En el libro pseudoepígrafo, La ascensión de Isaías, llegamos a comprender lo que se entiende por tanto no hay parecer en él ni hermosura como también por, no habrá en él atractivo para que le deseemos (Isaías 53:2). En la Ascensión de Isaías, el Profeta es guiado por un ángel sucesivamente hasta llegar al séptimo cielo, con cada uno de los cielos más altos llenos de creciente gloria y luz en contraste con el anterior.
El esplendor, la luz y la gloria de uno de los personajes con que Isaías se encuentra en uno de los cielos más bajos es tan majestuoso que Isaías comienza a postrarse. Su guía angelical, sin embargo, refrena al Profeta para que no cometa el error de adorar a un consiervo. La gloria del rostro de Isaías también se va transformando a medida que él va ascendiendo de un cielo a otro. En el transcurso del tiempo, el Profeta llega al séptimo cielo, donde finalmente puede presenciar la gloria que rodea al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Entonces Isaías puede adorar a Dios.
El propósito principal del viaje emprendido por el Profeta Isaías es el de poder presenciar la condescendencia del Hijo del Hombre, nuestro Salvador Jesucristo. Isaías llega cuando el Mesías está haciendo los preparativos finales para apartarse de la presencia del Padre, dejando atrás “aquella gloria que [Él tuvo ante el Padre] antes que el mundo fuese” (Juan 17:5b).
Así es que Isaías fue capaz de contemplar al Salvador cuando Él se retira de la presencia del Padre y del séptimo cielo y desciende un cielo a la vez en su trayecto premortal hacia la tierra. Ante nosotros se sitúa un panorama exquisitamente doloroso y emotivo. A medida que Cristo desciende, comenzando con el quinto cielo, ya no es reconocido por el pueblo como el Hijo del Hombre, porque se transforma para mezclarse y confundirse con la gloria de los habitantes que están ahí presentes. No hay nada externo en Él que llame la atención. El Salvador de la humanidad es desconocido y como cualquier otro debe dar las contraseñas necesarias[1] “ante los ángeles que están de centinelas” (Brigham Young, Journal of Discourses 2:31) antes de entrar en cada uno de los cielos.
Su belleza y su gloria no son percibidas. “Y el ángel que me dirigió me dijo: ‘entiende, Isaías, y ve cómo la transformación y el descenso del Señor aparecerán [o, ‘para que tú puedas ver la transformación del Señor’] . . . Y vi cuando descendió al quinto cielo que tomó para sí la forma de los ángeles que estaban allí, y no lo alabaron (ni le adoraron); porque su forma era como la de ellos”.[2]
El Santo de Israel continúa este proceso de transformación hasta que se le permite a Isaías ver una mujer de la familia de David el profeta, llamada María, una Virgen, y ella estaba desposada a un hombre llamado José, un carpintero . . .” (Ascensión de Isaías, 11:2b). Hubo muchas cosas que Isaías vio en esta visión, pero ninguna de ellas más transcendental que la condescendencia de Cristo. O sea, cuando nuestro Redentor deja la gloria que tenía junto al Padre para cumplir con su misión terrenal.
En Isaías 53:2, Isaías está aclarando que el Hijo del Hombre no vino en su gloria y que sólo podía ser reconocido con el discernimiento del Espíritu. Juan el Bautista testifica de Él cuando dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29b). El Bautista nos está invitando a que abramos nuestros ojos para contemplar, para mirar al Santo de Israel con el testimonio del Espíritu Santo y saber que Él es el Hijo de Dios.
Recordemos que después de la resurrección el Salvador se apareció a sus discípulos en el camino de Emaús: “Pero los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen” (Lucas 24:16). Aunque no podían reconocerlo con sus ojos, había algo que les atestiguaba paz: “Y aconteció que, estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, y lo partió y les dio. Entonces fueron abiertos los ojos de ellos y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?” (Lucas 24:30-32). Nosotros también podemos abrir los ojos oyendo la palabra durante las Conferencias Generales y otras reuniones de la Iglesia, y al sumergirnos en las Sagradas Escrituras, especialmente el Libro de Mormón —y al obedecer al Espíritu.
¿Podemos también contemplar Su condescendencia y ser testigos de la Divinidad de Cristo ante los hijos de los hombres?
La condescendencia del Hijo del Hombre en el Libro de Mormón
También verás a un hombre que desciende del cielo, y lo presenciarás; y después que lo hayas presenciado, darás testimonio de que es el Hijo de Dios… pues le hablaba como habla el hombre; porque vi que tenía la forma de hombre. No obstante, yo sabía que era el Espíritu del Señor; y él me hablaba como un hombre habla con otro. Y aconteció que me dijo: ¡Mira! Y miré para verlo, pero no lo vi más, pues se había retirado de mi presencia… Y ocurrió que vi abrirse los cielos; y un ángel descendió y se puso delante de mí, y me dijo: Nefi, ¿qué es lo que ves? Y le contesté: Una virgen, más hermosa y pura que toda otra virgen. Y me dijo: ¿Comprendes la condescendencia de Dios? —1 Nefi 11:7b, 11-12, 14-16
La escena de 1 Nefi que acabamos de citar es muy parecida a la que vimos en la Ascensión de Isaías. Note cómo Nefi también fue privilegiado al ver la condescendencia del Hijo del Hombre. Al joven profeta del Libro de Mormón se le dijo explícitamente que él estaba allí para ser un testigo de Cristo: “y lo presenciarás; y después que lo hayas presenciado, darás testimonio de que es el Hijo de Dios” (1 Nefi 11:7).
El propósito de la visión de Nefi, entonces, era no sólo entender los elementos individuales de la visión que tuvo Lehi, su padre, sino que tuvo el gran privilegio estar presente —una vez más, en el momento exacto— cuando el Hijo del Hombre dejó su gloria al lado del Padre para venir a la tierra a morir por nosotros, para que pudiéramos tornarnos hacia Cristo y vivir.
El Espíritu del Señor y Nefi
Note algunas expresiones de gran interés en la cita de 1 Nefi, tal como, «pues le hablaba como habla el hombre; porque vi que tenía la forma de hombre». También le llamó la atención que, «él me hablaba como un hombre habla con otro».¿Por qué piensa que Nefi escribió estas palabras? ¿Quién fue el Espíritu del Señor con el que Nefi conversaba? Lo invito a que lea detenidamente Éter 3:. ¿Hay algunas similitudes con la experiencia que tuvo el hermano de Jared con la que tuvo Nefi? Note que en ambos casos estos dos profetas son enseñados por medio de preguntas. En ambos casos se les pregunta si tenían fe en Jesucristo que llegaría a nacer en el meridiano de los tiempos.
¿Por qué piensa que el Espíritu del Señor dejó de estar al lado de Nefi justo antes de que Jesús el Cristo naciera en Belén? ¿Por qué es que en seguida tuvo que llegar un ángel a conversar con Nefi y es con él que sigue la conversación que inició con el Espíritu del Señor?
Con mucha humildad me gustaría sugerir que quizás Nefi, al igual que el hermano de Jared, tuvo la oportunidad de hablar con el Cristo premortal al ser ministrado por nuestro Redentor. El ofreció uno de los testimonios más poderosos de la divinidad de Cristo que jamás se haya ofrecido, junto al hermano de Jared, Isaías y el Profeta José Smith. Vuelvo a preguntar, ¿podemos también contemplar Su condescendencia y ser testigos de la Divinidad de Cristo ante los hijos de los hombres?
[1] “Vuestra investidura significa recibir en la Casa del Señor todas aquellas ordenanzas que, después que hayáis partido de esta vida, os permitan volver a la presencia del Padre pasando frente a los ángeles que actúan como centinelas, siendo permitido darles las palabras claves, los signos y señales, pertenecientes al Santo Sacerdocio, y adquirir su exaltación eterna… ” (Journal of Discourses, 2:31).
[2] Charles, R.H. (Editor). Ascensión de Isaías, 10:18, 20. Traducido de la versión etíope, que, junto con el nuevo fragmento griego, las versiones latinas y la traducción latina de los eslavos, se publica aquí en su totalidad. Londres: Adam and Black, 1900, 72. Si bien no consideramos la Ascensión de Isaías como parte de las escrituras, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tienen múltiples razones para interesarse en este manuscrito. Hay similitudes importantes con la Visión de Joseph F. Smith (ver DyC 138), donde estaban presentes los grandes discípulos de Cristo de la antigüedad, tal como Adán y Enoc en el mundo de los espíritus; así como a las cosas que aprendemos en lugares sagrados.No se sabe la fecha exacta en la que fue escrito este libro. Se sugiere que el original bien podría haber existido antes de la época de Cristo, pero puede haber sido enmendado por los primeros cristianos. En todo caso, lo que tenemos no ha sido preservado en su pureza. La Ascensión de Isaíasmuestra que al menos algunos cristianos de la antigüedad creían que Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran tres seres distintos, pero uno en propósito