Siempre me han llamado la atención los nacimientos que se pueden ver a la venta en los mercados de mi país. Cada comerciante hace su mejor esfuerzo por hacer el nacimiento más atractivo. Aquel confunde el establo con el arca de Noé, retacando el pesebre con todas las especies de animales, hasta dinosaurios si es posible. Aquel lo satura más bien de personas, visitantes de todas las nacionalidades y clases, aunque vestidos generalmente a la usanza italiana o mexicana. Por tradición, aparecen campesinos con su sombrero de yute y su calzón de manta. Guajolotes, más grandes que las personas y las casas, rodean la escena, para gran temor de los camellos, mucho más pequeños. Ángeles alados de todas las formas, desde primorosos niños hasta adustos guerreros, procuran acercarse al pesebre evitando los nopales, comunes en mi país pero desconocidos en Tierra Santa.
Frente a esta imposible escena de fantasía se impone la realidad de las Escrituras. El nacimiento y la niñez de Jesucristo se describen en sólo cuatro capítulos de los evangelios (Mateo 1-2 y Lucas 1-2) y, por supuesto, no contemplan dantescos guajolotes ni interesantes nopales. Las condiciones del nacimiento de Jesucristo fueron mucho más humildes y comunes. No hubo multitud de animales ni de visitantes. José y María, para la mayoría de las personas, pasaron seguramente desapercibidos.
Muchos han de sorprenderse si se les hace notar, en estos capítulos de la Biblia, que si bien los humildes pastores recibieron con reverencia y agrado el anuncio celestial, los reyes magos nunca estuvieron allí. La historia de los reyes, relatada en el capítulo 2 de Mateo, habría de llevarse a cabo dos o tres años más tarde. No sabemos si eran tres, ni si montaban elefantes. Los reyes magos no tuvieron que ver con el nacimiento sino con la niñez de Cristo. En el artículo «los reyes magos que no eran ni reyes ni magos» trato de exponer esa realidad, desmitificando la figura tradicional de los reyes magos para confrontarla con la verdadera presentada en las Escrituras.
Que tengas una grata fiesta, ornamentada con una nueva consciencia.
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