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La Investidura Divina 

La Investidura Divina
Investidura Divina

Ya hemos escrito sobre el nombre-título Elohim. Aquí haremos un pequeño repaso antes de entrar plenamente en el tema de la Investidura Divina.

La lectura cuidadosa de la Biblia Hebrea (o Antiguo Testamento) parece indicar que la palabra Elohim se usa frecuentemente como un nombre y un título para los seres exaltados y se traduce al español como “Dios”. También se usa de vez en cuando para hablar de los ídolos y dioses paganos. Ambos títulos, Elohim (אֱלֹהִים) y Adonai o Señor (אֲדֹנָי) se han aplicado tanto al Padre como a su Hijo (Jehová, Yahvé, Yahwé, Yeshua, el Mesías prometido, o Jesús el Cristo).

Elohim, casi siempre, está asociado con Jehová en la Biblia Hebrea. Nos cruzamos constantemente con la expresión Jehová Dios, que en Hebreo sería Yahvé Elohim (יְהוָה אֱלֹהִים). Inclusive, existen escrituras que lo explican claramente al decir, “Jehová es Dios” (Deuteronomio 4:35),יְהוָה הוּא הָאֱלֹהִים. O en forma más literal, “Jehová, Él es el Dios”. ¡Qué bello! En 1 Reyes 18:39 esta expresión se repite dos veces para darle énfasis: Y viéndolo todo el pueblo, cayeron sobre sus rostros y dijeron: ¡Jehová es Dios! ¡Jehová es Dios! יְהוָה הוּא הָאֱלֹהִים יְהוָה הוּא הָאֱלֹהִים.

La palabra Elohim no aparece en nuestras escrituras ni en español ni en inglés. Pero aparece cientos y cientos de veces en hebreo.

Dios el Eterno Padre no está ausente en la Biblia Hebrea. Él Padre está íntimamente presente. En Génesis 1:1 leemos, “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. O más bien, “En el principio formó Elohim los cielos y la tierra”. Pero hay una traducción más correcta.  

El profeta José Smith, analizando la expresión “En el principio” (BERESHIT, בְּרֵאשִׁית), enseñó que el término בְּרֵאשִׁית está basado en la palabra ROSH (רֹאשׁ), cabeza, principal o director, y originalmente no tenía la letra BETH (ב, en) y significaba, “El Director de los Dioses”. La expresión Elohim ha sido definida precisamente de esa manera como el Dios Principal en la tradición ugarítica (TWOT).

Aunque Elohim casi siempre se usa para representar al Hijo en la Biblia Hebrea, como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días usamos ese título para representar al Padre en los escritos de los profetas modernos, en Conferencia General, etcétera. Ahora estamos listos para entrar plenamente a conversar sobre la Investidura Divina.  

Investidura Divina

El Salvador clarifica que ninguna de sus palabras es suya, pero en cambio, Él se glorifica en el Padre, “Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me envió, él me ha dado mandamiento de lo que he de decir y de lo que he de hablar” (Juan 12:49, énfasis añadido).   

También leemos, “Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti, porque las palabras que me diste les he dado” (Juan 17:7-8a).

La dulce armonía entre los miembros de la Trinidad 

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres seres distintos, pero uno en propósito. No existe envidia entre ellos, sino que prevalece una armonía perfecta. Estas poderosas verdades se me revelaron como un joven estudiantil de trece, algunos años antes de tocar mi primer Libro de Mormón o escuchar el nombre de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Es comprensible que nuestros amigos cristianos fuera de nuestra fe —al tomar las escrituras fuera de su contexto— estén confundidos: “Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mí mismo, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (Juan 14:8–11)

Cómo miembros de la Iglesia restaurada, creemos que el Salvador de la humanidad, Jehová, fue hecho en la similitud de Elohim, Dios el Eterno Padre. La persona que ha visto al Hijo también ha visto al Padre por su parecido. No sólo su parecido físico, sino que aun más importante, por su comportamiento.  

El propósito principal de estos versos, entonces, no es el de hablar simplemente de las similitudes físicas entre el Padre y el Hijo, pero el clarificar que el Padre y el Hijo son uno en propósito —a pesar de ser seres diferentes.

El próximo verso aclara todo esto: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago él también las hará; y aun mayores que estas hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:12–14). 

En otras palabras, tal como el Salvador lleva a cabo las obras del Padre, nosotros podemos llevar a cabo las obras de nuestro Redentor, que por supuesto son las obras del Padre a su vez.

También tenemos las palabras de Jesucristo, “En verdad, en verdad os digo que este es mi evangelio; y vosotros sabéis las cosas que debéis hacer en mi iglesia; pues las obras que me habéis visto hacer, esas también las haréis; porque aquello que me habéis visto hacer, eso haréis vosotros. De modo que si hacéis estas cosas, benditos sois, porque seréis enaltecidos en el postrer día” (3 Nefi 27:21–22, énfasis agregado). Vemos el mismo patrón una vez más. El hijo hace las cosas que ha visto hacer al Padre. Y a su vez nos invita a hacer las cosas que Él, Jesucristo, hace.

Este mensaje es esencialmente uno de unidad de propósito, tal como lo vemos en DyC 50:43, “Y el Padre y yo somos uno. Yo soy en el Padre y el Padre en mí; y por cuanto me habéis recibido, vosotros sois en mí y yo en vosotros”.

Juan 17:11b, 21–22 también ayudan a clarificar que, indudablemente, la cuestión es una de unidad de propósito, “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” y “para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Y la gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno”.

Bien sabemos que “Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno” (1 Juan 5:7). 

Toda revelación viene por medio de Jesucristo

El presidente José Fielding Smith enseñó: “Toda revelación desde la Caída ha venido por medio de Jesucristo, quien es el Jehová del Antiguo Testamento. En todos los pasajes en los que se menciona a Dios y en los que se habla de su manifestación, se habla de Jehová. Fue Jehová quien habló con Abrahán, con Noé, con Enoc, con Moisés y con todos los profetas. Él es el Dios de Israel, el Santo de Israel; el que sacó a aquella nación de su cautiverio en Egipto y el que dio y cumplió la Ley de Moisés. El Padre nunca trató directa o personalmente con el hombre después de la Caída, y nunca se ha mostrado a no ser para presentar y dar testimonio del Hijo” (véase Doctrina de Salvación, I:25).

El élder McConkie explica: “¿Cómo se revela Dios? Aunque las formas pueden ser infinitas, la forma más perfecta y la coronación de éstas, es por medio de la revelación directa, por medio de visiones, y visitaciones personales. Según las leyes de mediación e intercesión ordenadas por el mismo Padre, él ha escogido revelarse por medio del Hijo, aunque ese santo personaje frecuentemente habla las palabras del Padre por medio de la investidura divina de autoridad; o sea, habla en primera persona como si fuera el Padre, ya que el Padre ha puesto su nombre sobre el Hijo”.

Excepto aquellas veces en las que el Padre presenta a su Hijo amado, las palabras del padre son traídas a nuestros corazones y mentes por medio de su Hijo, por la instrumentalidad del Espíritu Santo.  

El Hijo se deleita en honrar y glorificar al Padre

Todo esto es parte de un círculo perfecto. Hemos demostrado que las palabras de Dios en el Antiguo Testamento son casi siempre aquellas que provienen del Hijo. Pero que el Hijo no habla nada que no viene del Padre, ya que las palabras del Hijo son las palabras del Padre. “Y sucedió que les mandó escribir las palabras que el Padre había dado a Malaquías, las cuales él les diría… Así dijo el Padre a Malaquías: He aquí, enviaré a mi mensajero, y él preparará el camino delante de mí, y repentinamente vendrá a su templo el Señor a quien buscáis, sí, el mensajero del convenio …” (3 Nefi 24:1, énfasis añadido).   

Como discípulos de Jesucristo, le oramos al Padre en el nombre del Hijo. Recibimos la respuesta por medio Jesucristo, quien nos la manifiesta por medio del poder o la instrumentalidad del Espíritu Santo. Noten el patrón perfecto de la oración: “Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo” (Moroni 10:4).

Las revelaciones recibidas por el profeta José Smith (y otros) en Doctrina y Convenios fueron dadas por el Salvador. Por ejemplo, “Da oído … y escucha las palabras de Jesucristo, tu Señor y Redentor” (DyC 15:1b, también DyC 6:21; 10:57; 14:9; 16:1; 17:9; 18:47; etcétera).

Nefi, similarmente, explica que las palabras que él ha hablado provienen del Hijo: “Y si creéis en Cristo, creeréis en estas palabras, porque son las palabras de Cristo …” (2 Nefi 33:10b).

El Espíritu Santo habla las palabras del Hijo tal como el Hijo habla las palabras del Padre. Cada uno de estos representa instancias de Investidura Divina. Leemos, “Y he aquí, esta es la norma para todos los que fueron ordenados a este sacerdocio, cuya misión de que salgan les ha sido indicada; y esta es la norma para ellos: Hablarán conforme los inspire el Espíritu Santo. Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo será Escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para salvación. He aquí, esta es la promesa del Señor a vosotros, oh mis siervos. Sed de buen ánimo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé; y testificaréis de mí, sí, Jesucristo, que soy el Hijo del Dios viviente; que fui, que soy y que he de venir” (DyC 68:2–6, énfasis añadido).

A propósito, las palabras אֶהְיֶה אֲשֶׁר אֶהְיֶה, “Yo Soy el que Soy” (Éxodo 3:14), y que están íntimamente relacionadas con la palabra Jehová, significan, esencialmente, “que fui, que soy y que he de venir” tal como lo menciona Doctrina y Convenios 68:6, en la cita que acabamos de leer.

Cuando un poseedor del sacerdocio da una bendición, él habla las palabras de Cristo recibidas por la instrumentalidad del Espíritu Santo, por medio de la Investidura Divina. Lo mismo ocurre cuando un joven, una hermana o un hermano da un discurso o una clase por medio del Espíritu. Es por este motivo que es tan importante que enseñemos por medio del Espíritu y que vivamos por medio del Espíritu. Cada una de estas acciones será justificada por medio del Santo Espíritu de la Promesa y nuestras palabras y acciones llegarán a los corazones de las personas que enseñamos, servimos y ministramos.  

Poder notarial

La Investidura Divina, entonces, es parecida a un poder notarial: “… mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (DyC 1:37–39, énfasis añadido).

Una vez vemos la importancia y belleza de actuar en forma unida. Esto es, en parte, lo que el Señor nos enseña cuando dice: “Yo os digo: Sed uno; y si no sois uno, no sois míos”. 

En Isaías Jesucristo habla de su propia misión  

Podemos leer cómo el Hijo de Hombre habla de su propia misión (como el Mesías mortal) por medio de las palabras del profeta Isaías. Lo hace como si fuera el Padre quien estuviera hablando. Por lo tanto vemos que Jehová (יהוָה) habla en Isaías 53:6 y 53:10, “Todos nosotros nos hemos descarriado como ovejas; cada cual se ha apartado por su propio camino; mas Jehová (יהוָה) cargó en él la iniquidad de todos nosotros” y “Con todo eso, Jehová (יהוָה) quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su alma como ofrenda por la culpa, verá su linaje, prolongará sus días, y la voluntad de Jehová prosperará en su mano”.  

Una vez más, las personas pueden confundirse ya que dice “Jehová (יהוָה) cargó en él” dando la impresión incorrecta que no fue Jehová el que cargó con nuestros pecados, sino que los cargó otra persona. Igualmente, “Jehová (יהוָה) quiso quebrantarlo” da esa impresión también.  

Lo que ocurre, es que es Jesucristo el que habla, pero son las palabras del Padre sobre Cristo, su Hijo amado, en cuanto a su futuro papel mesiánico. Pero es Jesucristo el que comparte las palabras del Padre.  

Cuando me piden que sea intérprete en alguna reunión, y el discursante dice en inglés, “Yo tengo un testimonio”, yo no digo, “Él tiene un testimonio”. En cambio, repito las palabras del discursante y digo en español, “Yo tengo un testimonio”.  

El Hijo, como nuestro abogado ante el Padre, similarmente habla las palabras del Padre precisamente como las dijo el Padre. Es por lo que en el Libro de Moisés leemos: “Y tengo una obra para ti, Moisés, hijo mío; y tú eres a semejanza de mi Unigénito; y mi Unigénito es y será el Salvador, porque es lleno de gracia y de verdad; pero aparte de mí no hay Dios, y para mí todas las cosas están presentes, porque todas las conozco” (Moisés 1:6, énfasis añadido). Una vez más, es el Hijo que está repitiendo las palabras del Padre.   

Hay excepciones notables en las Escrituras, en las que el Padre está presentando o testificando de su Hijo. Por ejemplo, en el Nuevo Convenio, cuando Jesucristo ha tomado su cuerpo terrenal, podemos escuchar como el Padre glorifica al Hijo (p. ej., Mateo 3:17; Juan 12:28). En José Smith—Historia 1:17b, Elohim, el Padre Eterno, le presenta a su Hijo a José Smith, el joven profeta: “Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!” 

Un ejemplo que todos pueden percibir 

El libro de Apocalipsis da en ejemplo perfecto de Divina Investidura que nuestro amigos Cristianos de otras denominaciones pueden comprender. Un ángel habla las palabras de Jesucristo. Juan el amado escucha estas palabras del Salvador por medio de la persona de un ángel mensajero revestido de gloria (ver también la obra pseudepigráfica, La Ascensión de Isaías).

En este pasaje del libro de Apocalipsis leemos, “Yo, Juan, soy el que ha oído y visto estas cosas. Y después que las hube oído [pensando que era Jesucristo ante quien se postraba] y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo: ¡Mira, no lo hagas!, porque yo soy tu consiervo, y de tus hermanos, los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios” (Apocalipsis 22:8–9).

Para resumir, el principio de Divina Investidura está presente en muchos aspectos de nuestra vida como discípulos de Jesucristo. Hablamos en el nombre de Cristo frecuentemente, al ser movidos por el Espíritu Santo. El Hijo habla en el nombre del Padre. En la Biblia leemos que Jesucristo, “siendo en forma de Dios, no tuvo como usurpación el ser igual a Dios” (Filipenses 2:6). La unión entre el Padre y el Hijo es perfecta:

“Jesús … les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, esto también lo hace el Hijo de igual manera. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todas las cosas que él hace … para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que le envió” (Juan 5:19b–20a, 23).

 

Foto: lds.org

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