Original: www.mormonnewsroom.org
Traducción: Leslie González
Este ensayo de la fe y la comunidad es el segundo de una serie de cinco acera del valor de la religión.
Salt Lake City—“Juntos es difícil, pero en conjunto es mejor”. —Rabbi David Wolpe (1)
¿Por qué las personas pertenecen a religiones? Algunos heredan una religión en el nacimiento, mientras que otros pueden convertirse a una durante su vida. Pero bajo un punto o el otro las personas toman una decisión consciente de participar o no en sus comunidades religiosas. De hecho, el origen de la palabra religión viene del latin “religare”, el cual significa volver a conectar o enlazar.
En una época que magnifica la libertad personal, ¿qué podría sonar menos atractivo que la “unión” de uno mismo a las particularidades e idiosincrasias de un gran grupo de personas?
Y sin embargo un principio encontrado en muchas religiones es que hay muy poca separación entre nosotros y las personas que nos rodean. Jesucristo lo expuso de la siguiente forma: “ama a tu prójimo como a ti mismo” (2). En otras palabras, nuestro bienestar es mucho más que una distante libertad personal; sino que está ligada al bienestar personal de nuestro prójimo también. De esta forma, las instituciones religiosas pueden ser útiles en coyunturas donde hay dos impulsos cooperantes – el deseo por el propósito individual y el deseo de pertenencia comunitaria. Al igual que todos los bienes humanos, estos impulsos se ajustan dentro de un equilibrio.
Las instituciones religiosas no son ciertamente la única fuente de todo lo que es bueno en el mundo. Las personas pueden tener una vida plena, mientras viven tranquilamente sus propias creencias en privado. Sin embargo a lo largo de la historia nada ha podido rivalizar con la religión organizada, en su capacidad de fomentar el compromiso con personas concretas que viven en lugares específicos (3). Es en este compromiso sostenido con el prójimo que la religión hace su contribución duradera.
Ser parte de una iglesia es mucho más que solo ir a la iglesia. Se les entrega a las personas identidad, oportunidad, aspiraciones, conocimiento y muchas otras bendiciones personales. Pero éstas llegan a las personas en la medida que ven más allá de sí mismos. La religión inculca la responsabilidad social y el convenio – haciendo que nuestras vidas no se basen en intereses personales, sino en una promesa a Dios. El acto de “unión” es una de las cosas raras en la historia que forja obligaciones sociales más allá de la familia o tribu. Personas creyentes están a veces en la mejor posición para cuidar a una persona enferma, reparar la casa del vecino, o llenar un sinnúmero de otros vacíos que solo por nosotros mismos no podemos llenar. Hay pocas, si es que hay alguna, organizaciones que pueden sustituir a la comunidad de una iglesia.
Sin embargo, una de las características que definen nuestros tiempos, es una declinante confianza en las instituciones, incluyendo las instituciones religiosas. Como resultado, muchas personas están más aisladas de las familias, comunidades y sociedad en general. Es muy fácil llegar a atomizarse – irrumpiendo en islas individuales, sin ataduras a las asociaciones más grandes. El escritor David Brooks lamento la condiciones en la que los “individuos no se incrustan directamente en los órdenes sociales; sino más bien viven en mundos de elecciones privadas.” (4)
Las sociedades que fomentan el materialismo, el individualismo y el relativismo moral pueden promover lo que ha sido denominado la “soberanía de uno mismo” (5) pero al mismo tiempo se debilitan otros valores. El pensador social Michael Walzer pide prudencia: “esta libertad, energizante y emocionante como lo es, es también profundamente desintegradora, haciendo muy difícil para las personas encontrar apoyos comunitarios estables, y muy difícil para cualquier comunidad contar con la participación responsable de sus miembros. “ (6)
El individualismo independiente contribuye a la evolución de la sociedad de ser “espirituales pero no religiosos”. Lo que esto significa a menudo es que la fe es tratada como un asunto personal, no como un asunto de otras personas. Pero no tiene por qué ser una contradicción entre los dos. Una persona puede ser a la vez espiritual y religiosa. De hecho, ambos son interdependientes en la vida religiosa.
Como dice el autor Lillian Daniel, “cualquier persona puede encontrar a Dios, solo en una tarde de sol. Sin embargo requiere de cierta madurez encontrar a Dios en la persona que está sentada al lado nuestro, con quien tenemos diferencias políticas, o cuando un bebe está llorando mientras tu tratas de escuchar el sermón.” (7) Estos mismos inconvenientes con otras personas dan sustancia a nuestra fe, enriquecen nuestra empatía humana y refuerzan nuestra cultura cívica.
En esta época de pérdida de la confianza y la congregación social, una vuelta a los compromisos sagrados de las congregaciones va a hacer nuestras comunidades más unidas. Cuando la fábrica de la sociedad comience a desgastarse, la religión con sus capas de capital social puede ayudar a unirla.
[1] Rabbi David Wolpe, “The Limitations of Being ‘Spiritual but Not Religious,’” Time Magazine, Mar. 21, 2013.
[2] Mark 12:31.
[3] See Jonathan Sacks, “The Moral Animal,” New York Times, Dec. 23, 2012.
[4] David Brooks, “The Secular Society,” New York Times, July 8, 2013.
[5] Jean Bethke Elshtain, Sovereignty: God, State, and Self (New York City, New York: Basic Books, 2008).
[6] Michael Walzer, Citizenship and Civil Society (Rutgers, N.J.: New Jersey Committee for the Humanities Series on the Culture of Community, October 13, 1992), part 1, pp. 11-12.
[7] Lillian Daniel, “Spiritual but not religious? Path may still lead to Church,” Winnipeg Free Press, Oct. 5, 2013.