Es una pregunta de antaño que todas las religiones han intentado responder a lo largo de los años: ¿Por qué cosas malas les ocurren a las personas buenas? ¿Si Dios bendice y ama a aquellos que lo siguen, por qué entonces permite que tan inmenso sufrimiento entre en sus vidas?
La mayoría del tiempo en que he escuchado respuestas a estas preguntas en la Iglesia, los maestros o discursantes se sostienen en algunos recursos:1) Dios no inhibirá nuestras decisiones o la de los demás, 2) Vivir en cuerpos mortales trae dolor y decaimiento, 3) Vivir en un mundo caído trae desastres y sufrimientos inesperados.
Si, nuestros pecados y las malas decisiones de otros nos pueden perjudicar, trayendo miseria, estrés—incluso genocidio y guerras. Y si, cuerpos diseñados para decaer y morir inevitablemente traen dolor, limitaciones, y debilidades incluso cuando eventos inesperados de este mundo como incendios y huracanes causan perdidas y destrucción.
Pero aún así, esas respuestas no se sienten completas, Nuestro salvador, El Hijo del Dios viviente, quien tuvo control de los elementos y vivió una vida perfecta, aguantó más dolor y miseria que ningún ser que haya vivido jamás. Pero ¿Por qué sufrió tanto si no tuvo pecado, si pudo calmar tormentas, y fue literalmente el Hijo del Dios Divino? Todas estas preguntas fallan al responder la esencial pregunta del por qué. ¿Por qué Dios intercede en algunos momentos, pero no en otros? ¿Por qué Dios permite tales dolores y horribles eventos, cuando hay tantas maneras en las que Él puede probar nuestra valentía o de incrementar nuestras fuerzas?
Es porque el dolor y el sufrimiento tienen un gran propósito. El dolor purifica. El dolor es una bendición, Como el presidente James E. Faust declaró, “Hay un propósito divino en las adversidades que enfrentamos diariamente. Nos preparan, nos purgan, nos purifican, y de esa forma nos bendicen.” El dolor depende de nuestra habilidad de sentir gozo, empatía, amor, y caridad.
Pienso que la razón principal del Padre Celestial de permitirnos sufrir es que Él amorosamente nos ayuda a desarrollar una mejor capacidad para el dolor. Indudablemente hay millones de momentos en los que el Padre Celestial nos ha protegido de ser heridos o de las tormentas, pero como cualquier padre amoroso, Él entiende que, si queremos alcanzar nuestro potencial eterno, necesitamos aprender a confrontar y a vencer miedos, penas y dolores devastadores.
En la Biblia, podemos aprender que incluso Dios llora: “Él Dios del cielo miró al resto del pueblo, y lloró, y Enoc dio testimonio de ello, diciendo: ¿Por qué lloran los cielos, y derraman lagrimas como la lluvia sobre las montañas?” (Moisés 7:28 ver también Juan 11). Y tiene sentido. Cualquier ser que se abra para amar a otra persona—completa y vulnerablemente—se abre también a una capacidad más abierta de gozo y dolor. La escritura “Porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas,” Es un principio eterno, lo que quiere decir que no podemos tener gozo en la otra vida si es que no existe el sufrimiento (2 Nefi 2:11). “Si la vulnerabilidad y el dolor son el precio del amor, el gozo es la recompensa. Esa fue la lección que Adán y Eva aprendieron en el Jardín de Edén, pero que el principio nace en los cielos. Así como la oscuridad le da sentido al amanecer, así también el dolor le da sentido al placer, y la tristeza al gozo. Todo lo que amamos, todo por lo que luchamos, todo lo que saboreamos, lo conocemos solamente por su contraste” (Terryl y Fiona Givens, The God who weeps).
Sabemos que el amor del Padre Celestial hacia nosotros es tan completo y perfecto como ningún otro y que no esconde nada, “Porque ha puesto su corazón sobre nosotros” (Terryl y Fiona Givens, The God who weeps). Ese nivel de preocupación conlleva también el mismo nivel de dolor.
Así como Elder Bednar testificó, “Jesús, quien fue el que sufrió más que todos, tiene más compasión por nosotros quienes hemos sufrido mucho menos. De hecho, la profundidad del sufrimiento y de la compasión está íntimamente ligada al profundo amor que siente aquel que ministra.”
¿Como podría el Padre Celestial no llorar al mirar a Sus hijos cuando matan, violan, odian, dañan, y se culpan el uno con el otro? ¿Cómo podría Dios no sufrir con nuestra ausencia cuando nos vea pecar y darle la espalda?
Mientras el dolor siga existiendo en la vida venidera, esta verdad no debería ser enfrentada con miedo. Muchos profetas han hecho promesas sobre la belleza que llenará la próxima vida, del perfeccionado mundo y cuerpos, de los vívidos jardines, y de las felices asociaciones de familias.
Con cuerpos perfeccionados, las enfermedades y su dolor, el envejecimiento y las enfermedades mentales ya no nos atormentarán. En la vida venidera, encontraremos la verdad que nos ayudará a combatir el odio, el prejuicio, los malos entendidos, y el ostracismo.
Como Brigham Young declaró, “Yo [habré] pasado de un estado de tristeza, pesar, luto, aflicción, miseria, dolor, angustia y decepción a un estado existencial, donde podré disfrutar la vida al máximo en lo que se pueda hacer sin un cuerpo. Mi espíritu es libre, sed nunca más, dormir ya no quiero, hambre jamás, cansado nunca más, yo corro, yo camino, yo trabajo, yo voy, yo vengo, yo hago esto, yo hago aquello, lo que sea que se me pida, nada como el dolor o el cansancio, estoy lleno de vida, lleno de vigor y yo disfruto de la presencia de mi Padre Celestial por el poder de Su Espíritu.”
Y una parte importante que hará la vida venidera tan gloriosa es nuestra habilidad para entender el propósito y el importante significado del dolor y el amor. Así como Terryl y Fiona Givens escribieron:
“La asombrosa revelación aquí, es que Dios si pone su corazón sobre nosotros. Y al hacerlo, Dios elige amarnos. Y si amor significa responsabilidad, sacrificio, vulnerabilidad, entonces la decisión que tomo Dios de amarnos es el momento más maravilloso y sublime de la historia de los tiempos. Él escoge amarnos incluso al, necesariamente al, precio de la vulnerabilidad… Esta Vulnerabilidad, esta abertura al dolor y exposición al riesgo, es la eterna condición de lo Divino.”
En un mundo que cada vez más propone dudas, una base puesta en Cristo es la única base segura para un disciplinado perdurable. Y para los Santos de los Últimos Días, el Jesucristo revelado a través del Profeta José Smith es, de algunas maneras muy significativas, un tipo diferente de Cristo al Jesús de la Cristiandad moderna. El Cristo del evangelio restaurado colabora con Padres Celestiales para nuestra salvación incluso antes de la fundación del mundo, “Él no hace nada” a menos que sea para nuestro beneficio (2 Nefi 26:24), y está determinado a nutrir y a guiar pacientemente a todos los hijos e hijas de Dios hacia una familia celestial eterna.
Pero más importante aún, este Cristo no nos rescata de una condición de pecado original o de depravación. Sino, Él es primeramente un sanador de las heridas de una estancia largamente planificada, uno destinado a sumergirnos en las pruebas, dolores y estiramiento del alma de esta aula mortal. Él no es solo el ser más remarcado en la historia del pensamiento religioso; Él es, de hecho, el Cristo que sana.
fuente: ldsliving.com
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