Estaba animadamente conversando en el avión con un nuevo amigo sobre el gozo que ambos sentíamos en Jesucristo y las escrituras. Sabía por el Espíritu que este hombre tenía malos sentimientos hacia La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Estaba deseoso de hacerle una pregunta y compartir mi testimonio, “¿Sabe usted, amigo, cómo llegué a conocer a Jesucristo?” Pero antes de preguntarle esta pregunta le oré al Padre. “¿Le puedo contar?” La respuesta del Espíritu fue esta vez, y cada una de las muchas veces que la había formulado durante los últimos diez a veinte minutos, “Todavía no”.
El imán que sentimos al ver a otro estudiando las escrituras
Ahora que llevo mis escrituras en el teléfono no he tenido estas oportunidades de entablar conversaciones que surgen tan naturalmente cuando vemos a otra persona leyendo la Biblia.
Hay personas que se han acercado a mí y yo me he acercado a otras, simplemente porque uno de nosotros estaba leyendo la Biblia. Ver a alguien leyendo las Escrituras es como un imán para mí. Siento un cariño automático por ellos y un deseo de celebrar juntos.
Algunas veces he intentado entablar una conversación con la otra persona y simplemente no existe ninguna tracción. Pero muchas veces hemos tenido conversaciones maravillosas y el vuelo que hubiera sido largo parece sólo durar un instante.
Este era el caso en el vuelo de ese día. No me acuerdo quién fue el primero en iniciar la conversación sobre la Biblia. Pronto surgió que por el lado paterno mi familia era judía y que ambos amábamos al Redentor y a las escrituras.
El avión empezó su descenso
Los dos sentimos un cariño mutuo casi de inmediato. Conversamos por un largo rato. Yo estaba sentado a un lado del pasillo y él al otro, aunque éste no era su asiento original. Eventualmente anunciaron que el avión comenzaba su descenso y que todos los pasajeros debían volver a sus asientos. Mi amigo originalmente estaba sentado en el asiento delante del mío. Él se hincó en su asiento, con su cara hacia mí y su espalda hacia adelante, para poder seguir conversando.
A pesar del temor que pueda sentir por un posible rechazo, me encanta compartir el Evangelio. En el tiempo del Profeta José Smith, las personas que más amaban la Biblia generalmente eran las más aptas en interesarse en la restauración del Evangelio. Tristemente, muchos de nuestros hermanos cristianos de otras religiones que profesan amar a la Biblia hoy en día, son los que han puesto barreras para no escuchar las buenas noticias sobre la restauración de la Iglesia.
Mi amigo no puede haber estado muy cómodo en esa posición, hincando en el asiento para seguir nuestra animada y grata conversación. Una y otra vez le preguntaba al Padre, “¿Le puedo contar?” Una y otra vez era la misma respuesta, “Todavía no”.
Cuando faltaba poco para aterrizar, sonó una campana en la cabina y una voz que nos invitaba a abrocharnos los cinturones de seguridad y a enderezar los respaldos de los asientos. Fue en ese momento que el Espíritu me dijo, “¡Ahora, ahora pregúntale!”
“¿Sabe usted, amigo, cómo llegué a conocer a Jesucristo?” le pregunté.
Su expresión de alegría aumentó e indagó, “¿Cómo?”
Le respondí, “Fue al leer el Libro de Mormón”.
Se le fue toda expresión de su rostro, se dio vuelta, se sentó en su asiento, se abrochó el cinturón de seguridad… No dijo nada más. Cuando aterrizamos no se dio vuelta para despedirse de mí.
Mis palabras, con la fuerza del Espíritu, deben de haber dado vuelta en su mente mil veces, “Encontré a Cristo al leer el Libro de Mormón”.
Frecuentemente pienso en este compañero de viaje que conocí hace tantos años y me pregunto, ¿qué ha sido de él y cómo le afectó mi testimonio?