto, se derramará el Espíritu Santo para testificar de todas las cosas que habléis” (DyC 100:5–8, énfasis añadido).
Lo doy como opinión que, aunque las personas no nos digan que saben que hemos hablado la verdad, que ellos reconocerán esa verdad. Y si no la aceptan ahora, les servirá cuando hayan cruzado el velo. Entonces, esa verdad les ayudará a aceptar el Evangelio ya sea aquí o en el mundo venidero. Es por eso de que cada testimonio que compartamos con humildad y por medio del Espíritu es tan significativo.
No es necesario usar las palabras “testimonio” para que sea un testimonio. Nuestro comportamiento también es un testimonio. La forma que tratamos a nuestros cónyuges, padres, hijos, hermanos, amigos, colegas, también habla con mucha potencia a los corazones.
El élder James E. Faust cuenta, “Hace poco recordé una reunión histórica en Jerusalén, que se realizó hace unos 17 años. Se trataba del arrendamiento del terreno donde más tarde se construiría el Centro Jerusalén para Estudios del Cercano Oriente de la Universidad Brigham Young. Antes de que el contrato se firmara, el presidente Ezra Taft Benson y el élder Jeffrey R. Holland, en ese entonces rector de la Universidad Brigham Young, accedieron ante el gobierno israelita, en nombre de la Iglesia y de la Universidad Brigham Young, a no hacer proselitismo en Israel. … Según lo que sabemos, la Iglesia y BYU han mantenido escrupulosa y honorablemente la promesa de no hacer proselitismo. Una vez que el contrato se hubo firmado, uno de nuestros amigos [israelíes] dijo con gran percepción, en referencia a nuestros alumnos que irían a estudiar a Israel: “Ah, sabemos que no van a hacer proselitismo, pero, ¿qué van a hacer con la luz que ilumina sus ojos?”. [1]
Uno de los motivos por el que las personas sabrán que hablamos la verdad es ya que el Espíritu les permite recordar algo que ya sabían. Una de mis nueras compartió esta cita conmigo, de un discurso del élder Neal A. Maxwell: “El élder Orson Hyde dijo: “Aunque tenemos un velo de olvido, nuestro olvido no puede cambiar los hechos” (Journal of Discourses, 7:315). Pero a veces vislumbramos vagamente. El presidente Joseph F. Smith dijo que a veces percibimos una chispa de los recuerdos del alma inmortal, la cual ilumina todo nuestro ser como con la gloria de nuestra morada anterior (véase Doctrina del Evangelio, págs. 13-14). … Así, al decir ahora ‘lo sé’, ese saber es redescubrimiento; en realidad estamos diciendo ‘¡lo sé otra vez!’” [2]
Cuando compartimos nuestro testimonio le permitimos al Espíritu Santo a que haga su parte. Es el Espíritu Santo que convierte, no nuestras palabras. Es por eso por lo que es tan imprescindible hablar por medio del Espíritu que se nos dé “en la hora, sí, en el momento preciso”, y no nuestras propias palabras.
Pienso que nuestros testimonios, cuando brotan de esta manera, quedarán grabados en los corazones y mentes de aquellas personas que los escuchen. Es por lo que debemos abrir nuestras bocas para testificar de la verdad de la restauración del Evangelio en estos últimos días; sobre las doctrinas y principios del Evangelio; sobre el Profeta José Smith y los profetas vivientes; y sobre la divinidad de Jesus el Cristo, el Santo de Israel.
Foto: Gracias a Trung-Thanh de Unsplash
[1] Élder James E. Faust, The Light in Their Eyes (La luz que ilumina sus ojos) Conferencia General, octubre de 2005.
[2] Élder Neal A. Maxwell, Premortality, a Glorious Reality (La vida premortal, una gloriosa verdad), Conferencia General, octubre de 1985.