El hermano Cerán ya conocía muy bien las tragedias de la vida. En un solo año perdió a uno de sus hermanos y a un hijo. Durante ese mismo año, encontró el cadáver de su madre cuando la fue a visitar. Ya llevaba una semana muerta.
Él y su esposa perdieron cinco hijos, dentro de un plazo relativamente corto, a una condición genética poco común. Aun así, siguieron con fe y lograron retener a cinco hijos más con vida.
Después de una época de prosperidad, la empresa de los Cerán sufrió unos reveses muy fuertes y perdieron casi todos sus recursos. Aquella noche antes de la Navidad, faltaban los fondos pero sobraba el amor.
Después de hacer unas compras, como familia, los Cerán volvieron a casa en su viejo furgón. El conductor de una camioneta estaba borracho y no se dio cuenta de que la luz del semáforo estaba roja. Se chocó con los Cerán a toda velocidad. Esa noche, el hermano Cerán perdió a su esposa y dos más de sus hijos.
Cuando nos enteramos de tragedias tan dramáticas como esta, es posible que preguntemos al Señor, igual que los apóstoles de antaño, ¿Quién pecó, este hombre o sus padres?
Resulta que el hermano Cerán era un miembro fiel de la Iglesia. Hizo la misión en el Sur de Chile. Se selló en el templo con su esposa. Se esforzaba por guardar sus convenios.
En mi último artículo, hablamos sobre los sacrificios que hacemos todos en la Iglesia y que Dios nos bendice cuando hacemos estos sacrificios. Pero ¿qué sucede con este hermano, y con otros como él? ¿Qué pasa con los fieles miembros de la Iglesia que hacen los sacrificios pedidos por el Padre Celestial y, en vez de sentirse bendecidos, se sienten maldecidos?
Algunos reaccionamos como Caín. Hacemos el sacrificio, pero creemos que Dios no lo acepta. Lo que es más, vemos que Dios sí acepta los sacrificios de otras personas—como Abel. Ellos parecen tenerlo todo:
- Familia feliz
- Les sobra el dinero
- Son personas encantadoras, queridas por todos
- Son muy talentosos e inteligentes
¿Y nosotros?
Se nos suben la amargura y el resentimiento. Juzgamos a Dios. Les tenemos envidia a esas personas afortunadas. Maldecimos a Dios en nuestros corazones y fantasías malvadas nos llenan la cabeza cuando pensamos en las personas más dichosas.
Así respondió Caín. Así respondieron todos los miembros de la familia de Lehi durante su dificilísimo viaje en el desierto—todos menos Nefi.
En esta historia, Nefi manifiesta otra manera de responder a los momentos cuando nos sentimos olvidados por Dios, cuando los cielos parecen estar cerrados y sordos, cuando hacemos lo justo y, en vez de ver bendiciones, vemos desaventura.
Después de amonestar a su familia, lo cual no le resulta, Nefi decide enfocarse en lo que él puede hacer para cambiar su situación: hace otro arco para cazar animales.
Este paso es muy importante. Matamos el ánimo vida cuando nos enfocamos en cómo los demás pueden mejorar—ánimo que necesitamos para enfrentar las dificultades. Las Escrituras enseñan este principio muy claramente: primero se quita la viga del ojo propio, primero se limpia el interior del vaso.
Ahora hablar con su padre resulta diferente. Nefi no lo amonesta, no lo critica. Lo invita. Lo invita a participar en el esfuerzo que Nefi ya emprendió y que emprenderá con o sin la ayuda de Lehi.
Sabiendo lo que sabemos de Nefi, creo que es probable que haya también invitado a otros miembros del grupo a ayudar. Solo sabemos sobre la invitación de Lehi.
Le dio un pretexto para arrepentirse, para empeñarse en sus llamamientos de padre, patriarca y líder. Esta invitación no solo salvó a su padre temporalmente, sino espiritualmente también.
Sobrevivieron el arco de acero quebrado pero Dios todavía no los condujo fuera del desierto, pues ellos tenían que aprender una lección muy importante allí: dejarse guiar por la Liahona—lo cual equivale a aprender a dejarse guiar por el Espíritu.
En un discurso dado a los alumnos de la Universidad Brigham Young—Idaho, el profesor Dale Sturm hizo la siguiente observación: La obra que Dios está realizando dentro de ustedes, mientras esperan en Él, puede ser más importante que lo que ustedes esperan de Él.
En otras palabras, nuestros viajes en el desierto pueden resultar más largos porque ciertos cambios internos solo se pueden realizar en el desierto. Debemos quedarnos allí hasta que logremos lo que el Padre quiere que logremos.
Las hijas de Lehi, y a lo mejor de Ismael también, se habían criado con riquezas. Es dudable que estuvieran acostumbradas a pasar años en el desierto. Aun así, el Señor las bendijo para que se volvieran fuertes. Además, y a pesar de su dieta de carne cruda, dieron abundante leche para que no les hiciera falta a sus pequeños.
Aunque el Señor no siempre nos guíe fuera del desierto tan pronto como queremos, esto no quiere decir que no esté dispuesto a darnos otras bendiciones mientras tanto. Es importante que recibamos estas bendiciones con gratitud, aunque no sean las que pedimos, pues, casi siempre son necesarias para ayudarnos a finalmente llegar a nuestro destino, fuera del desierto.
Después de muchos años, el hermano Cerán también logró salir del desierto de sus tribulaciones. Se casó de nuevo y está sellado, junto con su esposa, a cuatro hijos más que ellos adoptaron. Sus negocios se recuperaron y el hermano goza de una situación económica bastante mejor.
Nefi y el hermano Cerán no son los únicos que entraron en un desierto de tribulación y tampoco son los únicos que podrán salir. Nuestros viajes en el desierto de tribulación no tienen que ser eternas. Dios nos ama. Si seguimos las direcciones de la Liahona Él nos indicará cómo salir, una vez que hayamos aprendido lo que quiere que aprendamos.