Corresponde a la experiencia de la hermana Rosa Quevedo y la ayuda de los misioneros durante las inundaciones y aluviones ocurridos en Atacama en marzo de 2015, los cuales dejaron un saldo de 31 muertos, 49 desaparecidos y miles de damnificados. Publicado con su permiso de la autora.
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Había trabajado año seguido y decidí tomar vacaciones junto a mi madre y unos tíos fuera del país. Nos fuimos por 2 semanas a un lugar paradisíaco. Llevábamos tan solo 4 días de vacaciones cuando nos enteramos por las redes sociales que llovería en la Región de Atacama. Era el mes de marzo, en esta región llueve cada 7 años, nunca en Marzo. El milagro de la lluvia ocurre en el mes de julio o agosto y es un poquito y nada más.
Me preocupé y envíe mensajes por WhatsApp a mi familia para que pusiera sacos de arena a las puertas de entrada y salida de mi departamento a fin de estar preparados, por si acaso. Lo que hicieron antes que la lluvia se iniciara.
La lluvia se inició el 24 de marzo en la noche. Hasta allí todo bien, mas el día 25 llovió nuevamente toda la noche y todo el día. Vimos por TV lo que había sucedido, mi madre se empezó a preocupar más y más y decidimos retornar a la ciudad antes de tiempo programado.
Al día siguiente cuando fui a mi departamento el panorama era devastador, no se podía caminar, las calles estaban llenas de lodo, el barro a la entrada de mi departamento llegaba hasta las rodillas. La situación era desoladora en el exterior y también en el interior pues el lodo con agua de alcantarillado había ingresado al interior de mi vivienda arruinando muebles, camas y todo lo que en el interior había.
Los misioneros, más algunos miembros de mi Barrio junto a mi familia, habían estado trabajando incansablemente por 3 días antes de que yo llegara, para sacar todo el barro del interior y exterior del departamento ubicado en un primer piso. Mi auto junto con los de mis vecinos estaba enterrado en el barro.
No obstante todo este trabajo, la situación no mejoraba, era tal la cantidad de barro que yo , entre tanta tragedia, pena, dolor y la conmoción por pérdidas humanas en una ciudad nauseabunda, me sentía sin la esperanza de volver a la normalidad en un corto plazo a causa de los aluviones que azotaron esta parte del país, el Norte Chico. Pero luego un destello de luz, esperanza y de ilusión permanecía en mi, puesto que los misioneros de mi barrio y de otros de la estaca, más mi familia y algunos miembros de la Iglesia, no me dejarían sola. Ellos eran parte de cientos de voluntarios anónimos, que ayudaban con pala y carretilla a despejar las calles y sacar el barro de las casas. La ayuda incondicional y anónima de los misioneros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, no tan solo a mi sino a otros vecinos no miembros, me recordaban las enseñanzas de nuestro Salvador Jesucristo, tal como lo expresa el apóstol Mateo 25:40; «De cierto os digo que cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mi lo hicisteis”. Ellos fueron los que me ayudaron a mantenerme firme y con esperanza.
Desde el día 25 de marzo y por más de 3 semanas, trabajaron incansablemente en ayudar a su prójimo, las hermanas Scalise, Rivera, Pratt y Córdova, junto con los élderes Shill, Herrera, Bronson y Carreón. Estos nobles jóvenes y señoritas, más otros de la estaca, han dejado de predicar el evangelio con su voz más no con sus acciones. El servicio voluntario lo realizaron a toda persona que lo necesitaba, fueran miembros de la iglesia o no. Estos jóvenes de tan solo entre 18 y 20 años dedican 2 años de su vida a predicar el evangelio de Jesucristo y en esas 3 semanas se dedicaron a tiempo completo a realizar trabajo voluntario en las áreas en que ellos sirven y en otras de la comuna de Copiapó, bajo la dirección de su Presidente de la Misión Chile Antofagasta, Craig L. Dalton.
En la desesperanza en que se encontraban muchos adultos mayores por no poder sacar la gran cantidad de barro del interior de sus casas y de sus patios, aparecieron ellos radiantes y llenos de sonrisa, sin ningún implemento (ya que no habían en la ciudad) que les protegiera, solo sus manos, su fortaleza y el amor a Jesucristo, en quien ellos creen y que siguen sus pasos completamente.
Ellos son un ejemplo vivo de la juventud de la Iglesia, una juventud sana a quienes les preocupa más el bienestar de los demás que el suyo propio.
Tal como lo expresó Jesús en Mateo: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo, así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos”.
Esta experiencia me sirvió para valorar mucho más aún su trabajo y dedicación por la obra y a saber que en esta tierra tengo manos celestiales prestas a ayudarme cuando lo necesite. También tengo una familia maravillosa que en todo momento ha estado conmigo y miembros fieles de la Iglesia, dispuestos a ayudar al otro en tiempos de necesidad. No me queda más que decir “OH, ESTA TODO BIEN”.
Rosa Quevedo Bustamante
Barrio Chañarcillo, Estaca Copiapó Chile.