“Abrid vuestra boca y será llena, y seréis como Nefi el de antaño, que salió de Jerusalén al desierto. Sí, abrid vuestra boca sin cesar, y vuestras espaldas serán cargadas de gavillas, porque he aquí, estoy con vosotros. Sí, abrid vuestra boca y será llena, y decid: Arrepentíos, arrepentíos y preparad la vía del Señor, y enderezad sus sendas; porque el reino de los cielos está cerca…” (Doctrina y Convenios 33:8-10).
Predicad Mi Evangelio, capítulo nueve, página 169 dice lo siguiente: Hable con todos. Esa frase contiene dos elementos claros: La acción a seguir, y sobre quien se ejecutará esa acción.
¿Qué hace un misionero? Hablar. ¿Hablar de qué? Del evangelio restaurado de Jesucristo, de cómo este bendice a las familias y del maravilloso plan que Dios tiene para cada uno de sus hijos. Esa es la parte fácil (o que al menos no requiere tanto salir de la zona de confort). La parte difícil está en la segunda mitad de la frase que estamos analizando: Hablar, pero con TODOS.
¿Por qué creen que es tan difícil? Les comentaré las razones por las que personalmente se me hizo
difícil al comienzo de mi misión y quizás puedan identificarse con algunas de ellas:
1. Era vergonzoso: No me daba vergüenza el evangelio, sino acercarme a hablarle a un completo desconocido. Nunca he sido muy bueno para entablar conversaciones y en general prefiero conversar con mis pensamientos que interactuar con otras personas, por lo que entablar una conversación con un completo desconocido era algo que nunca había hecho y que me sacaba completamente de mi zona de confort. Realmente era algo que me daba mucha vergüenza hacer.
2. No sabía muy bien qué decirle a la gente: Me hacía preguntas como: ¿Qué digo?, ¿Cómo le hablo a un extraño y dirijo la conversación para mencionarle el gran mensaje que traemos?, ¿Y si no le interesa escuchar?,¿Y si me pongo nervioso y digo cosas sin sentido?, etc.
3. Miedo al rechazo: Temía que dijeran que no estaban interesados en escucharnos o que no tenían tiempo o que inventaran excusas para ignorarnos.
4. Prejuicios: Muchas veces utilicé este recurso para auto justificar mi miedo a hablarle a alguien. Pensaba:” Bueno, no tiene cara de que se interesaría en escucharnos” o “Parece estar ocupado ahora, mejor no lo molestaré” o peor aún “No creo que esté listo”.
5. No era cómodo: A veces no me detenía para hablarle a alguien porque iba en camino a una lección y creía que no tenía tiempo para un contacto, o a veces las personas estaban en grupos y no era cómodo hablar delante de tanta gente.
Puede que haya otras razones para no hablar con TODOS, sin embargo, son sólo justificaciones
para no hacer algo que los profetas nos piden que hagamos. Creo que podemos resumir por qué
no hablamos con todos en una sola palabra: Miedo. Lo bueno, es que el miedo se combata con un
principio clave del evangelio: La Fe.
Ahora les comentaré como combatí mi miedo y los principios que tuve que entender para superar
cada una de las barreras que yo mismo me puse.
1.
Tuve que entender que la misión se trata de llegar a ser la persona que Dios quiere que seamos, es decir, más como Él y su hijo Jesucristo. No me imagino a Jesucristo teniendo vergüenza de hablarle a alguien, al contrario, me lo imagino siempre tratando de ayudar a los demás con mucho amor, y es precisamente lo que intentamos como misioneros al hablarles a las personas.
A medida que salimos de nuestra zona de confort, ganamos un territorio el cual no se pierde, y con el tiempo las cosas que nos costaban se hacen más fáciles. Mientras a más personas le hablaba, menos me costaba hablarle a una más.
Además, quiero contarles un pequeño secreto. Miren esa placa que llevan en su pecho. ¿Qué creen que la gente piensa cuando ven esa placa? Ahí están los mormones. ¿Qué creen que la gente espera/temen que ustedes hagan? Qué intenten hablarles de Jesucristo. Y he ahí el gran poder secreto que tiene la placa misional. La gente automáticamente al verla sabe que ustedes son misioneros y que lo más probable es que se acercarán a hablarles. Entonces ya no hay necesidad de pensar en lo incómodo que puede ser empezar una conversación, porque la gente
sabe que eso es lo que ustedes hacen.
2.
Cómo dice el dicho: “La práctica hace al maestro”. Tuve que practicar muchas veces como hacer contactos. Me puse en diversas situaciones y pensaba que hablar con las personas. Con el tiempo me di cuenta de que en general a las personas nos gusta hablar sobre nuestras familias y mientras uno esté dispuesto a escuchar a la gente, ellos sentirán nuestro amor y se sentirán en confianza como para hablar con nosotros. Además, entendí que el evangelio se conecta con todo en nuestras vidas, por lo que cualquier problema que ellos podían estar pasando, tenía una soluciónmediante el evangelio, así que era fácil dirigir la conversación para poder invitarlos a venir a Cristo.
Además, aprendí que por algo el Señor no nos envía solos a predicar. Tenemos dos compañeros: nuestro compañero asignado, quien complementará todas nuestras palabras y el compañero más importante que es el Espíritu Santo, que sabe todas las cosas y nos ayudará a saber que decir.
3.
Comprendí que el rechazo no es el fin del mundo. Muchas personas rechazan el evangelio varias veces antes de aceptarlo. Quizás no están preparados en este momento, pero el hacerles sentir nuestro amor con unas pocas palabras puede plantar la semilla para que en el futuro estén dispuestos a escuchar. Si hacemos el cálculo, probablemente en la misión uno será rechazado muchas más veces que las que será aceptado. De hecho, el mismo Salvador fue rechazado por los suyos, por lo tanto, es también parte del aprendizaje que debemos obtener. Con eso no quiero decir que sean malos contactando a propósito para ser rechazados, al contrario, deben ser expertos en contactar, pero si son rechazados muchas veces, véanlo como un indicador de que están hablando con muchas personas.
Además, con el tiempo, uno casi que se vuelve inmune al rechazo y eso les servirá para el futuro cuando estén buscando esposa/o.
4.
Para superar los prejuicios que uno hace, uno simplemente debe intentar hacer lo siguiente: Ver a todas las personas vestidas de blanco, tal como contó el presidente Thomas S. Monson sobre aquel exitoso misionero hace algunas conferencias. Uno no conoce los corazones ni los pensamientos de las personas. Da lo mismo si se visten de una manera ruda, o si están bebiendo alcohol, fumando o haciendo cualquier cosa que pudiera hacernos pensar que no están preparados para recibir el evangelio. Sólo Dios los conoce realmente y sabe quienes están listos
para escucharnos.
Muchos misioneros erróneamente piensan que el don del discernimiento funciona como una voz diciéndoles: “Háblale a él porque está listo” o “No le hables a ella porque es mala persona”. Es verdad que a veces si tenemos impresiones claras de que debemos hablarle a cierta persona, pero por lo general el don del discernimiento nos ayudará para saber que decir una vez que ya abrimos nuestra boca.
Mi presidente de misión solía hacer una parodia de como muchas veces oramos para encontrar a los preparados e inmediatamente comenzamos a caminar y saludamos a todos en el camino, pero a ni uno de ellos le hablamos de verdad, y de esa forma jamás será contestada nuestra oración porque no le estamos demostrando al Padre que de verdad queremos encontrar a los preparados.
Finalmente nos volvemos expertos en saludar, pero no expertos en hablar con TODOS.
5.
La comodidad no es un requisito para hablarle a alguien. No necesitamos una hora para hacer un contacto. De hecho, ni siquiera un minuto. Un contacto efectivo puede hacerse perfectamente en menos de 20 segundos. Obviamente eso requiere práctica, pero se puede. Uno puede (y debe) contactar incluso a los cajeros en la tienda mientras uno está siendo atendido. Uno puede (y debe) contactar a un grupo de muchas personas y fijar citas con los interesados. Uno puede (y debe) incluso contactar a personas que estén asomadas por su ventana. La comodidad no es para nada un requisito para hablar con TODOS.
En el discurso “Becoming a Consecrated missionary” del hermano Tad R. Callister cuenta como uno de sus asistentes decía: “Si quieres bautizar a unas cuantas personas le hablas a unas cuantas personas, si quieres bautizar a muchas personas le hablas a muchas personas y si quieres bautizar a todos los que puedas, le hablas a todos los que puedas”. Creo que la motivación correcta para querer que todos se bauticen es la caridad, y el hablarles a todos es sólo un síntoma de que nuestro corazón está lleno de caridad por todos. Durante mi misión solía decirme a mi mismo: Si no le hablas a una persona, es por que aun no tienes la caridad suficiente por ella como para superar tus miedos e invitarla a venir a Cristo. Cada vez que pensaba eso, me daba cuenta de que realmente quería que esa persona pudiera conocer a su Salvador, por lo que superaba mis miedos y le hablaba.
El amor es la razón por la que debemos abrir nuestras bocas y sé que, al hacerlo, el Señor pondrá las palabras que debemos decir. Lo vi innumerables veces en mi misión y sé que ustedes lo verán también al ejercer la fe y hablar con TODOS, porque TODOS son sus hermanos y TODOS necesitan el evangelio en sus vidas. Sé que puede ser difícil, pero tomen hoy la decisión de invitar a TODOS a venir a Cristo. No hagan excepciones y usen la regla de “Si te veo, te hablo”. Muchos de ellos estarán dispuestos a escucharlos y ustedes podrán ser instrumentos en las manos del Señor para ayudar a esas personas a cambiar sus vidas, y el gozo será verdadero. De eso testifico.
Escrito por Felipe Cañas Faúndez, quien sirvió en la Misión Texas McAllen entre los años 2012 y 2014 y posteriormente trabajó como maestro en el Centro de Capacitación Misional del Santiago de Chile en 2015.