¿A quién no le gusta la historia de David y Goliat? A todos nos encantan las historias de un underdog, una persona que no parece tener ninguna posibilidad de vencer pero que, por la ayuda de un mentor, el esfuerzo, el ingenio, el talento, la audacia, y la ayuda divina, sale adelante a pesar de tener casi cero posibilidades de ganar.
Es parte de lo que hacen cuentos como The Karate Kid e incluso otros más antiguos, como La cenicienta, inolvidables.
En mi último artículo, escribí sobre lo que tenían en común personas como el capitán Moroni y el élder Robert D. Hales cuando se enfrentaban con desafíos enormes: manifestaciones de la verdadera maldad.
Hay que poner manos a la obra y trabajar. Hay ser creativo. Hay buscar aliados en vez de enfrentar la maldad sin apoyo. Todo esto además de seguir los consejos de los siervos del Señor y suplicarle apoyo al Padre Celestial.
Pero la vida no siempre es tan sencilla. Si lo fuera, tendríamos que decir que personas como Abraham, Moisés, Lehi, y Alma el padre eran personas perezosas, de poca fe, o tal vez cobardes.
En cada uno de estos casos, el Señor no los ayudó a vencer a sus enemigos, como lo hizo con el capitán Moroni y David. En cada uno de estos casos, cuando enfrentados con la maldad, el Señor los inspiró a apartarse, a desplazarse a un lugar muy lejano de donde vivían.
A veces, la respuesta no es quedarse y luchar hasta la victoria. A veces, uno tiene que marcharse de la mejor forma posible.
Una manera de reconocer que hay que salir en vez de quedarse es que no hay manera eficaz de defenderse. Los santos de los últimos días no se fueron de Misuri ni de Nauvoo por voluntad propia, ni por falta de fe, sino porque no podían contra las milicias locales.
A veces hay que salir en vez de quedarse por la falta de aliados. Aquellos primeros santos de los últimos días recurrieron a los gobiernos locales y federales, sin resultado. No se hicieron respetar sus derechos como ciudadanos a pesar de sus súplicas a las autoridades gubernamentales.
A veces, no es la voluntad del Señor que uno gane por medio del poder divino y los esfuerzos propios. Esto puede ser por varios motivos, pero uno de los más importantes debe ser el albedrío.
Si los malos siempre perdiesen, automáticamente, sin falta, las personas mejorarían su comportamiento, pero no por voluntad propia, no por sed de justicia, sino por miedo a las consecuencias. Sus acciones cambiarían, pero sus corazones no.
Esto destruiría el plan de redención, donde todos los arrepentidos que vengan a Cristo pueden ser salvos por medio de Su infinita expiación.
El plan es que elijamos quienes queremos ser de acuerdo con la luz y el conocimiento que tengamos durante la vida mortal.
El Padre Celestial desea que hagamos lo necesario para volver con Él, pero por voluntad propia. No quiere, ni está dispuesto a, obligar a las personas para que vuelvan con Él si esto no es su deseo.
Pero el Señor es generoso. No nos deja solos ni abandonados, ni se olvida de ninguno de nosotros.
Entonces ¿qué hacemos cuando enfrentamos la maldad, pero no tenemos la posibilidad de vencerla?
Esta es la pregunta que debe de haberse hecho Jared, en el Libro de Éter. La maldad era tanta, y eran tan pocos los fieles, que su sociedad entera estaba por desintegrarse y perderse. Vencer no era una opción.
¿Qué hizo?
Consultó a su hermano, Mahonri, a quien obviamente le tenía mucho respeto, y le pidió que orara a Dios a su favor.
Entre otras cosas, le pidió que el Señor les indicara adónde ir para establecer un pueblo recto, ya que el pueblo suyo pecaba contra gran luz y conocimiento.
Y así fue. El camino fue bastante largo y difícil, y fueron muchos los sacrificios necesarios para llegar, pero, al final, el Señor los guio a un lugar mucho mejor, donde estarían bien y no tendrían que enfrentar una maldad tan dominante y opresiva.
Vemos algo parecido de vez en cuando en la Iglesia entre los recién conversos.
Por ejemplo, conozco a un hermano que, antes de bautizarse, tomaba y vendía drogas ilegales. Cuando uno está acostumbrado a tomar drogas, estas se enredan en muchas partes importantes de la vida.
¿Se encuentra triste, decepcionado, enojado o aburrido? Se toman drogas y, por un tiempo, se le pasan estos sentimientos desagradables.
¿Está uno muy contento, y quiere celebrar? Se toman drogas, y se magnifica la sensación de euforia.
¿Se hacen cortos los fondos al final del mes? Uno vende drogas y hasta le sobra el dinero.
Admiro muchísimo a estas personas que reconocen los errores que cometen, se arrepienten, se responsabilizan de sus decisiones, y se entregan al Buen Pastor.
Todos sabemos que muchos de los mejores miembros misioneros son los recién conversos. Para muchos de ellos, el cambio de vida antes y después de convertirse es notable, y comparten el Evangelio con un entusiasmo genuino y contagioso.
No quieren venir a Cristo solos. Desean traer a todos sus queridos.
Desde el principio fue así. Pedro conoció a Cristo porque su hermano, Andrés, lo invitó a ir a verlo. Nuestra iglesia cuenta con muchos Andreses modernos que traen a Pedros modernos al Salvador.
Pero a veces no resulta así. A veces, los amigos y familiares ven los cambios que hacen nuestros recién conversos, y no siguen su ejemplo. Al contrario, intentan disuadirlos.
Sobre todo, en los casos graves, como el de la adicción, es difícil dejar un pecado cuando uno se encuentra rodeado de tentaciones.
Por ejemplo, si uno está acostumbrado a lidiar con las emociones negativas por medio de los efectos de las drogas, pero ya no toma drogas ¿qué hace cuando se entristece o se le sube la rabia?
Al principio, resulta muy difícil valerse de otros medios para llevar una vida más sana y lidiar con las emociones fuertes de otra manera, pero se puede.
Por ejemplo, si se encuentra uno al final de una semana difícil, pero la gente que lo rodea lo apoya y lo distrae de formas sanas y buenas, es mucho más fácil resistir la tentación de hacer distraerse con drogas.
Pero es mucho más difícil resistir las drogas cuando se le ofrecen a uno.
¿Qué pasa?
Mira. ¿Te lo paso?
¿Y por qué no?
Ah, ya sé. Es que ahora te crees. Te crees mejor que yo, que nosotros.
Es que ellos no entienden cómo es la vida. Esto no es malo. Es natural. No tiene nada de malo.
Vamos, y ¿por qué no?
¡Ba! Es verdad que te cambiaste. Antes eras un amigo, pero ya se ve que no.
Los amigos no juzgan. No quieres compartir con nosotros porque nos estás juzgando. Ya no quieres ser nuestro amigo.
¡Ya! Ya entiendo cómo está la cosa.
Ya se ve que no sabes lo que es la amistad. A ti los amigos ya no importan. Solo importa tu iglesia.
Si la tentación ya le está llamando a uno como la canción de la sirena, resulta difícil resistir. Pero si se agregan las invitaciones, y el chantaje emocional, a muchos les resulta imposible.
Es por eso que, a veces, el Señor no nos da las fuerzas para vencer en un lugar específico, contra personas específicas. Nos lleva a la victoria más importante: la victoria sobre el pecado, la superación personal.
A veces, no hace falta que seamos Moroni ni David, quedándonos y enfrentando la maldad con valentía, esfuerzo y creatividad. A veces, nos corresponde ser como Abraham y Nefi, dejando un lugar y un entorno malvado hasta ser guiados a una tierra prometida.