Por Jensen Parrish, para LDS Living.
Mientras servía como misionera en la Misión Vancouver Washington, mi familia murió en casa (inclusive mi padre, mi madre y 2 de mis hermanos) a causa de una fuga de monóxido de carbono. Pero hay esperanza de sanación que solo puede ser encontrada a través del evangelio de Jesucristo.
El 24 de agosto de 2013, el élder Jeffrey E. Holland vino a visitar nuestra misión. Todos los misioneros estaban reunimos en uno de los edificio de la Iglesia, ansiosos de conocerlo. Habló con tal poder que recuerdo el Espíritu testificándome que él era efectivamente un apóstol del Señor y que todo lo que dijo era de Dios.
Recuerdo que nos dio una promesa a cada uno de nosotros. Nos dijo que “al servir sus misiones con todo su corazón, mente y fuerza, sus familias serán protegidas”. Me hice la promesa a mi misma, en ese momento, que sin importar cuan agotada alguna vez me sintiera, iba a servir al Señor lo mejor que pudiera.
El tiempo pasó y enfrenté muchas dificultades. Durante un periodo particularmente difícil le pedí una bendición a uno de mis líderes de zona. En la bendición me dijo que no necesitaba preocuparme por mi hogar, que mi familia estaba segura y permanecerían a salvo a causa de mi decisión de servir. Una vez más, sentí la seguridad de que el Señor guardaría sus promesas.
Pero el 23 de febrero del 2014, justo 3 días después de cumplir un años desde que dejé el Centro de Capacitación Misional, mi vida cambió para siempre.
Eran las 10:30 de una noche de domingo y en el momento en que terminaba de hacer mi oración para ir a dormir, golpearon la puerta. Después de una desconcertante pausa, mi compañera y yo fuimos a responder a la puerta. Ahí estaban las últimas dos personas que hubiéramos esperados que estuvieran: nuestro presidente de misión y su querida esposa, ambos con una expresión de gravedad.
Me dieron un abrazo y en ese momento supe que algo andaba muy, muy mal. Con lagrimas en sus ojos y con voz temblorosa, mi presidente de misión me dijo lo inimaginable. Había ocurrido un accidente en mi casa en Idaho. Durante la noche anterior la casa se había llenado de monóxido de carbono, matando así a mi mamá, mi papá y mis dos hermanos menores, Keegan y Liam.
Estaba tan consternada que no podía respirar. No podía creerlo. Recién había hablado con ellos en Navidad. Recién le había escrito un correo electrónico a mi mamá la semana pasada. Pero, entre más trataba de negarlo, sabía en mi corazón que era verdad. Mi compañera y yo empacamos algunas cosas y pasamos la noche en la casa de misión.
Mi presidente de misión ofreció darme una bendición. Sentí que necesitaba una con urgencia y me dio una poderosa bendición. Aunque no puedo recordar todas las palabras que dijo, si recuerdo la paz que sentí y que me consoló. Sin embargo esa noche me acosté sin poder dormir, el desastre no me había golpeado totalmente aún.
El día siguiente se volvió como una nebulosa mientras recibía muchas cartas de apoyo. Se me permitió hablar con mi tercer hermano, Ian, quién también estuvo lejos de la tragedia porque estaba sirviendo una misión en la Misión Dakota del Sur Rapid City. Ambos estabamos confundidos e inseguros sobre lo que íbamos a hacer sin nuestra familia.
La semana siguiente, volé a Salt Lake City y me encontré con Ian. Habías pasado 18 meses en los que no nos habíamos visto y estaba muy feliz de verlo. Volamos juntos a Pocatello y nos bajamos del avión abrazados. Saludamos a otros miembros de nuestra familia mientras lloraban. Así es como nuestra familia nos vió: unidos en el intento de permanecer juntos y aprender del otro para apoyarnos.
Para mi, el tenerlo conmigo me brindó fortaleza. Eramos inseparables esa semana.
Para leer el resto del artículo: http://losmormones.org/2176/misionera-relata-su-vivencia-luego-de-un-ano-de-la-muerte-de-su-familia