Sofía Victoria Morales.
Profesora de danzas, Técnica química y estudiante de Farmacia.
Asistente de líder JAS del Barrio Escobar, Estaca Buenos Aires Argentina Escobar.
En éstos días “de conmoción”, dónde “a lo malo llaman bueno, y a lo bueno, malo”, se encuentran muchas definiciones y conceptos, algunos quizás más acertados, otros quizás más errados, del verdadero significado del amor, y consecuentemente con eso, vienen aparejadas, distintas situaciones, circunstancias y travesías, en algunos casos dolorosas, como lo es por ejemplo “la búsqueda del verdadero amor”, ese amor de cuentos, de telenovelas y dramas románticos, etc. Ese amor que es impensado, sobre el cuál no se tiene autodominio, que no se puede manejar, en el que “sólo manda el corazón”, y en el que la razón, de nada sirve.
Los jóvenes adultos solteros de la Iglesia se ven inmiscuidos, a veces sin pensarlo, en ésta corriente de pensamiento y situaciones, en la búsqueda del compañero eterno. Pero, ¿cuál es el verdadero amor? ¿cómo llegamos a él? Muchas veces me he preguntado esto, teniendo la firme convicción de que ese “amor verdadero impensado, sin autodominio, sin gobierno, sólo mandado por el “corazón”, en realidad, no existe.
En cambio, si existe, ese amor que desarrollamos, que trabajamos, que dominamos, que proviene de la fuente de amor imperecedera, con autodominio, el único amor real y existente, el que proviene de la matriz de nuestra creación y el que nos hace sentir cosas que no podemos explicar. Ese amor que llena cualquier vacío, únicamente el amor de Nuestro Señor Jesucristo, del cuál deriva todo lo demás.
Creo que es ilógico pensar como miembros de la única y verdadera Iglesia, como miembros del redil del Único Dios, como discípulos de Jesucristo, que no podemos manejar “la fuerza más poderosa del universo”; está en nosotros poder trabajar éste amor, éste amor que puede desarrollarse hasta crecer sin conocer los límites.
Cuando el mundo nos dice que el amor puede llegar a destruirnos, que no podemos manejarlo, que se termina de un día para el otro, tenemos la esperanza del amor puro de Cristo. Ese amor que “es sufrido y es benigno, y no tiene envidia, ni se envanece, no busca lo suyo, no se irrita fácilmente, no piensa el mal, no se regocija en la iniquidad, sino se regocija en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Como joven adulta soltera no es extraño encontrarme en conversaciones de mis amigos o de otros jóvenes SUD éste tema, en el cuál muchos se encuentran con preguntas a la hora de “encontrar al compañero eterno”.
Muchas cosas se nos han dicho ya acerca de esto. Pero yo no entiendo otra forma de encontrar no sólo el amor, sino todo en la vida, que allegarme a nuestro Señor Jesucristo.
Es el amor puro de Cristo el amor que de verdad nos llena, porque en su infinita Expiación, Él pudo estar con nosotros y es un círculo eterno que nunca acaba, el amor de verdad es el que proviene de Él, Él nos conoce y puede y quiere ayudarnos a explorar todo nuestro potencial y convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. No hay vacío que Él no pueda llenar.
Esto siempre me ha respondido preguntas como ¿Existe la otra mitad? ¿Necesitamos encontrar a nuestra media naranja?. Nadie nunca va a poder llenarnos ya que nosotros mismos debemos “completarnos” y eso si podemos lograrlo, únicamente con el amor, pero con el amor puro de Cristo. Para poder realmente amar a otra persona, debemos practicar ese amor; nuestra relación más amorosa y tierna debe ser con Él. No hay forma de que podamos establecer las bases para “el verdadero amor” si no asentamos nuestra relación en la fuente del único amor real y verdadero. El amor Puro de Cristo. Sólo basta que recordemos los dos grandes mandamientos, “Amarás, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas; éste es el principal mandamiento.”, y luego de éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Quizás nos tome mucho tiempo y esfuerzo, quizás no. Quizás sea más dificultoso para algunos, y para otros no. Pero sabemos el camino, sabemos cómo lograrlo. No perdamos el enfoque de nuestra senda ya trazada, “…que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”