Hubo una larga sequía en la zona central de Chile en 1988, la que afectó al agro. En esa ocasión estaba enseñando un curso sobre la administración laboral agrícola en la Sociedad Nacional de Agricultura, por medio de la Universidad de Chile y la Universidad de California.
En 1976, habíamos experimentado condiciones severas de sequía cuando trabajaba para un predio ganadero y ecuestre, en Napa, California, justo después de casarme.
Uno de mis grandes intereses era la equitación, y encontré el centro prueba completa de equitación en Napa, Wild Horse Valley Ranch. Los dueños se interesaron en mí por ser chileno. El destacado jinete chileno Camilo O’Kuinghttons trabajaba para ellos y ofrecía talleres de prueba completa de vez en cuando.
Estaban por ofrecerme el trabajo, pero tuve que advertirles que no trabajaba los domingos. Ellos estaban desilusionados y me explicaron que el día domingo era uno de los mejores días en cuanto al negocio.
Me preguntaron si estaría dispuesto a trabajar los domingos si había alguna emergencia. Les contesté que no. Tuve la gran bendición que igual me ofrecieron el trabajo. Esta fue una gran oportunidad en mi vida para mejorar mis habilidades ecuestres.
En ese tiempo tuvimos, como ya mencioné, tremendas sequías. Los líderes de la Iglesia nos instaron a ayunar como Iglesia para que lloviera. Después de cada domingo de ayuno llovió. Tanto que los dueños del centro de equitación, que no eran miembros de la Iglesia, pidieron que dejáramos de orar ya que la lluvia les afectaba negativamente.
El Señor nos ha dicho que si caminamos en sus estatutos, y guardamos sus mandamientos, tendremos “lluvia en su temporada” (Levítico 26:4). Dentro de los estatutos curiosamente mencionó específicamente la importancia del día de reposo (Levítico 26:2).
También nos ha enseñado a orar por las cosas que necesitamos. Nefi le rogó: “¡Oh Señor, escúchame y concede que sea hecho según mis palabras, y envía lluvia sobre la faz de la tierra para que produzca su fruto, y su grano en la época del grano!” (Helamán 11:13).
«Oh Señor, Escúchame, y porque puede ser hecho según mis palabras, y envía lluvia sobre la faz de la tierra, para que ella pueda sacar su fruto, y su grano en la temporada de grano». (Helaman 11:13)
Como líder de escultismo para una tropa de la Iglesia, en otra ocasión, habíamos llevado unos jóvenes Scouts a la Sierra Nevada del Parque Nacional de Yosemite. Una noche las nubes se veían oscuras y amenazantes. La lluvia habría sido un desastre esa noche de verano.
No habíamos traído tiendas de campaña para todo el mundo y la precipitación a esa altura hubiera sido muy peligrosa. Esa noche tuve la bendición de que me tocó ofrecer la oración. Le oré al Padre para que no lloviera. El otro líder que había participado la caminata de seis días para los Scout más tarde testificó que sintió el Espíritu fuertemente durante esa oración. Aquellos que se despertaron más tarde esa noche vieron que nuestra oración fue contestada: el cielo brillaba con hermosas estrellas.
Había aprendido que el Padre escuchaba nuestras oraciones y tenía muchísima confianza que la oración podría, ahora, traer la precipitación tan necesaria, aquí en Chile. Le oré al Padre para que lloviera.
La respuesta me sorprendió. El Espíritu me respondió, “No ores para que llueva ahora, ya que no va a llover. En cambio, ora para que sepas cuándo pedirle al Padre que llueva”. Era marzo de 1988. Era el otoño y en unos meses entraríamos en pleno invierno.
Pasaron los meses y no llovía. Un sábado al principio de agosto quería llevar a mi esposa e hijos a un partido de fútbol. Le pregunté a mi padre si podía llover. A mi papá le encantaban las predicciones meteorológicas y tenía varios barómetros. En una de las ventanas de la casa el ponía tela de diversos colores según sus predicciones. Siempre fue muy apasionado por los asuntos climáticos.
Mi padre me aseguró que era imposible que lloviera. Esa tarde, después que volvimos del partido estaba conversando con mis padres en el comedor y surgió el tema del clima.
“Hijo, ¿qué tipo de clima tienen en California? ya que me gustaría visitarlos”. Tenía muchas ganas de recibir esa visita y le contesté, “Papá, ¿qué tipo de clima deseas?” Mi padre se dio cuenta de las intenciones tras mis palabras y respondió, “Ah, ¿tienes conexiones?” Todos nos reímos.
Mi respuesta afirmativa lo llevó a decir, “Me da lo mismo el clima californiano, si tienes conexiones debes orar para que llueva aquí en Chile”.
Había llegado el momento de orar. Esa noche, antes de acostarme, le pedí a Dios que lloviera pronto. El Espíritu me amonestó. “Has pedido que lloviera pronto. Si llueve en una semana, en un mes, o quien sabe cuándo, dirás ‘¡Bendito sea el Señor porque ha llovido!” Esas palabras me sorprendieron.
El Espíritu continuó, “Debes en cambio orar para que llueva esta noche, para que antes que pase la noche, llueva”. Empecé a “sudar la gota gorda”. Podía sentir mi temor y la fría perspiración que corría por mi cara.
¿Era el Espíritu Santo que me estaba instando a orar en una forma tan atrevida justo cuando mi padre había dicho que era “imposible que lloviera”?
Por medio de la gracia de Dios saqué la fuerza para orar justamente como me lo había indicado el Espíritu. Dos horas más tarde mi esposa me despertó para dejarme saber que estaba lloviendo. No era de esas lloviznas o lluvias suaves, sino que aquellas torrenciales que hacen un tremendo ruido en el techo. Al día siguiente era domingo de ayuno y pude compartir mi testimonio.
Cuando volví a la casa durante la sobremesa, le pregunté a mis padres, “¿Se acuerdan de la conversación que tuvimos anoche?” Mi papá no se acordaba. Mi madre dijo, “Yo me acuerdo, ibas a orar para que lloviera”.
Una ancla
Me ha tocado viajar a muchas naciones y testificar de la veracidad del Evangelio y la divinidad de nuestro Redentor, Jesús el Cristo. Fui uno de los primeros en ir a Rusia después de la disolución de la Unión Soviética en 1991. Ellos se fijaron que no tomaba té, y me preguntaron si era porque era un atleta. Algunos rusos no podían entender que una persona pudiera trabajar para una universidad y tener creencias religiosas.
Tenía un intérprete pero pude decir estas palabras sin ayuda, Jesus Cristus, por mi motivo por guardar la palabra de sabiduría. Los alumnos de mi clase sobre la administración laboral me dijeron, “¿Nos podrías enseñar un poco sobre tu Iglesia en vez de seguir con el taller?” Le contesté, lleno de dicha, “Sí, pienso que puedo complacerles en esto”.
Pero no sólo en Rusia me han cuestionado mis creencias religiosas. Al trabajar para una universidad esto no falta. Y lo que es muy natural, uno mismo puede cuestionarse sus propias experiencias espirituales que ha tenido.
Entonces, en menos de un segundo vuelve a mi mente esta ancla, este recuerdo que el Señor paró la tormenta que venía sobre los Scouts en la Sierra Nevada, y que el Señor hizo llover en Chile cuando era imposible que lloviera.
Y por supuesto lo que realmente testifica de la veracidad del Evangelio de Jesucristo y de su Iglesia restaurada, el Espíritu Santo, que nos llena plenamente. Es bueno tener anclas que nos mantengan firmes en la fe.