Original: www.mormonnewsroom.org
Traducción: Leslie González
Este ensayo de la familia y la fe es el tercero de cinco series acerca del valor de la religión.
Salt Lake City— “Las congregaciones erigen un dosel sagrado acerca del significado de los más grandes capítulos de la vida familiar: el nacimiento, la crianza de los hijos y el matrimonio.”– W. Bradford Wilcox [1]
A pesar de su progreso y posibilidades, nuestro mundo moderno tiene dificultad para ver más allá de sí mismo. Cada época tiene que luchar contra sus puntos ciegos. En la antigua Roma, por ejemplo, el lapso de influencia de una persona se calcula en cien años. Dentro de este horizonte las personas podían recordar dos generaciones atrás y pensar en dos futuras generaciones. Entonces, como ha sido la costumbre, esa influencia se detuvo, y un nuevo siglo, con personas nuevas y con nuevas preocupaciones, se restablecerá. [2] Pero las sociedades duraderas necesitan una visión más amplia.
La atracción con el presente es fuerte, pero también lo es con el pasado y el futuro. La familia y la fe – nuestros dos grandes puentes más allá del aquí y el ahora – se extienden más allá de los últimos cien años, en ambas direcciones, y amplían el propósito y significado de nuestras vidas.
Ninguno de nosotros nace como un mero individuo. Venimos a este mundo con una red de lazos preexistentes, conexiones y obligaciones. Estas relaciones familiares moldean nuestra visión del mundo, inculcan nuestros valores y forman nuestra identidad. Y las familias de todo tipo prosperan cuando se unen a una comunidad de creyentes. Los beneficios van en ambos sentidos – las iglesias fortalecen las familias, y las familias fortalecen las iglesias. Trabajando en conjunto, la familia y la fe refuerzan las normas del bien y del mal, nos enseñan como amar a nuestro prójimo, y proporcionan una base de apoyo donde los niños y los padres navegan en los desafíos de la vida. En otras palabras, la familia y la fe nos mantienen lejos de estar solos. Estas aumentan nuestros círculos de responsabilidad más allá de nosotros mismos y nos ayudarán a convertir a extraños en nuestros amigos. Las familias traspasan este capital espiritual y social a través de las generaciones.
Un cálculo de referencia postulado en una investigación de las ciencias sociales, por el autor Mary Eberstadr muestra hasta qué punto se entrelazan estas fuerzas. “La familia y la fe son la doble hélice invisible de la sociedad”, “dos espirales que cuando se vinculan entre sí pueden reproducir de manera efectiva, pero cuya fuerza e impulso dependen el uno del otro.” [3]
Eberstadt apunta a un amplio acuerdo sociológico en que la participación en los rituales familiares de “estar casado y tener hijos están ligados a mayores niveles de asistencia a la iglesia y otros tipos de práctica religiosa”. [4] Otro factor es el efecto que los niños tienen en la vida religiosa de sus padres. El sociólogo W. Bradford Wilcox lo expone de la siguiente forma: “Los niños llevan a sus padres a la iglesia” [5] Es común que – los niños que crecen en una iglesia, al salir de casa para la universidad se desvían de su fe, y solo vuelven cuando se casan y tienen hijos. ¿Qué explica este fenómeno? Las decisiones que tomamos acerca de nuestras creencias más profundas y las relaciones más cercanas nunca son simples. Pero Wilcox añade una importante idea: “La llegada de un hijo puede despertar reservas inexploradas de amor, el reconocimiento de la trascendencia, y la preocupación por la buena vida. “[6] Estas cosas son importantes porque la familia y la religión son las instituciones humanas más básicas. Cuando están en conjunto; conectan la sociedad; cuando se separan, la sociedad se debilita.
Las relaciones sagradas entre los familiares y la iglesia, la iglesia y los familiares, nos atan al pasado, presente y futuro. Tal continuidad nos ayuda a situarnos en este gran universo. Somos capaces de encontrarnos a nosotros mismos. El poeta Wendell Berry expresa estas aspiraciones: “El matrimonio de dos amantes, los une el uno al otro a los antepasados, a los descendientes y a la comunidad, al cielo y a la tierra. Es la conexión fundamental sin la cual nada más se tiene. “[7]
La fortuna de la familia y la fe seguirán fluyendo, como lo han hecho en distintos periodos a lo largo de la historia, pero la experiencia demuestra que unirán las manos. Mientras una suba o baja, también lo hará la otra. El curso de la historia no está predeterminado; se escoge. Y estas decisiones tienen largas trayectorias – demasiado largo, de hecho, para caber en cien años.
[1] W. Bradford Wilcox, “As the Family Goes,” First Things, May 2007.
[2] See Remi Brague, “The Impossibility of Secular Society,” First Things, Oct. 2013.
[3] Mary Eberstadt, How the West Really Lost God, 2013, 22.
[4] Eberstadt, How the West Really Lost God, 93.
[5] Wilcox, “As the Family Goes.”
[6] Wilcox, “As the Family Goes.”
[7] Wendell Berry, Sex, Economy, Freedom, and Community, 1992.
Fotografía: Mormon News Room